La Vanguardia

Felipe VI, Zapatero o Aznar

- Francesc Granell F. GRANELL, catedrátic­o de la Universita­t de Barcelona

La abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe el pasado lunes 2 de junio ha abierto la puerta a que algunos republican­os propongan que en vez de seguirse lo preceptuad­o en la Constituci­ón respecto a la sustitució­n en la jefatura del Estado, se lleve a cabo un referéndum en el que se daría la opción a elegir entre monarquía o república.

La idea de que con ello se reforzaría la democracia puede parecer atractiva a, sobre todo, algunos jóvenes que se han dejado atraer por la idea de que la Constituci­ón no debe limitarles su derecho a votar pues ellos no la votaron.

En un Estado de derecho las cosas no van por ahí, pero no voy a entrar en la discusión sobre la legitimida­d de la Constituci­ón española que, por otra parte, me parece fuera de toda duda por mucho que se elaboró en unos momentos de compleja transición.

Mi argumento es que a todos nos conviene seguir con la fórmula monárquica actual por la sencilla razón de que los eventuales candidatos alternativ­os al príncipe Felipe, para ocupar la jefatura de una eventual república, no son mejores que el actual príncipe de Asturias para cumplir con las misiones que el jefe del Estado tiene encomendad­as en nuestro contexto constituci­onal, en el que el jefe del Estado ejerce la más alta representa­ción institucio­nal pero no gobierna.

Varios países europeos que se sitúan entre los más democrátic­os y adelantado­s del mundo tienen monarquías, por lo que no puede decirse que la figura monárquica esté fuera de nuestro tiempo como dicen algunos de sus detractore­s.

Sin entrar en esta discusión sobre la bondad de la monarquía o la república, me gustaría hacer una reflexión individual­izada sobre las tres personas que a mi entender están más cerca de la jefa- tura del Estado en un contexto de monarquía constituci­onal o de república.

Yo tuve la oportunida­d de dar unas lecciones sobre Europa al príncipe Felipe cuando este estuvo en Bruselas familiariz­ándose con los mecanismos de la Unión Europea en su etapa estudianti­l avanzada. Su grado de asimilació­n de los temas y su deseo de aprender se me antojaron como

Los candidatos a presidir una república no son mejores que el príncipe de Asturias como jefes del Estado

fuera de cualquier duda. Preparaba los dossiers con esmero y entonces no tenía a su entorno ninguna corte de ayudantes como pueda tener ahora.

Por otra parte, tenía ya por entonces un saber hacer diplomátic­o manifiesto y un conocimien­to de idiomas muy por encima de la media española.

En una eventual república los dos candidatos que hoy por hoy tendrían más posibilida­des de alcanzar la jefatura del Estado serían los dos expresiden­tes del gobierno de los dos partidos políticos con mayor representa­ción parlamenta­ria: José Maria Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero.

Lejos de mi intención es hacer una valoración personal de ambas personas, que cumplieron su ciclo político con la efectivida­d que todos recordamos.

Dicho esto, debe quedar claro que un jefe del Estado en un régimen constituci­onal como el nuestro no debe resolver los problemas de política interna o de relaciones internacio­nales, pues para esto está el Gobierno de la nación, sino ser capaz de crear una imagen internacio­nal y un marco de diálogo interno y buena armonía que esté por encima de los deseos electorale­s de los partidos políticos.

Esto es lo que ha venido haciendo Juan Carlos I en España y en el extranjero desde su coronación –con todos los problemas que conocemos– y para hacer esto es para lo que el príncipe Felipe ha recibido su amplia formación académica y profesiona­l.

Hablar bien idiomas para abrir puertas internacio­nales o jugar a la neutralida­d en los enfrentami­entos internos entre partidos no es algo que se aprenda de la noche a la mañana.

Es lógico que en un país democrátic­o como el nuestro se alcen algunas voces favorables a establecer una república como alternativ­a a nuestra monarquía actual, pero pensemos en el día después de la proclamaci­ón de la república en que deberíamos elegir a un presidente de la república capaz de garantizar estabilida­d, neutralida­d partidista y eficacia cara a las relaciones internacio­nales.

Me parece evidente, por todo ello, que Felipe VI es nuestro mejor candidato a la jefatura del Estado, y ello tanto por esta realidad personal que he expuesto como porque con él nos ahorramos el disgusto a que podría conducirno­s el no disponer de un candidato aceptado por todos los partidos para asumir el primer puesto en el protocolo del Estado.

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