Soluciones milagro
Las autoridades sanitarias advierten regularmente contra los productos milagro a los que recurren algunos para mejorar su salud o su tipo. Las personas que recurren a estas soluciones milagrosas para resolver problemas de salud se caracterizan por tener una fe ciega en el producto, no preguntarse por las consecuencias e ignorar la experiencia médica contrastada. Una actitud parecida a la que hay detrás de los consumidores de este tipo de productos no homologados se está extendiendo a la política española, donde cada día se invocan más las soluciones milagro. Eso se está manifestando en el cuestionamiento de la monarquía por parte de algunos sectores que se caracterizan también por tener una fe ciega en el producto república, no plantearse las consecuencias de un debate de esta naturaleza e ignorar la experiencia histórica de España.
El debate sobre monarquía o república no responde a las preocupaciones de la inmensa mayoría de los ciudadanos, sino a actitudes ideológicas de algunos grupos. El líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, vuelve a reabrir un debate que su propio partido, el PCE, cerró con acierto hace 37 años, y lo hace con una falacia al indicar que hay que elegir entre monarquía o democracia, como si fueran incompatibles. Como si los reinos de Holanda, Gran Bretaña o Suecia no fueran democracias o como si las repúblicas de Cuba o Corea del Norte fueran el paraíso de la voluntad popular.
En las monarquías constitucionales, como las existentes en Europa, el titular de la corona tiene funciones de representación, de arbitraje o moderación y poco más. Su papel no es muy diferente al que
Abrir un debate sobre la forma de Estado sólo conduce a una gran división social y fracturas difíciles de arreglar
tienen los presidentes de Alemania o Italia que, por cierto, no son elegidos en votación popular. La corona no determina la gestión política, no toma decisiones sobre la economía ni establece el nivel de competencias de las autonomías. No decide si gobierna la izquierda o la derecha. Todo ello está en manos de los partidos en función de su representación electoral. La república, por tanto, no añade calidad democrática, ni aporta más libertades o nuevos derechos. La calidad democrática, con monarquía o sin ella, depende del funcionamiento diario de las instituciones, del Gobierno, las cámaras, la clase política o, en último término, de la exigencia de los propios ciudadanos.
Cuestionar la monarquía parlamentaria que establece la Constitución española resulta tan poco conveniente como lo sería en Dinamarca o como supondría cuestionar la república en Francia, Italia o Alemania para propugnar la vuelta de los reyes a estos países. Cuando existe un consenso mayoritario sobre la monarquía, abrir un debate sobre la forma de Estado sólo puede conducir a una gran división social, a tensiones políticas sin precedentes y a fracturas difíciles de arreglar. Si se valora lo que se puede perder frente a lo que se puede ganar, hay que concluir que ese debate no compensa.