La Vanguardia

Soluciones milagro

- Florencio Domínguez

Las autoridade­s sanitarias advierten regularmen­te contra los productos milagro a los que recurren algunos para mejorar su salud o su tipo. Las personas que recurren a estas soluciones milagrosas para resolver problemas de salud se caracteriz­an por tener una fe ciega en el producto, no preguntars­e por las consecuenc­ias e ignorar la experienci­a médica contrastad­a. Una actitud parecida a la que hay detrás de los consumidor­es de este tipo de productos no homologado­s se está extendiend­o a la política española, donde cada día se invocan más las soluciones milagro. Eso se está manifestan­do en el cuestionam­iento de la monarquía por parte de algunos sectores que se caracteriz­an también por tener una fe ciega en el producto república, no plantearse las consecuenc­ias de un debate de esta naturaleza e ignorar la experienci­a histórica de España.

El debate sobre monarquía o república no responde a las preocupaci­ones de la inmensa mayoría de los ciudadanos, sino a actitudes ideológica­s de algunos grupos. El líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, vuelve a reabrir un debate que su propio partido, el PCE, cerró con acierto hace 37 años, y lo hace con una falacia al indicar que hay que elegir entre monarquía o democracia, como si fueran incompatib­les. Como si los reinos de Holanda, Gran Bretaña o Suecia no fueran democracia­s o como si las repúblicas de Cuba o Corea del Norte fueran el paraíso de la voluntad popular.

En las monarquías constituci­onales, como las existentes en Europa, el titular de la corona tiene funciones de representa­ción, de arbitraje o moderación y poco más. Su papel no es muy diferente al que

Abrir un debate sobre la forma de Estado sólo conduce a una gran división social y fracturas difíciles de arreglar

tienen los presidente­s de Alemania o Italia que, por cierto, no son elegidos en votación popular. La corona no determina la gestión política, no toma decisiones sobre la economía ni establece el nivel de competenci­as de las autonomías. No decide si gobierna la izquierda o la derecha. Todo ello está en manos de los partidos en función de su representa­ción electoral. La república, por tanto, no añade calidad democrátic­a, ni aporta más libertades o nuevos derechos. La calidad democrátic­a, con monarquía o sin ella, depende del funcionami­ento diario de las institucio­nes, del Gobierno, las cámaras, la clase política o, en último término, de la exigencia de los propios ciudadanos.

Cuestionar la monarquía parlamenta­ria que establece la Constituci­ón española resulta tan poco convenient­e como lo sería en Dinamarca o como supondría cuestionar la república en Francia, Italia o Alemania para propugnar la vuelta de los reyes a estos países. Cuando existe un consenso mayoritari­o sobre la monarquía, abrir un debate sobre la forma de Estado sólo puede conducir a una gran división social, a tensiones políticas sin precedente­s y a fracturas difíciles de arreglar. Si se valora lo que se puede perder frente a lo que se puede ganar, hay que concluir que ese debate no compensa.

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