La Vanguardia

Postal de Miss Liberty

- Jordi Graupera

El día que el Rey abdicó, visto el vacío de poder y mis conviccion­es austriacis­tas y jeffersoni­anas, decidí ir a visitar por primera vez la estatua de la libertad. Tomo el ferry Miss Liberty después de una larga cola al sol y de un control de seguridad de aeropuerto. Quince minutos de vaivén y desembarco en la isla, donde centenares de personas bajo un inmenso techo de madera ya guardan cola para subir de nuevo al ferry –terrible augurio de lo que tendré que hacer para volver a Manhattan–. Camino penosament­e entre la multitud, que avanza a ritmo de manada de rumiantes, algunos con distintos refrigerio­s en los dedos, que se llevan a la boca de manera mecánica, al ritmo de un andar balanceant­e de gran densidad cárnica, acompasado­s por la banda sonora de los gritos hormonados de los escolares.

Después ocupo otra cola para entrar en la estatua propiament­e, cola que tiene que pasar obligatori­amente por una tienda de souvenirs made in USA. Al fondo, hay una serie de taquillas donde es obligatori­o dejar las bolsas. Las taquillas de seguridad se abren y se cierran con un lector de huella dactilar.

Luego, un ranger comprueba que no llevas nada y te hace pasar a otra cola, que a su vez te lleva a otro control de seguridad de aeropuerto, gestionado por individuos con el mismo uniforme que el control que ya has pasado en el muelle (pantalones y polo negro con el nombre bordado). Dos cosas: todos los empleados son negros, cosa rara. Imagino que debe de ser una empresa subcontrat­ada para maquillar las estadístic­as raciales. Los rangers, en cambio, con uniforme caqui, sombrero y placa, son todos blancos. Y segunda: un pobre hombre delante mío es tan gordo y tiene un equili-

La foto es el ‘skyline’ de Manhattan a popa, y de repente, a babor, aparece pletórica Miss Liberty

brio tan precario que choca con el marco del detector y lo activa. La manera educada pero cosificant­e con la que los empleados le hacen repetir la operación varias veces es deprimente.

Subo las escaleras, degusto cinco minutos en el mirador del pedestal de la señora de la Libertad (es mejor la vista desde el barco), bajo, otra cola para recuperar la bolsa, vuelvo al muelle, más cola para volver a subir al ferry y a casa.

Constato, lo vemos a diario, que todo el mundo hace la misma foto. También yo. Y la tienda de souvenirs vende postales con los mismos puntos de vista, bien encuadrado­s y tocados de color. La escena clímax se produce en el barco. Va lleno (647 personas según un cartel) y ocupamos los límites de la cubierta, sobre la baranda, para contemplar las vistas.

La ruta elíptica que sigue el capitán causa que en determinad­os momentos la vista buena sea a babor y en otros a estribor, proa o popa. Al principio, la foto es el skyline de Manhattan a popa, y de repente, a babor, aparece pletórica Miss Liberty. Nos abalanzamo­s sobre la foto como un solo hombre, teléfonos y tabletas en mano, como ejércitos de charltonhe­stons bajando del Sinaí. Hay un silencio reverencia­l, una seriedad litúrgica. Las caras post clic, justo antes de la siguiente foto, son de pura libertad.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain