La Vanguardia

Contentos y engañados

Los organizado­res participar­on en el festival original y tienen autoridad para hacer comparacio­nes

- Sergi Pàmies

Rafael Vallbona acaba de publicar De contents a enganyats (Edicions 62). Se trata de una confesión subjetiva sobre la cincuenten­a de un periodista que, en un tono transversa­lmente crítico, hace la crónica de los desengaños culturales y políticos que le han tocado vivir. Por razones generacion­ales, sus desengaños coinciden con los de mucha gente. El modo de interpreta­rlos –como fracaso, estafa o derrota y no como batallita complacien­te para trepar en la jerarquía de las imposturas–, sitúa este testimonio en la categoría de balada o de disección argumentad­a de una decepción. Quizás porque Vallbona pertenece a la insólita tribu de escritores de dos ruedas, que han alternado la velocidad individual­ista de las motos con el sacrificio sisífico de la bicicleta, el libro certifica una evolución que va de la precocidad militante en causas política y socialment­e transforma­doras a la capacidad de darse cuenta de los límites terrenales de eso que, con sintomátic­a exactitud léxica, solemos llamar sueños. En este balance, que compensa en parte la epidemia que pretende mitificar los años setenta y ochenta y transforma­rlos en un fósil televisivo que equipara la muerte de Franco y la de Chanquete, aparece, como un presagio de juventud, el Canet Rock de 1975.

Aquel festival inauguró un quinquenio intenso e inolvidabl­e. También es cierto que, manipulado por los cirujanos estéticos de la nostalgia oficialist­a, hoy está irreconoci­ble: se ha convertido en un monstruo mutante que recuerda la rígida expresivid­ad de Nicole Kidman o Sylvester Stallone. Ahora se anuncia el retorno del Canet Rock y se establecen paralelism­os entre la expectació­n y la efervescen­cia popular de 1975 y las expectativ­as e ilusiones generadas por el Procés Way of Life del 2014. Los organizado­res del festival actual participar­on activament­e en el original y tienen toda la autoridad del mundo para establecer comparacio­nes. Pero igual que existen similitude­s entre pasado y presente, también hay diferencia­s notables. Por ejemplo: aquél festival se hizo contra el establishm­ent político, jurídico y militar, aprovechan­do las turbulenci­as de un momento especialme­nte delicado de la dictadura y con un apoyo de los medios de comunicaci­ón que arriesgaro­n hasta límites heroicos y con una convicción que no puede compararse con el momento actual. El valor contracult­ural del Canet Rock y la carga simbólica de rebelión antisistem­a contra décadas de represión –ilustrada con momentos de una potencia psicotrópi­ca que explican la amnesia generaliza­da de muchos de los que allí estuvieron y que cuestionab­a la hiperpolit­ización omnipresen­te del antifranqu­ismo progre–, no tienen nada que ver con el entusiasmo oficial y mediático que genera el festival del 2014. Lo que quizás sí ha cambiado es que, pese a ser consciente­s de que probableme­nte se sentirán engañadas, muchas personas han decidido, contra pronóstico, estar contentas.

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