Contentos y engañados
Los organizadores participaron en el festival original y tienen autoridad para hacer comparaciones
Rafael Vallbona acaba de publicar De contents a enganyats (Edicions 62). Se trata de una confesión subjetiva sobre la cincuentena de un periodista que, en un tono transversalmente crítico, hace la crónica de los desengaños culturales y políticos que le han tocado vivir. Por razones generacionales, sus desengaños coinciden con los de mucha gente. El modo de interpretarlos –como fracaso, estafa o derrota y no como batallita complaciente para trepar en la jerarquía de las imposturas–, sitúa este testimonio en la categoría de balada o de disección argumentada de una decepción. Quizás porque Vallbona pertenece a la insólita tribu de escritores de dos ruedas, que han alternado la velocidad individualista de las motos con el sacrificio sisífico de la bicicleta, el libro certifica una evolución que va de la precocidad militante en causas política y socialmente transformadoras a la capacidad de darse cuenta de los límites terrenales de eso que, con sintomática exactitud léxica, solemos llamar sueños. En este balance, que compensa en parte la epidemia que pretende mitificar los años setenta y ochenta y transformarlos en un fósil televisivo que equipara la muerte de Franco y la de Chanquete, aparece, como un presagio de juventud, el Canet Rock de 1975.
Aquel festival inauguró un quinquenio intenso e inolvidable. También es cierto que, manipulado por los cirujanos estéticos de la nostalgia oficialista, hoy está irreconocible: se ha convertido en un monstruo mutante que recuerda la rígida expresividad de Nicole Kidman o Sylvester Stallone. Ahora se anuncia el retorno del Canet Rock y se establecen paralelismos entre la expectación y la efervescencia popular de 1975 y las expectativas e ilusiones generadas por el Procés Way of Life del 2014. Los organizadores del festival actual participaron activamente en el original y tienen toda la autoridad del mundo para establecer comparaciones. Pero igual que existen similitudes entre pasado y presente, también hay diferencias notables. Por ejemplo: aquél festival se hizo contra el establishment político, jurídico y militar, aprovechando las turbulencias de un momento especialmente delicado de la dictadura y con un apoyo de los medios de comunicación que arriesgaron hasta límites heroicos y con una convicción que no puede compararse con el momento actual. El valor contracultural del Canet Rock y la carga simbólica de rebelión antisistema contra décadas de represión –ilustrada con momentos de una potencia psicotrópica que explican la amnesia generalizada de muchos de los que allí estuvieron y que cuestionaba la hiperpolitización omnipresente del antifranquismo progre–, no tienen nada que ver con el entusiasmo oficial y mediático que genera el festival del 2014. Lo que quizás sí ha cambiado es que, pese a ser conscientes de que probablemente se sentirán engañadas, muchas personas han decidido, contra pronóstico, estar contentas.