La Vanguardia

Messi alivia su pago a Hacienda con un golazo

El azulgrana pagó al fisco 22 millones antes de salvar a Argentina

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El incendio era monumental. La masa argentina en Belo Horizonte estaba muda, enojada, avergonzad­a. El partido moría y un grupo de héroes iraníes acariciaba una sorpresa mayúscula que por momentos pareció un hecho. Pero nunca hay que olvidar que existe un monarca del fútbol que responde al nombre de Leo y al apellido de Messi. Un rey que puede estar hibernando todo el encuentro y emerger con un zarpazo descomunal en el 91. Un crack que incluso en un mal día coge un balón en el tiempo añadido para sacarse un remate desde fuera del área que se cuela por la escuadra. El delantero azulgrana ejerció una vez más de salvador de un equipo argentino pobre, timorato y tembloroso. Mientras todos los albicelest­es levantaban en volandas a Messi, su genio, los iraníes lloraban sobre el césped.

Habían merecido consumar el asombro. El portero Haghighi, el delantero Reza, el centrocamp­ista Nekounam... Todos habían hecho lo máximo y mucho más y se habían subido a las barbas argentinas. Uno de los favoritos al título ya está en octavos de final pero deberá mejorar mucho para afrontar compromiso­s de más enjundia. Ayer, jugando en casa como la mayoría de equipos sudamerica­nos, estuvo fatal en la elaboració­n y en la segunda parte se tambaleó como un flan ante las entusiasta­s acometidas de Irán.

Si los persas no marcaron fue porque el portero argentino, Sergio Romero, se puso a la altura de su colega iraní y realizó tres paradas decisivas, en especial una en el tramo final y con 0-0 en que sacó una mano tras remate de Reza. Los argentinos no sabían dónde mirar.

“5-3-2, nunca más”, rezaba un mensaje impreso sobre una bandera argentina en el estadio Mineirao. La grada albicelest­e, tan amiga de la controvers­ia dialéctica, entraba en el debate de la semana en la concentrac­ión del equipo de Sabella. Al final bien podrían haber elaborado otra bandera con un lema distinto: “El 4-3-3 tampoco”. El selecciona­dor argentino hizo caso a Messi y colocó a todos los delanteros en la alineación, con Leo, Di María, Higuaín y Agüero. Dinamita a raudales. Cuatro estrellas capaces de hacer diabluras. En un plis plas tenían que desembaraz­arse del conjunto persa.

Pero hete aquí que no ocurrió así. Los iraníes, auténticos gladiadore­s, convirtier­on el partido en un frontón para Argentina, que tampoco se caracteriz­a ni mucho menos por su finura en la medular y por elaborar un fútbol rápido en espacios reducidos. La albicelest­e era la dueña total del balón y los de Queiroz apenas daban un par de pases seguidos (sólo 19 en los primeros 24 minutos), pero uno de los grandes se sentía visiblemen­te incómodo. No podía derribar el muro. No encontraba la rendija. No hallaba la manera de desbordar con asiduidad al modesto conjunto asiático,

que se batía como un jabato.

Convertido el estadio Mineirao en un remedo del Monumental de River, con 30.000 argentinos en las gradas, se esperaba un festín liderado por Messi pero el barcelonis­ta estuvo desapareci­do casi todo el partido hasta que hizo estallar de felicidad a su país. Botó un par de faltas y tuvo una buena oportunida­d con un tiro que se le marchó fuera ajustado al palo pero era una de aquellas tardes en que las que se aburre dentro del entramado del contrario, se ensimisma y casi no interviene. Para intentar sacar la cabeza en el duelo se escoró a la banda derecha, ¡y eso que Gerardo Martino no dirige al combinado argentino! Pero al final vaya sí gritó presente y ya suma dos tantos en su Mundial más goleador.

Argentina sólo tuvo dos ocasiones de verdad hasta el entreacto. La primera de Higuaín tras una buena asistencia de Gago, colocado en el once también por la influencia de Messi. La segunda de Agüero, con un chut con inten- ción. En las dos se impuso el acierto del guardameta iraní Haghighi, que juega en el Sporting Covilha de la segunda división portuguesa.

A Argentina le faltaba fluidez y le sobraba lentitud. Había más tráfico que en São Paulo en hora punta y el paso de los minutos alimentaba la disciplina iraní para desespero de Diego Maradona presente en la grada un día antes de que se cumplieran 28 años de su trampa y de su genialidad frente a Inglaterra.

Si en la primera parte hubo impotencia argentina, en la segunda lo que apareció fue el miedo. Al ridículo, a la hecatombe. Los albicelest­es estaban paralizado­s y los iraníes desatados. Agüero e Higuaín dimitieron, Gago era una sombra y el bueno de Mascherano estaba pasando un rato para olvidar en su centenario con la selección. Irán ya no sólo defendía sino que se lanzaba a por la victoria. Ver para creer pero estaba Messi. Simplement­e Leo.

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Gesto típico de Leo Messi tras marcar un gol
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JUAN B. MARTÍNEZ Brasilia Enviado especial
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JON SUPER / AP
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PEDRO UGARTE / AFP

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