Las aulas de Mas-Colell
Mas-Colell se reencuentra con el profesor que fue en los setenta y ochenta en la visita oficial realizada a California
Los estadounidenses disponen de una expresión, memory lane, para describir “el mundo de los recuerdos”. Por ese camino se ha deslizado esta semana el conseller Andreu Mas-Colell en su viaje oficial por California.
El ambiente de la ruta le invita a rememorar que en una ocasión se hallaba en un restaurante de Telegraph Avenue, la calle principal de la urbanización de la universidad de Berkeley, hablando de lo suyo con un colega de Yale, otro prestigioso centro de educación pero de la costa este.
“Ahora te cuento la historia como luego la explicó este colega a los amigos”, comenta en una conversación nocturna en Sacramento, la capital californiana, mientras da sorbos a una Pepsi light.
“Berkeley es un lugar –dice que dijo el colega– al que no iría. Es muy raro. Estaba con Andreu, sentados a la mesa, y se nos acerca un tío con aspecto y cara de profeta, con unos ojos muy abiertos. Nos enseña una calavera, por si estábamos interesados y se la queríamos comprar. Pero eso no es lo peor, lo peor es que Andreu no le hizo el más mínimo caso (Risas). Le pareció tan normal”.
Una delegación político empresarial catalana ha visitado el “estado dorado” con Mas-Colell al frente. El conseller de Economia asumió esa responsabilidad después de que el president Artur Mas tuviera que poner rumbo a Madrid al acabar la primera etapa en Carolina del Norte para asistir a la coronación de Felipe VI.
El político Mas-Colell se ha reencontrado con el profesor Mas-Colell. Uno de los actos le llevó de nuevo a una de las aulas. Visto allí, aunque no hablara de uno de sus teoremas, daba toda la estampa del pedagogo que fue en este mismo campus durante toda una década, de principios de los setenta a los ochenta.
En la bahía de San Francisco, otro referente de la progresía, ahí se ubica la universidad de Berkeley, una de las más prestigiosas del mundo, si no la que más, y uno de las avanzadillas del pensamiento liberal y contestatario de EE.UU. Hay plazas de aparcamiento reservadas bajo un cartel que reza: Nobel laureate. Y a su vez, cuando en el 2011 surge el movimiento Occupy Wall Street contra las corporaciones y la desigualdad social, esta universidad prendió la llama en la otra costa.
“Entonces y supongo que ahora –señala–, Berkeley era un paraíso universitario, de una calidad extraordinaria. También era el lugar para el espíritu más libre de las universidades americanas. El movimiento de protesta empezó aquí con el Free Speech Movement, a principios de los 60”.
Los estudiantes querían expresarse libremente en cualquier lugar y la universidad trató de acotar los espacios. Hubo un estallido. Berkeley también se situó a la cabeza en la reivindicación de los derechos civiles para acabar con la disgregación. Asumió además la responsabilidad de combatir contra la guerra de Vietnam.
Mas-Colell aterrizó en Estados Unidos en 1968 para doctorarse en Económicas en Minneapolis. Llegó a Berkeley en 1972 para el posdoctorado –y ganó plaza fija– cuando el gobernador Ronald Reagan ya había gaseado a los estudiantes en el campus.
“No me chocaba toda esta cul- tura –asegura–, uno se adapta muy rápido sobre todo si la cosa liga con los sentimientos naturales. Me sentía muy cómodo”.
Cita como logros de ese pensamiento libre el que en Berkeley naciera el movimiento de defensa de los animales tras la ocupación del Campanile, el símbolo arquitectónico del recinto, A medio camino se quedó el de los que se instalaron dos años en los árboles para evitar su tala. Fracasaron, en cambio, los que reclamaron el derecho a ir desnudos por la calle, salvo zapatos.
Berkeley forma parte de su paisaje sentimental. Aquí encontró a
A veces se tropezaba con catalanes por Telegraph Avenue que llegaban con los viajes de Bocaccio
su esposa. “A veces bromeo diciendo que nos conocimos en el ascensor”, confiesa. Las protestas de Vietnam, el franquismo y la lucha contra Pinochet –ella es chilena– les unió. Lograron que Joan Manuel Serrat diera un concierto y los fondos los enviaron a Chile –ella– y él a Comisiones Obreras. Aquí nació su primer hijo.
De aquellos días le queda en la memoria el vestigio de una bandera de Vietnam del Norte impresa en Telegraph con una pintura tan resistente que no se borraba. En esa calle se prodigaban las tiendas de esoterismos, de budistas. “A veces paseabas por esa avenida, a principios de los setenta, y te tropezabas con una fila de catalanes. Era que Bocaccio organizaba excursiones y los llevaban a Telegraph, a una tienda que se llamaba Xambala”.
Califica a Berkeley de extremadamente tolerante. “El estilo de vida era más libre. También se ha de tener presente que hay un momento de ruptura en esta cultura, el summer love y todo esto, que es el sida. Impactó. El componente hedonista que pudiera haber en los entornos de Berkeley quedó roto por el sida”. Al cabo de un tiempo dejó de ver a Michael Foucault en su mesa del café Roma.
No se hizo del Berkeley de los porros, sostiene. Hay otros Berkeley que conviven juntos.
“Tenía una vida muy rutinaria. Cada día iba al mismo sitio a co-
Un día dejó de ver a Foucault en el café Roma, en una evidencia del impacto del sida en la bahía
mer un sándwich. Me fui a Harvard en 1981. Volví en el 84, a pasar un año y regresé a esa tienda. El señor me puso el mismo sándwich (rosbif con mostaza) sin que se lo pidiera, tres años después. Si esto no es vida rutinaria”.
Su estancia de un curso devino en 24. Pero su cabeza seguía “en la plaza del pueblo”. A pesar de que no había internet, “era suscriptor y leía cada día La Vanguardia”. Se mudó al este porque suponía acercarse a Barcelona.
Este jueves regresó a Berkeley. Incluso se hizo fotos en las dos casas donde residió.
Eso es la memory lane.