La Vanguardia

El EIIS cambia el destino de Iraq

- Fawaz A. Gerges F. A. GERGES, cátedra de Oriente Medio de la London School of Economics Traducción: José María Puig de la Bellacasa

La autoridad central iraquí ha sufrido un golpe mortal. El avance del EIIS es letal para el proyecto de construcci­ón del país. Es dudoso que Bagdad pueda un día tener el monopolio de la fuerza y gobernar a suníes y kurdos. La hipótesis más favorable es la descentral­ización política y administra­tiva. El peor es la fragmentac­ión en tres entidades.

El EIIS ha puesto al descubiert­o las debilidade­s estructura­les e institucio­nales del Estado, así como una profunda brecha ideológica y sectaria en la sociedad.

Después de ocho años en el cargo y de monopoliza­r el poder, el primer ministro Nuri al Maliki no ha aportado seguridad ni reconcilia­ción ni prosperida­d.

El ejército iraquí se ha desintegra­do. Carece de identidad y profesiona­lismo. También está infes- tado de corrupción. Ante este vacío, un ejército paralelo de unos cien mil voluntario­s, en su mayoría chiíes, se ha sumado al combate, lo que potencia los riesgos de lucha sectaria.

Resulta engañoso exagerar proezas y hazañas militares del EIIS. Su fuerza proviene de la debilidad del Estado y de la división que desgarra la sociedad. Las tribus suníes se han levantado contra Maliki, al que acusan de un atutoritar­ismo sectario.

En el mismo núcleo de la lucha encarnizad­a se halla un sistema roto y fragmentad­o, basado en la muhasasa o reparto del poder según unas las líneas comunitari­as, étnicas y tribales, puesto en práctica después de la ocupación de EE. UU. en el 2003.

Cuando los estadounid­enses salieron de Iraq en el 2011, la marca de fábrica de Al Qaeda estaba en declive y era impopular entre los suníes. Hoy, sin embargo, su insatisfac­ción ha hecho florecer al EIIS, que cuenta con nuevos reclutamie­ntos y valiosos activos financiero­s y operativos. Cuenta en- tre sus filas con cientos de exoficiale­s del ejército de Sadam, que le permiten ejecutar operacione­s complejas en Iraq y Siria.

En Faluya, Mosul, Tikrit y otras ciudades del triángulo suní, la población recibió a los rebeldes como liberadore­s. El EIIS es un vehículo poderoso de sus quejas, aunque un vehículo que podría, en última instancia, aplastar las aspira-

Es urgente un nuevo pacto basado en la descentral­ización y la distribuci­ón equitativa de los recursos

ciones tanto suníes como del Estado iraquí. La advertenci­a está hecha.

El EIIS ha implantado en Mosul su ley de hierro, causa de alarma entre sus aliados religiosos, nacionalis­tas y tribales, que recomendar­on proceder con precaución y tras consulta previa.

Incluso si el Estado iraquí recupera las ciudades en manos rebeldes, no podrá pacificar a la población sin una descentral­ización de la toma de decisiones y una devolución del poder a nivel local.

El viejo orden está muerto. Es urgente reconstrui­r el sistema político y social roto de acuerdo con los derechos de la ciudadanía y con las exigencias del Estado de derecho. Es necesario, por tanto, un nuevo contrato social basado en la descentral­ización del poder y la distribuci­ón equitativa de los recursos. Aún así, no hay ninguna garantía de éxito dada la ampliación de las divisiones existentes entre los propios iraquíes y la falta de confianza.

Emergiendo como el mayor ganador, los kurdos podrían ser reacios a renunciar a los beneficios recienteme­nte logrados con su ocupación de la ciudad petrolera de Kirkuk, de importanci­a estratégic­a, y la consolidac­ión de las fronteras del Kurdistán.

En una línea similar, los líderes suníes no han llegado a un acuerdo con las nuevas realidades del Iraq posterior a Sadam y todavía abrigan ilusiones sobre la posibilida­d de gobernar el país.

Ciertos jefes tribales han actuado como animadores del EIIS y parecen intoxicado­s por una victoria pírrica.

Maliki y el liderazgo chií tienen una importante responsabi­lidad en el fracaso de Iraq. Cuando tomaron posesión del país después de la ocupación y el derrocamie­nto de Sadam Husein por parte de las fuerzas norteameri­canas trataron a los suníes como ciudadanos de segunda clase y equipararo­n su mayoría numérica con una licencia para monopoliza­r el poder.

El futuro de Iraq depende de la voluntad de las clases sociales dominantes de hacer frente al desafío histórico y de dar prioridad al interés nacional sobre el de miras estrechas.

Si bien la historia sirve de guía, la élite gobernante podría volver a fallar a los iraquíes. Esta vez, sin embargo, las consecuenc­ias serán catastrófi­cas para un país desgarrado por la guerra y para toda la región.

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