El EIIS cambia el destino de Iraq
La autoridad central iraquí ha sufrido un golpe mortal. El avance del EIIS es letal para el proyecto de construcción del país. Es dudoso que Bagdad pueda un día tener el monopolio de la fuerza y gobernar a suníes y kurdos. La hipótesis más favorable es la descentralización política y administrativa. El peor es la fragmentación en tres entidades.
El EIIS ha puesto al descubierto las debilidades estructurales e institucionales del Estado, así como una profunda brecha ideológica y sectaria en la sociedad.
Después de ocho años en el cargo y de monopolizar el poder, el primer ministro Nuri al Maliki no ha aportado seguridad ni reconciliación ni prosperidad.
El ejército iraquí se ha desintegrado. Carece de identidad y profesionalismo. También está infes- tado de corrupción. Ante este vacío, un ejército paralelo de unos cien mil voluntarios, en su mayoría chiíes, se ha sumado al combate, lo que potencia los riesgos de lucha sectaria.
Resulta engañoso exagerar proezas y hazañas militares del EIIS. Su fuerza proviene de la debilidad del Estado y de la división que desgarra la sociedad. Las tribus suníes se han levantado contra Maliki, al que acusan de un atutoritarismo sectario.
En el mismo núcleo de la lucha encarnizada se halla un sistema roto y fragmentado, basado en la muhasasa o reparto del poder según unas las líneas comunitarias, étnicas y tribales, puesto en práctica después de la ocupación de EE. UU. en el 2003.
Cuando los estadounidenses salieron de Iraq en el 2011, la marca de fábrica de Al Qaeda estaba en declive y era impopular entre los suníes. Hoy, sin embargo, su insatisfacción ha hecho florecer al EIIS, que cuenta con nuevos reclutamientos y valiosos activos financieros y operativos. Cuenta en- tre sus filas con cientos de exoficiales del ejército de Sadam, que le permiten ejecutar operaciones complejas en Iraq y Siria.
En Faluya, Mosul, Tikrit y otras ciudades del triángulo suní, la población recibió a los rebeldes como liberadores. El EIIS es un vehículo poderoso de sus quejas, aunque un vehículo que podría, en última instancia, aplastar las aspira-
Es urgente un nuevo pacto basado en la descentralización y la distribución equitativa de los recursos
ciones tanto suníes como del Estado iraquí. La advertencia está hecha.
El EIIS ha implantado en Mosul su ley de hierro, causa de alarma entre sus aliados religiosos, nacionalistas y tribales, que recomendaron proceder con precaución y tras consulta previa.
Incluso si el Estado iraquí recupera las ciudades en manos rebeldes, no podrá pacificar a la población sin una descentralización de la toma de decisiones y una devolución del poder a nivel local.
El viejo orden está muerto. Es urgente reconstruir el sistema político y social roto de acuerdo con los derechos de la ciudadanía y con las exigencias del Estado de derecho. Es necesario, por tanto, un nuevo contrato social basado en la descentralización del poder y la distribución equitativa de los recursos. Aún así, no hay ninguna garantía de éxito dada la ampliación de las divisiones existentes entre los propios iraquíes y la falta de confianza.
Emergiendo como el mayor ganador, los kurdos podrían ser reacios a renunciar a los beneficios recientemente logrados con su ocupación de la ciudad petrolera de Kirkuk, de importancia estratégica, y la consolidación de las fronteras del Kurdistán.
En una línea similar, los líderes suníes no han llegado a un acuerdo con las nuevas realidades del Iraq posterior a Sadam y todavía abrigan ilusiones sobre la posibilidad de gobernar el país.
Ciertos jefes tribales han actuado como animadores del EIIS y parecen intoxicados por una victoria pírrica.
Maliki y el liderazgo chií tienen una importante responsabilidad en el fracaso de Iraq. Cuando tomaron posesión del país después de la ocupación y el derrocamiento de Sadam Husein por parte de las fuerzas norteamericanas trataron a los suníes como ciudadanos de segunda clase y equipararon su mayoría numérica con una licencia para monopolizar el poder.
El futuro de Iraq depende de la voluntad de las clases sociales dominantes de hacer frente al desafío histórico y de dar prioridad al interés nacional sobre el de miras estrechas.
Si bien la historia sirve de guía, la élite gobernante podría volver a fallar a los iraquíes. Esta vez, sin embargo, las consecuencias serán catastróficas para un país desgarrado por la guerra y para toda la región.