La Vanguardia

El silencio de los indiferent­es

- Glòria Serra

Dicen que vamos saliendo de la crisis, es una buena noticia, pero no vemos sus consecuenc­ias. Aún no se ve que se salga del túnel”. Es la conclusión del arzobispo de Barcelona al presentar el balance anual de Cáritas para las diócesis de Barcelona, Terrassa y Sant Feliu del Llobregat. Sólo en esta zona de la gran área metropolit­ana de Barcelona y sólo en la labor realizada por esta oenegé se ha atendido a más de un cuarto de millón de personas durante el año pasado. Pero pongamos la cifra en números: 276.596. Más del doble de los que eran ayudados cuando empezó la crisis. Y cada vez más familias con niños a su cargo, cada vez más ciudadanos españoles y cada vez más parados sin ayuda de ningún tipo. Por cierto, más de treinta mil de estas personas atendidas sí tenían trabajo, pero con unos ingresos tan exiguos que continúan dentro de la pobreza.

La fundación Arrels, que lleva años ayudando en Barcelona a los hombres y mujeres que viven en la calle, ha visto como su número se incrementa­ba cerca de un 50% desde que empezó la crisis. Una tendencia que no parece que vaya a tener fin. Además ha tenido que recurrir a los préstamos solidarios debido a los retrasos en el pago de las subvencion­es comprometi­das por las administra­ciones.

Son sólo dos ejemplos, pequeños, de dos

Una semana plagada de banderas, coronas, pompa... que no han conseguido tapar la dura realidad del país

organizaci­ones que llevan muchos años trabajando y que saben mucho de pobreza. Y no son optimistas. Mientras tanto, el ministro de Economía, Luis de Guindos, dice en Bruselas que la receta alemana ya le va bien y que debe seguirse recortando el déficit público y haciendo eso que tan eufemístic­amente se conoce como “reformas económicas”. Básicament­e consiste en que la administra­ción del Estado no sólo no recorta su déficit sino que lo aumenta y estrangula cada vez más a autonomías y ayuntamien­tos que cargan con el grueso de los servicios básicos de los ciudadanos. Y por lo que respecta a las reformas... Provocaría­n la risa ni no estuviéram­os hablando de los dramáticos recortes al Estado de bienestar que hace ya tiempo que dieron con hueso.

No les quiero amargar el domingo. Sólo quería tocar con los pies en el suelo tras una semana plagada de simbología, coronas, pompa, ceremonial y banderas, kilómetros y kilómetros de banderas que no han conseguido tapar la dura realidad del país, como hacían los decorados de cartón piedra al paso del zar Nicolás II para que no viera la miseria de los mujiks.

Parece que Felipe VI es consciente de ello. En su discurso ante las Cortes, les recordó a sus señorías que son los ciudadanos los que, con su trabajo y esfuerzo, tiran adelante el país y que nuestra principal preocupaci­ón es el paro. Al acabar, añadió que merecemos el mayor de los reconocimi­entos por la entereza que estamos demostrand­o en estos tiempos. E hizo una pausa. La misma que los diputados y senadores habían aprovechad­o en otros puntos para aplaudir a rabiar los reconocimi­entos al Rey o a la Reina salientes. Pero esta última pausa murió en silencio: los máximos representa­ntes del pueblo no considerar­on necesario animar a los ciudadanos. Ni Andrea Fabra chistó. Con las banderitas de plástico que habían regalado por la mañana era suficiente, supongo.

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