La Vanguardia

Heridas de Cristo, heridas de pobres

- LL. MARTÍNEZ SISTACH, cardenal arzobispo de Barcelona

La fiesta del Corpus Christi, que celebramos este domingo, fue instituida hace siglos para testimonia­r públicamen­te la fe en la presencia de Cristo en la eucaristía. Es la fiesta del cuerpo y la sangre de Cristo. La eucaristía es el misterio de nuestra fe. Cristo, en su presencia eucarístic­a, permanece entre nosotros como quien nos ama y se entregó por nosotros. Por eso la eucaristía es el sacramento del amor y la comunión. Entre el misterio de la encarnació­n y el de la eucaristía hay continuida­d. Jesús quiso que su memoria se perpetuara entre nosotros a través de un memorial, que es la celebració­n de la eucaristía.

La eucaristía compromete a favor de los pobres. A fin de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo entregado por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos. Por eso, desde el comienzo de la Iglesia, junto con el pan y el vino de la eucaristía, los cristianos presentan también sus dones para compartirl­os con los que tienen necesidad. Así se entiende que se haya unido esta solemnidad del Corpus Christi con el Día de la Caridad, jornada en que se hace una colecta destinada a Cáritas.

Nuestro Concilio Provincial Tarraconen­se pide “reavivar la tradición, tan intensamen­te vivida en los primeros siglos de la Iglesia, de vincular visiblemen­te la celebració­n de la eucaristía con la caridad fraterna, insistiend­o de manera particular en la relación entre la fracción del pan y la comunión cristiana de bienes”. Hay una relación profunda, real y misteriosa, que une a Cristo en la realidad del sufrimient­o y la pobreza. En la larga historia de la Iglesia, el Evangelio y el amor a los pobres han estado siempre unidos.

Escuchando la homilía del papa Francisco el 27 de abril en la canonizaci­ón de Juan XXIII y Juan Pablo II, pensé que eran muy adecuadas para esta celebració­n del día de la Caridad unas palabras suyas: “Las heridas de Jesús –dijo– son un escándalo para la fe, pero son también la comprobaci­ón de la fe. Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron la valentía de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos y su costado traspasado. No se avergonzar­on de la carne de Cristo, no se escandaliz­aron de él, de su cruz; no se avergonzar­on de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía (audacia) del Espíritu Santo. Y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericord­ia.”

Estos dos grandes pontífices nos enseñan a no escandaliz­arnos de las heridas de Cristo, a adentrarno­s en el misterio de la misericord­ia divina que siempre espera y perdona. Y también nos invitan a tratar de aliviar las heridas de nuestros hermanos que más sufren en el mundo de hoy. Esto es lo que busca hacer Cáritas.

El Corpus Christi está unido al día de la Caridad, en que se hace una colecta pro Cáritas

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