Vuelve el espíritu de Ripley
Cuando Joan Schenkar accedió por primera vez a los 38 cuadernos y 18 diarios que Patricia Highsmith había dejado ocultos en el armario de la ropa blanca, se encontró con ¡más de ocho mil páginas! Con ese material se publicaba en España, en 2011, Pa
tricia Highsmith (Circe), una biografía que iba a cambiar, en algunos aspectos, la percepción que se tenía de la escritora. The New
York Times la consideró una biografía literaria fuera de lo común. Empezaba así: “No era simpática. Rara vez era educada. Y nadie que la conociera bien habría dicho que era generosa”.
La fascinación por esta mujer que dejó escrito “la vida no tiene sentido si no hay delito en ella” ha vuelto para instalarse. Reediciones de sus novelas, películas de nueva factura. Después de unos años de ausencia -o escasa presencia- de Patricia Highsmith en las librerías españolas y latinoamericanas, Anagrama ha llegado a un acuerdo para reeditar toda su obra a lo largo de los próximos años. Conocieron a la escritora de forma tardía ya que “incomprensiblemente, a principios de los años 80 Patricia Highsmith era casi una desconocida en nuestro país, tan sólo se habían publicado algunas novelas suyas de forma esporádica -explica el editor Herralde en su libro
Opiniones mohicanas- y únicamente la conocían “algunos asiduos del gueto de las colecciones baratas de thrillers, y aquellos cinéfilos que todavía se quedan a leer los títulos de crédito cuando termina la película y que recordaban su nombre en Strangers on a
train y Plein soleil.” Actualmente, figura en su catálogo el tomo Tom Ripley (colección Otra vuelta de tuerca) que reúne las cinco novelas protagonizadas por ese mítico personaje que consiguió seducir al público a pesar de ser un estafador amoral, sexualmente ambiguo y asesino. Fue su personaje preferido.
La ola Highsmith vuelve. A nivel internacional se está experimentando ahora ese significativo revival de la autora. Al margen de iniciativas anglosajonas -como Virago- la italiana editorial Bompiani, por ejemplo, ha llevado a cabo un relanzamiento de su obra. Probablemente, ella se reiría de todo el despliegue y promoción en los medios de comunica- ción. “¿Periodistas? Prefiero las putas, que venden su cuerpo pero no su mente”, llegó a decir.
También se han subido a ese carro quienes buscan nuevas adaptaciones cinematográficas a sus novelas. El público que ya había tenido el lujo de contar, hasta ahora, con Extraños en un tren (su primera novela de 1950), A
pleno sol o El amigo americano, podrá pronto ver en España estrenos de otros filmes basados en sus obras. The Guardian destacaba, por ejemplo, el rodaje a cargo de Todd Haynes de Carol, protagonizada por Cate Blanchett (estrenado en marzo en EE.UU.). Pa- tricia Highsmith tardó años en reconocer la autoría de Carol porque en ella se dejaba al descubierto su condición sexual, así que durante mucho tiempo la novela fue firmada con el nombre de Claire Morgan.
Por su parte, Andy Goddard dirigirá El cuchillo, con Patrick Wilson y Jessica Biel y se están negociando las adaptaciones de Mar
de fondo y Ese dulce mal. Coincidiendo con el estreno de la película Las dos caras de enero -dirigida por Hossein Amini y protagonizada por Viggo Mortensen- el pasado viernes 13 en España, la editorial Anagrama acaba de publicar -en Compactos- la novela que inspiró el filme. A partir de otoño seguirá apareciendo cíclicamente, una significativa selección de las novelas de la autora.
Tendría ahora 93 años. Nacida en Fort Worth como Pat Plangman -de un matrimonio que se divorció una semana antes de que ella llegara al mundo- fue criada en Texas por su abuela materna. Se trasladará después a Nueva York junto a su madre y el nuevo marido de esta. Highsmith entró en el mundo adulto empezando las mañanas con ginebra y Gauloises, ya en el tramo medio de su vida añadió el ritual del whisky de la tarde y, en los últimos años, le sumó al potente cóctel diario un litro y medio de leche.
En la vida odiaba lo tibio, “los términos medio y normal son los más ridículos del idioma; entre abrazar a alguien y estrangularle sólo media un segundo”, decía. En la literatura, lo mismo. Y en sus páginas aparecen, a poco que uno las analice, algunas de sus obsesiones en un permanente estado de crudeza: la relación de amor-odio con su madre, el lesbianismo, los problemas con el alcohol y la comida, su rechazo a lo convencional y conveniente -“no me encuentro, como ser social”y su dificultad para actuar como los demás esperaban de ella.
“Donde más cómoda se sintió fue en los bares de ambiente de Greenwich Village durante los años 40 y 50 y en las boîtes lesbia-
nas de París y Berlín en la década de los 70”, explica Joan Schenkar, su biógrafa. Su predilección por los personajes que ocultan parte de su realidad y se atreven a boicotear el orden establecido la llevó a escribir cosas como esta: “La única gente que me interesa es la que está loca, loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo; la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas en las estrellas”.
Y a esa singularidad hay que añadirle el descubrimiento de una larguísima lista de amantes que empezó a elaborar a los 25 años. A pesar de que también tuvo relaciones con hombres -Marc Brandel fue su novio intermitente- la famosa lista era de mujeres a las que clasificaba por edad, color del pelo (las prefería rubias), constitución, profesión, perfil psicológico... Según su biógrafa, su relación con los hombres era “como la de una clienta que prueba un producto del que está convencida, de antemano, que no va a ser tan bueno como le han contado en publicidad”.
Añadía, en una tabla, la duración de la relación con esas mujeres, motivo de la ruptura y puntuación de cada una, en una escala de 100 puntos en la que nadie obtuvo menos de 80. Ninguna de ellas acudió a su funeral. La urna