La Vanguardia

La reedición de su obra completa y varias películas basadas en sus novelas marcan el retorno del culto a la escritora

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con sus cenizas la llevó Kingsley, la que fuera amiga platónica durante 55 años.

Precoz e impredecib­le, navegó entre lo dicho y lo oculto. Escribió 22 libros donde siempre triunfaban los malos. Lo que más le gustaba, enfundada en sus camisas Oxford y su Levi-Strauss 501, calzados sus mocasines del 41, era imaginar un nuevo guión mientras observaba el rastro de sus 300 caracoles mascota, perseguido­s por sus gatos. A mediados de los ochenta se instaló en Suiza para evadir impuestos y escapar del agobio de la vida social. Fue candidata al Nobel en 1991 y cuatro años más tarde, el 4 de febrero de 1995, dejaba este mundo con 74 intensos años a cuestas.

Ese mismo año de su muerte los principale­s editores de su obra se reunieron en un pueblecito de Suiza para rendirle homenaje. Leyeron sus discursos en el interior de una capilla, único lugar amplio de ese diminuto pueblo. Jorge Herralde rememoró esos momentos en Opiniones mohicanas (Acantilado) del mismo modo que recordaba qué impresión le había causado conocer a esa difícil y brillante mujer. “Pasamos con Patricia Highsmith, tras unos inicios algo intimidato­rios, dos semanas inolvidabl­es, disfrutand­o de su sentido del humor -un humor bastante negro para ser precisos- primero adivinando y luego comproband­o su oculta ternura”.

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