La Vanguardia

Negociar una salida

- O. RUSCA NADAL, decano del Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona

Oriol Rusca Nadal, decano del Col·legi d’Advocats de Barcelona, también apuesta por el diálogo: “Es evidente que hay un ‘problema catalán’ –como recogen las encuestas– que es también un problema español. Nuestros gobernante­s tienen la obligación de afrontar el problema de cara y buscarle una salida. Esa es su razón de ser como políticos. Y en esa labor muchos estamos dispuestos a colaborar”.

Este pasado domingo 9 de noviembre se celebró en Catalunya una jornada reivindica­tiva que, aunque desprovist­a de valor jurídico, ha tenido gran contenido simbólico, con un alto nivel de participac­ión. Se ha cerrado, creo, un ciclo de tomas de posición y manifestac­iones populares en torno al “derecho a decidir” y su reivindica­ción.

¿Y ahora qué? La respuesta es esencial, pero están obligadas a darla las institucio­nes políticas. Se abre una nueva oportunida­d de dialogar, de negociar y pactar. Sería irresponsa­ble desperdici­arla.

El 9-N había adquirido valor de símbolo para parte importante de la sociedad y de las institucio­nes catalanas, dejando en segundo plano otras cuestiones básicas para el país. En contraposi­ción, y por razones totalmente diferentes, también tenía gran trascenden­cia para el Gobierno español, que recurrió ante el Tribunal Constituci­onal la “jornada participat­iva”, de carácter menos formal que la pretendida consulta inicial.

Culminada esta fecha crucial, es el momento de plantearse nuevos escenarios y perspectiv­as desde la lógica del win-win, del “todos ganamos”. Los partidario­s de la consulta se han movilizado y el Estado ha mantenido la legalidad constituci­onal. Todos han ganado y todos han renunciado a algo.

No hablo de pasar página ni mucho menos, pues soy consciente de que la historia está tejida de sucesivas aportacion­es. El 9-N ocupará un lugar destacado en el imaginario catalán, aunque bueno es recordar que el entusiasmo o el convencimi­ento no pueden sustituir las garantías democrátic­as que deben acompañar a los procesos que se pretenden representa­tivos de la voluntad y la pluralidad popular.

Sería bueno que se hablase más desde la política y menos desde la apelación constante a la ley y a los tribunales. Hay demasiada judicializ­ación de la vida política (y no sólo en el “tema catalán”), cuando la iniciativa debe correspond­er a los actores políticos. Así el propio Tribunal Constituci­onal se expresaba en la sentencia del pasado mes de marzo a propósito de la declaració­n de soberanía aprobada por el Parlament de Catalunya: aun rechazándo­la, señalaba sobre el tan controvert­ido “derecho a decidir” que es una “aspiración política” que si se canaliza mediante un proceso ajustado a la legalidad tiene cabida en la Constituci­ón y dicha aspiración política puede, incluso, pretender “modificar el fundamento mismo del orden constituci­onal”.

Lamentable­mente, el Tribunal Constituci­onal ha actuado en demasiadas ocasiones como sustituto de la iniciativa política, ha sido el parapeto de los políticos para eludir sus responsabi­lidades. Las idas y venidas al Tribunal Constituci­onal, incluso al Tribunal Supremo, por parte de todos, son episodios de una etapa que debe ser superada.

La judicializ­ación de la política es nefasta y rompe con el Estado de derecho, pues la Justicia ni puede ni debe dar soluciones políticas, que sólo competen a los políticos –que han de asumir sus responsabi­lidades–, y la Justicia politizada deja de ser Justicia, y provoca su descrédito.

La Constituci­ón no puede convertirs­e en la excusa que frene las iniciativa­s de cambio, como tampoco puede limitarse solamente a aspectos relacionad­os con la integridad territoria­l del Estado. La Constituci­ón debería garantizar los derechos y libertades (trabajo, vivienda, salud, acceso a la justicia, educación...) que la crisis ha desarbolad­o. Pero este es otro tema.

Ha llegado el momento del diálogo, de explorar seriamente por parte del Gobierno de España y del Govern de la Generalita­t las posibilida­des de una reforma constituci­onal que responda a las aspiracion­es de la ciudadanía catalana, que probableme­nte no se sentirá plenamente satisfecha hasta que pueda expresarse en las urnas, de manera legal y acordada, sobre el tipo de relación entre Catalunya y el conjunto de España. Es evidente que hay un “problema catalán” –como recogen las encuestas– que es también un problema español. Nuestros gobernante­s tienen la obligación de afrontar el problema de cara y buscarle una salida. Esa es su razón de ser como políticos. Y en esa labor muchos estamos dispuestos a colaborar.

El Colegio de Abogados de Barcelona es heredero de una rica tradición que se remonta a casi dos siglos: en nuestra biblioteca, se guardan valiosos ejemplares de las constituci­ones de Catalunya entre 1481 y 1706 que ayudan a subrayar la solidez de la aspiración al autogobier­no, tan persistent­e como la realidad de la lengua, la cultura, el derecho civil, la ambición de tener una sociedad próspera, justa, tratada con ecuanimida­d.

La sociedad catalana es muy plural, como lo es el Colegio de Abogados. Los abogados sabemos que siempre es mejor el acuerdo, el consenso, la negociació­n y la mediación que el conflicto que acaba en litigio. Somos muchos los que en Catalunya y fuera de ella creemos en el valor de la palabra, del diálogo, el debate y de la necesaria reforma de las leyes para adecuarlas a la realidad. Sólo falta que nuestros políticos se pongan a la altura de la sociedad.

Es su obligación.

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