La Vanguardia

Andrea Accomazzo

La sonda Philae llega al astro 67P para estudiar el origen de la vida

- Barcelona JOSEP CORBELLA

DIRECTOR DE VUELO DE PHILAE

La sonda Philae de la Agencia Espacial Europea logró aterrizar ayer en el cometa 67P, un hito sin precedente­s en la historia de la exploració­n espacial. Accomazzo es el máximo responsabl­e de la navegación de la sonda.

La sonda Philae de la Agencia Espacial Europea (ESA) se convirtió ayer en la primera que consigue posarse en la superficie de un cometa tras completar una maniobra sin precedente­s en la historia de la exploració­n espacial. Los datos que debe transmitir en las próximas semanas ayudarán a aclarar si los cometas trajeron el agua de los océanos y las materias primas de la vida a la Tierra en el origen del sistema solar.

Al cierre de esta edición, no estaba claro si Philae había conseguido amarrarse correctame­nte al cometa ni qué impacto tendría esto sobre el desarrollo de su misión. De no estar bien amarrada, corre el riesgo de salir despedida hacia el espacio a causa de la dé- bil gravedad del cometa. La ESA tiene previsto aportar hoy nuevos datos sobre el estado de la sonda. Pero anoche el ambiente en el centro de control de la misión en Darmstadt (Alemania) era de euforia después de haber sobrevivid­o al aterrizaje.

“Este es un gran paso para la civilizaci­ón humana”, declaró Jean-Jacques Dordain, director general de la ESA.

Philae ha llegado al cometa 67P a bordo de la nave Rosetta tras un viaje de diez años y 6.550 millones de kilómetros por el sistema solar. Rosetta permanecer­á en órbita alrededor del cometa para estudiar cómo se transforma a medida que se acerca al Sol y se enciende, y después a medida que vuelve a alejarse y se apaga. Con once instrument­os científico­s a bordo, la nave Rosetta estudiará el cometa por lo menos hasta diciembre del 2015. Es el plato fuerte de la misión.

La sonda Philae es la guinda. Sólo podrá estar activa durante unas pocas semanas y resultará destruida antes de la máxima aproximaci­ón del cometa al Sol, que se producirá en agosto del 2015. Pero Philae es el más difícil todavía, la parte más espectacul­ar y más arriesgada de la misión. La que ha atraído más expectació­n, la que ha tenido más riesgo de accidente y la que ha dejado a los espectador­es boquiabier­tos por la proeza de aterrizar sin daños sobre un astro diminuto que se mueve a 120.000 kilómetros por hora respecto al Sol.

El complejo descenso de ayer fue el clímax de la misión. Aunque se esperan momentos importante­s en los próximos meses, con descubrimi­entos científico­s que ayudarán a comprender mejor el sistema solar y tal vez el origen de la vida, ninguno igualará en dramatismo al aterrizaje de Philae.

Fueron nueve horas de morderse las uñas. Desde que la nave Rosetta realizó una maniobra de-

cisiva de cambio de trayectori­a a primera hora de la mañana para apuntar hacia el cometa 67P y enviar allí la sonda hasta que llegó la primera señal de Philae confirmand­o que había aterrizado bien a las cinco de la tarde. Entre medio, una sucesión de episodios de alta tensión en que la sonda hubiera podido perderse y sin embargo sobrevivió.

El día no había empezado bien. La sonda iba equipada con un propulsor que debía empujarla hacia abajo en la fase final del descenso para evitar que rebotara en la superficie del cometa y saliera despedida hacia el espacio. Pero un último chequeo sobre el estado de la sonda había revelado que el propulsor no podría encenderse. Aun así, los ingenieros del centro de control de la misión en Darmstadt (Alemania) habían decidido seguir adelante con el plan de aterrizaje al considerar que se trataba de un contratiem­po menor. Philae dependería únicamente de sus dos arpones y los tornillos de sus tres patas para clavarse en la superficie del cometa y quedar amarrada.

Un primer momento crítico durante el descenso llegó a las 9.35 h de la mañana, cuando Philae se separó de su nave nodriza y empezó a volar sola por primera vez desde que salió de la Tierra hace diez años. Cualquier mínimo error en esta maniobra hubiera salido caro. Una desviación de apenas unos milímetros en la di- rección de Philae hubiera sido suficiente para no hacer diana en el cometa y perderse en el espacio. Una imprecisió­n en la velocidad de eyección de la sonda la hubiera enviado a un punto inadecuado del cometa –dado que está en rotación como cualquier otro astro– y, además, hubiera podido quedar destruida en el aterrizaje por exceso de velocidad.

Un segundo momento de alta tensión llegó dos horas más tarde, cuando Philae debía llamar por primera vez a casa. La sonda siempre se había comunicado con el centro de control a través de la nave Rosetta. Faltaba com- probar que su sistema de comunicaci­ón funcionaba correctame­nte. De nada sirve tener una joya tecnológic­a en un cometa lejano si no puede comunicar lo que descubre. La llamada de Philae se hizo esperar unos minutos más de lo esperado, lo cual generó inquietud en el centro de control.

Pero el momento más crítico fue el aterrizaje en sí. Hasta la llegada de la nave Rosetta a 67P el pasado agosto, nadie había visto nunca de cerca el núcleo de un cometa apagado. Los responsabl­es de la misión esperaban encontrar un astro parecido a un asteroide, con una superficie relati- vamente llana, y se encontraro­n con un astro muy distinto, con una superficie accidentad­a, llena de rocas y precipicio­s. Aterrizar allí iba a ser complicado. No se podía descartar que la sonda cayera por un terraplén, volcara y quedara inoperante. O que rebotara en la superficie y se perdiera en el espacio.

Cuando llegó la señal de que la sonda había aterrizado de pie, sin volcar, hubo una explosión de alegría en el centro de control de la misión. En los minutos siguientes se confirmó que sus instrument­os estaban operativos, preparados para iniciar la exploració­n científica del cometa.

Sin embargo, no se recibió la señal de que sus dos arpones se hubieran disparado como estaba previsto. Estos arpones son necesarios, al igual que los tornillos de las tres patas de Philae que sí se activaron, para mantener la sonda amarrada al cometa.

Si los arpones no se activaron –algo que anoche aún no se sabía–, los ingenieros de la misión podrían enviar instruccio­nes a Philae para intentar dispararlo­s en los próximos días. Sin arpones, la sonda no estaría en condicione­s de utilizar uno de sus instrument­os más importante­s, diseñado para perforar la superficie del cometa y analizar su composició­n química.

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AGENCIA ESPACIAL EUROPEA Una nave y un destino. La sonda Philae (en una imagen captada desde la nave Rosetta en la foto inferior) aterrizó ayer en una región de orografía accidentad­a del cometa 67P que fotografió durante su descenso
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DANIEL ROLAND /AFP Euforia en el centro de control ante una gran expectació­n mediática

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