Los temas del día
El esperanzador acuerdo medioambiental alcanzado por Estados Unidos y China; y la propuesta de la patronal de los fabricantes de coches de expropiar los vehículos de aquellos que no paguen.
EL océano Pacífico es el nuevo gran frente de la batalla por la hegemonía mundial en el siglo XXI. La pujanza económica y política de China, su creciente influencia en la región, han sido en este sentido determinantes. También lo ha sido la voluntad de Estados Unidos de neutralizar esa pujanza estrechando lazos con sus aliados en el área. Estas tensiones se han reflejado en la cumbre de países Asia-Pacífico (APEC), celebrada esta semana en Pekín. Pero también se ha visualizado en dicha reunión cierta voluntad de colaboración, que se ha materializado en algunos acuerdos comerciales y que tuvo ayer su faceta más destacada en el ámbito de la lucha medioambientalista. Nos referimos al anuncio hecho por el presidente chino Xi Jinping y el presidente norteamericano Barack Obama de un acuerdo para luchar contra el cambio climático, que ambos dirigentes no dudaron en calificar de “histórico”.
Es pertinente recordar que China y EE.UU. son dos de los principales responsables de la emisión de gases de efecto invernadero. Casi la mitad –el 45%– procede de ellos. Por tanto, su labor para combatir el cambio climático ha dejado hasta la fecha mucho que desear.
Y, sin embargo, la necesidad de limitar las emisiones de gases está fuera de discusión. Quizás no sean obvias para un habitante, pongamos por caso, de Huesca. Pero son palmarias para un habitante de Pekín, donde la polución se ha convertido en una niebla poco menos que permanente, donde muchos ciudadanos salen a la calle con mascarilla y regresan con el rostro ligeramente tiznado a su casa, en la que instalan, si pueden permitírselos, aparatos para purificar el aire. Estas consecuencias palpables de la excesiva emisión de gases vie- nen acompañadas de otras no tan manifiestas, pero acreditadas por las Naciones Unidas. De no mediar una reducción de las emisiones, a finales de este siglo la temperatura media del planeta podrá haber aumentado dos grados o más, con consecuencias muy lamentables para la vida en la Tierra.
Históricamente, superpotencias como Estados Unidos o China han desoído estas predicciones, ya fuera negándolas, minimizándolas o relativizándolas. Lo prioritario, para ellas, era conservar o conquistar la supremacía industrial, y para eso cualquier restricción de emisiones o cualquier incremento de costes productivos derivado de ella solían ser desestimados. Por ello es muy apreciable, pese a la inconcreción de tantos aspectos, el compromiso alcanzado por China y EE.UU. Es la primera vez que el país asiático admite una fecha (2030) a partir de la cual sus emisiones disminuirán, aun sin entrar en mayores precisiones. Y es la primera vez que Estados Unidos toma una serie de decisiones que le acercan más al protocolo de Kioto, que hasta la actualidad siempre se ha resistido a firmar. En cambio, Pekín ha aceptado reducir hasta un 28% sus emisiones en el 2025, respecto a las que producía en el 2005.
Las esperanzas están puestas ahora en la reunión convocada en París en el 2015. De hecho, el gesto de Washington y Pekín se interpreta no sólo como una acción a título nacional, sino también como un intento de encabezar la lucha medioambientalista y una invitación al resto de los países para que se sumen a ella. A ambos países les ha costado mucho tiempo echar a andar por este camino. Y la decisión que acaban de tomar es insuficiente. Pero constituye sin lugar a dudas un primer e importante paso en la dirección adecuada.