Bangalore ya no existe
Adiós al nombre fetiche de la India conectada y en mo queta d a que se había de comer el mundo. Bangalore, oficialmente, ha dejado de existir. No la ciudad emblemática de la informática y la deslocalización, sino su nomenclatura, heredada de la época colonial. Desde este mes, en India ya sólo cuenta como Bengaluru, su nombre en canarés (una de las veintitantas lenguas oficiales de India, propia de Karnátaka). Los agoreros consideran una estupidez renunciar a una marca de éxito, que incluso se había convertido en un verbo inglés (bangalorear, es decir, externalizar a India). Mientras que los defensores del cambio arguyen que Bombay sigue siendo lo que era, aun siendo Mumbai.
Bajo la misma lógica, no hay prácticamente gran ciudad de India que no haya recuperado o reinventado su nombre vernáculo. Casi todas a partir de los años noventa, lo que demuestra que poco tiene que ver con un prurito descolonizador y mucho más con la afirmación política de un grupo indio frente a otro. Dicho de otro modo, de la obtención de réditos electorales gracias a la compensación simbólica de comunidades lingüísticas que siguen perdiendo terreno en su propia casa.
Bangalore se une así a una lista en la que sobresalen Bombay –oficialmente Mumbai, en marata–, Calcuta –Kolkata, siguiendo la pronunciación bengalí–, Puna –ahora, Pune–, Madrás –ahora, Chennai– o el estado de Orisa, ahora Odisha. El juego democrático hace que el debate nunca esté zanjado y se sopesan otros cambios, como el de Ahmedabad por Amedavad –que es como ya se escribe en guyarati–, propuesto por grupos hinduistas para ocultar el origen musulmán con un disfraz vernáculo. Caso similar al de Allahabad, que volvería a ser Prayag. Por fortuna, este periódico hace caso omiso a las falsas innovaciones, del mismo modo que no llamamos London a Londres o Firenze a Florencia. Cabe decir que, detrás del purismo, a veces hay pura invención, como los neologismos sánscritos Arunachal Pradesh o Meghalaya para estados indios que jamás fueron hindúes.
Junto a Bangalore, otros once munici- pios de Karnátaka pasan a ser denominados en canarés, entre ellos Mysore –desde ahora, Mysuru– o Mangalore, que pasa a ser Mangaluru. La medida entró en vigor el sábado 1 de noviembre, día de Karnátaka, tres meses después del fallecimiento del padre de la propuesta, el escritor U. R. Ananthamurthy.
Nueva Delhi estaba dispuesta a aceptar los cambios desde hace años, con una salvedad, pero Karnátaka exigía una aprobación en bloque. Así ha sido, después de que el Ministerio del Interior retirara su objeción a la denominación Belagavi para Belgaum, ciudad disputada por el vecino estado de Maharashtra debido a su mayoría marata. Algo que demuestra que tras la etiqueta descolonizadora subyacen a menudo ajustes de cuentas internos. También en el caso de Mangalore, que para la mayoría de sus habitantes tampoco es Mangaluru, sino Kudla (para los nativos tulus), Kudiyal (para los católicos concanis) o Maikala (para los musulmanes). En la mayoría de casos, el poder político se venga del poder económico allí donde menos duele. Dicho de otro modo, tanto en Bombay como en Calcuta como en Ban- galore, la economía está en general en manos de grupos étnicos y lingüísticos –a veces religiosos– que no son los mayoritarios en votos en el estado, ni los que se tienen por nativos. Incluso una ciudad monstruosamente diversa como Bombay, a la hora de la verdad queda empequeñecida en el interior de su estado, Maharashtra, aún más gigantesco y mucho más homogéneo.
En todas estas ciudades, es evidente el creciente abismo cultural y socioeconómico entre el mundo vernáculo y un mundo más liberal y mejor conectado que funciona en inglés o hindi. Algo que, como respuesta, ha consolidado a un movimiento chovinista como el Shiv Sena en Maharashtra y origina espasmos de violencia en ciudades de Karnátaka como Bangalore, donde los canareses representan menos del 30% de la población y donde los cines, por motivos comerciales, exhiben películas no sólo en canarés, sino también en inglés, hindi, tamil, telugu y malabar.
Cambiar el nombre de las cosas nunca sale gratis pero es siempre más fácil que cambiar las cosas. En la web de Air India ya sólo figura Bengaluru y las placas de las estaciones ya han sido sustituidas. Pero no todo el mundo está convencido. La Universidad de Bangalore ya ha dicho que no va a cambiar de nombre y la fundadora de la farmacéutica Biocon se ha quejado de que el estado no comparta los costes. Aunque, de hecho, el cambio sólo es vinculante para los organismos públicos, sus carteles y membretes.
En realidad, no siempre se trata de restitución del nombre original, puesto que muchas de las megalópolis indias no existían –o no eran más que un villorrio– antes de la llegada de los europeos. No es ese el caso de Delhi, aunque también hay quien preferiría Dehli, más acorde con su nombre y pronunciación en hindi (Dil·li). Sin embargo, pocos están por la labor, seguramente porque la capital de India no necesita reivindicarse ante sí misma.
No todo el mundo está convencido: la Universidad de Bangalore se niega a cambiar de nombre