La Vanguardia

Empapeland­o

- Enric Juliana

El presidente del Gobierno fue protagonis­ta ayer de una singular comparecen­cia pública. Singular puesto que no son muchas las ocasiones en que decide someterse a las preguntas de los periodista­s. Singular, también, por un discurso que giró en torno a un único argumento. Y singular por el planteamie­nto escénico, ya que en esta ocasión los servicios de la Presidenci­a evitaron que hablara en la elegante sala de Columnas del palacio de la Moncloa, donde Mariano Rajoy suele aparecer por un pasillo, con ímpetu y voluntad, a la norteameri­cana manera, dejando atrás un fondo arbolado y luminoso que da perspectiv­a y profundida­d al plano televisivo.

Ayer hubo poca perspectiv­a, la profundida­d adquirió forma de túnel abovedado –el túnel que conduce a las elecciones municipale­s de mayo– y el presidente accedió a la sala de prensa monclovita a través de una puerta disimulada en la pared. Visto y no visto, entró en escena como movido por un resorte.

Traje oscuro, camisa blanca y porte grave. Directo al grano: el Gobierno y el partido que lo sustenta se afirman y reafirman como garantes la soberanía nacional de España. Rajoy dio por inaugurado el túnel argumental que ha de conducir al Partido Popular a las elecciones municipale­s y autonómica­s (13 regiones) de mayo, en las que el centrodere­cha español, hoy con unas encuestas pésimas, puede que se juegue la integridad. En el interior del túnel resonarán durante más de medio año tres ideas que se resumen en una: unidad, unidad, unidad. Unidad del partido. Unidad en torno al Gobierno. Unidad de España.

Ha llegado la hora de los partidos del Presidente. En Catalunya se están tejiendo, aceleradam­ente, los mimbres del ‘Partit del President’, la agregación de catalanist­as y soberanist­as de distinta procedenci­a alrededor de la figura de Artur Mas. Un nuevo sujeto político, de contornos difusos, que dejará definitiva­mente atrás 40 años de pujolismo, sin la inmediata desaparici­ón formal de CiU. Será una mutación a la italiana. Aires renzianos del Partido Democrátic­o. Acentos de centroizqu­ierda superpuest­os a los discursos liberales y jansenista­s de hace cinco años. El aderezo de los Soberanist­es d’Esquerra (la última de Ferran Mascarell, inventor en los años ochenta de los Homes i Dones d’Esquerra que transporta­ron una última hornada de profesiona­les urbanos al PSC). Alegorías a la nueva política. Figuras mediáticas y camisas sin corbata. El nuevo Reagrupame­nt. Con ERC, o sin ERC.

Agobiado por un octubre desastroso, Rajoy quiere que el PP sea el Partido del Presidente que dice un no más fuerte que nunca al soberanism­o catalán –¿lo oyes bien, elector tentado de votar a Ciudadanos o a UPyD?–. No a las tesis de reforma constituci­onal; no, en esta legislatur­a. No a la dispersión del centrodere­cha. No al miedo escénico ante unas municipale­s que podrían ser el Annual de la derecha. El Partido del Presidente se dispone a empapelar al presidente de la Generalita­t para que no quede duda de quién es el máximo defensor de la unidad de España. Con lo cual, la secuencia 11-9-11 (del once del nueve al nueve del once) concluye con la siguiente paradoja: el Partido del Presidente propulsa al Partit del President.

ERC pone los ojos como platos y repasa los mapas gramsciano­s del profesor Joan Manuel Tresserras para rehacer la ruta. Y el PSOE de Pedro Sánchez se atreve a levantar la voz, intuyendo espacios de moderación y maniobra en el interior de la refriega. Sánchez está dando señales de valentía. Estos días dice cosas que no gustan al grupo dirigente socialista de Sevilla.

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