Empapelando
El presidente del Gobierno fue protagonista ayer de una singular comparecencia pública. Singular puesto que no son muchas las ocasiones en que decide someterse a las preguntas de los periodistas. Singular, también, por un discurso que giró en torno a un único argumento. Y singular por el planteamiento escénico, ya que en esta ocasión los servicios de la Presidencia evitaron que hablara en la elegante sala de Columnas del palacio de la Moncloa, donde Mariano Rajoy suele aparecer por un pasillo, con ímpetu y voluntad, a la norteamericana manera, dejando atrás un fondo arbolado y luminoso que da perspectiva y profundidad al plano televisivo.
Ayer hubo poca perspectiva, la profundidad adquirió forma de túnel abovedado –el túnel que conduce a las elecciones municipales de mayo– y el presidente accedió a la sala de prensa monclovita a través de una puerta disimulada en la pared. Visto y no visto, entró en escena como movido por un resorte.
Traje oscuro, camisa blanca y porte grave. Directo al grano: el Gobierno y el partido que lo sustenta se afirman y reafirman como garantes la soberanía nacional de España. Rajoy dio por inaugurado el túnel argumental que ha de conducir al Partido Popular a las elecciones municipales y autonómicas (13 regiones) de mayo, en las que el centroderecha español, hoy con unas encuestas pésimas, puede que se juegue la integridad. En el interior del túnel resonarán durante más de medio año tres ideas que se resumen en una: unidad, unidad, unidad. Unidad del partido. Unidad en torno al Gobierno. Unidad de España.
Ha llegado la hora de los partidos del Presidente. En Catalunya se están tejiendo, aceleradamente, los mimbres del ‘Partit del President’, la agregación de catalanistas y soberanistas de distinta procedencia alrededor de la figura de Artur Mas. Un nuevo sujeto político, de contornos difusos, que dejará definitivamente atrás 40 años de pujolismo, sin la inmediata desaparición formal de CiU. Será una mutación a la italiana. Aires renzianos del Partido Democrático. Acentos de centroizquierda superpuestos a los discursos liberales y jansenistas de hace cinco años. El aderezo de los Soberanistes d’Esquerra (la última de Ferran Mascarell, inventor en los años ochenta de los Homes i Dones d’Esquerra que transportaron una última hornada de profesionales urbanos al PSC). Alegorías a la nueva política. Figuras mediáticas y camisas sin corbata. El nuevo Reagrupament. Con ERC, o sin ERC.
Agobiado por un octubre desastroso, Rajoy quiere que el PP sea el Partido del Presidente que dice un no más fuerte que nunca al soberanismo catalán –¿lo oyes bien, elector tentado de votar a Ciudadanos o a UPyD?–. No a las tesis de reforma constitucional; no, en esta legislatura. No a la dispersión del centroderecha. No al miedo escénico ante unas municipales que podrían ser el Annual de la derecha. El Partido del Presidente se dispone a empapelar al presidente de la Generalitat para que no quede duda de quién es el máximo defensor de la unidad de España. Con lo cual, la secuencia 11-9-11 (del once del nueve al nueve del once) concluye con la siguiente paradoja: el Partido del Presidente propulsa al Partit del President.
ERC pone los ojos como platos y repasa los mapas gramscianos del profesor Joan Manuel Tresserras para rehacer la ruta. Y el PSOE de Pedro Sánchez se atreve a levantar la voz, intuyendo espacios de moderación y maniobra en el interior de la refriega. Sánchez está dando señales de valentía. Estos días dice cosas que no gustan al grupo dirigente socialista de Sevilla.