Visibles
Hace unos días se celebró la Asexual Awareness Week (Semana de Concienciación de los Asexuales), que cada otoño se organiza en distintas capitales del mundo para potenciar la “visibilidad” de los que deciden vivir sin sexo aunque sin renunciar a las relaciones sentimentales. Por lo visto el número de asexuales conscientes crece cada año (no sabemos si por razones medioambientales o porque la Semana de Concienciación es tan efectiva que cada vez más gente se da cuenta de que el sexo le importa un pito); en cualquier caso, me parece evidente que su opción es la mar de respetable. Tan respetable que no consigo entender por qué necesitan dedicarle una semana de jaleo, ni por qué se empeñan en llevar adelante una campaña para conseguir visibilidad y aceptación social... ¿No podrían limitarse a no hacerlo? (Al fin y al cabo, ha existido siempre esta posibilidad: sólo hay que elegirla y nadie te crucificará por ello)... Pues no: ¡Quieren que todos sepamos que no lo hacen! ¡Quieren que el no hacerlo se convierta en una más de las opciones sexuales convencionales! Desean reconocimiento, quieren que los ciudadanos, en el momento de elegir una opción sexual (ocurre mayormente en la adolescencia y, por lo general, no se elige, aunque ahora parece que sí), puedan marcar la opción “sin sexo” en el desplegable. Un desplegable que a su vez se subdespliega, pues los asexuales se dividen en heterorrománticos, homorrománticos, birrománticos y demisexuales, uf.
Yo no le vería a esto el menor problema si no fuera porque, en la práctica, tanto reconocimiento social de opciones variadas se traduce en miles de adolescentes desorientados que creen poder tener ante ellos un amplio abanico de posibilidades. Cuentan los especialistas en crisis de adolescencia que cada día más criaturas expresan este tipo de preguntas sin haber experimentado ningún síntoma que justifique sus dudas: “¿Y si resulta que soy lesbiana?”, “¿y si sólo me interesa el onanismo?”. Ahora también pueden decir: “¿Y si fuera demisexual?”, porque la cuestión es ser algo, tener un diagnóstico (“¿Acaso todas mis angustias son debidas a que soy birromántico y no lo sé?”), etcétera. Gran parte de los jóvenes ya no se plantean su orientación sexual como algo natural o como un destino al que no pueden ni deben renunciar, sino como una elección que pueden hacer en el gran supermercado global de las opciones sexuales. Y cuantas más mejor porque la libertad, dicen, es eso: tener ante sí muchas opciones para poder decidir... Yo es que siempre imaginé a los seres libres huyendo de ser clasificados. Los imaginaba sin nombre, sin etiqueta, escapando del catálogo, casi invisibles, renegando incluso del deber de decidir... En fin, debieron de ser sólo eso: imaginaciones mías.
Quieren que la asexualidad sea una opción convencional, presente en el desplegable de opciones sexuales