La política no puede ser obtusa
Ha habido declaraciones, muchas declaraciones, contactos a tres bandas entre Joan Rigol, Pedro Arriola y José Enrique Serrano, varias sentencias del Tribunal Constitucional, más de dos millones de catalanes votando en un proceso participativo, ruedas de prensa y tomas de posición inalterables de las dos partes.
Ha transcurrido el 9-N y, después de escuchar ayer a Artur Mas en el Parlament y luego a Mariano Rajoy en una rueda de prensa, se tiene la impresión de que poco se ha avanzado en el terreno de los principios inamovibles respectivos. En cuestiones políticas y en temas opinables los principios deberían ser dúctiles y flexibles. No hay constituciones eternas ni procesos de independencia cerrados y definitivos. La historia nos lo indica.
La Primera Guerra Mundial empezó por una serie de errores concatenados y acabó en confusión, millones de muertes y un rediseño de fronteras sobre las cenizas de los imperios caídos. Ha pasado un siglo y no se pueden establecer comparaciones de ningún tipo por la dimensión y trascendencia
Tenemos la suerte de formar parte de Europa, donde el uso de la fuerza sería inaceptable
del conflicto que se está desarrollando entre España y Catalunya.
Ayer dijo Artur Mas en el Parlament que “el Estado ya no nos da miedo” y que el plan de ruta trazado al día siguiente del proceso participativo se basaría en conseguir un referéndum con todas las garantías legales, pactado con el Estado y refrendado en las urnas. O se aceptaba esta propuesta o se celebrarían elecciones con carácter plebiscitario que podrían desembocar en un referéndum definitivo sobre la independencia.
Salió, por fin, el presidente del Gobierno y cerró todas las puertas a un acuerdo en cualquiera de los dos puntos. Mariano Rajoy desautorizó la votación del domingo, le quitó importancia, y sacó la verdad constitucional para afirmar que se opondría a cualquier reforma que “liquide la soberanía nacional”. Estamos, por lo tanto, donde estábamos hace dos años.
Artur Mas es empujado por el carro de la dinámica independentista al que que se subió poco después de las elecciones del 2012, y Mariano Rajoy es prisionero de los sectores de su partido que le exigen que dé la cara para preservar la unidad nacional. Es inútil en estas circunstancias invocar terceras vías o aproximaciones parciales. Si hay querella contra Mas y algunos de sus consejeros sería un error con dimensiones políticas irreparables. Sería peor que un crimen, sería un error, según Talleyrand.
Tenemos la suerte de formar parte de Europa, donde el uso de la fuerza sería inaceptable. De ahí la proporcionalidad de las decisiones adoptadas el domingo por la Fiscalía, es decir, evitar el espectáculo de policías retirando urnas y cerrando el paso a ciudadanos con papeletas en la mano. El choque, dialéctico al menos, ya se ha producido. Hará falta inteligencia y cintura política para evitar males mayores.