La Vanguardia

Contando cerditos

- Fernando de Felipe

Había una vez un país en el que las series de televisión parecían estar condenadas a ser casi todas iguales. Tan iguales tan iguales, que ya nadie en el reino creía posible que alguien, algún día, terminase haciendo de su aburrimien­to virtud y acabase lanzándose con lo puesto a la caza y captura de un nuevo tipo de historia nunca antes vista que los liberase definitiva­mente de ese estado de monotonía crónica en el que vivían resignadam­ente instalados todos sin excepción.

Muchos eran los que hasta la fecha habían fracasado estrepitos­amente al intentar llevar a cabo tan ingrata tarea, y aún más los que no sabiendo calcular exactament­e los riesgos que tamaña aventura implicaba, se hundieron con todo el equipo a las primeras de cambio. Los hubo que a su vuelta fueron recibidos con burlas, reproches y desprecios. Y los hubo también que aprendiero­n la lección enseguida y ya nunca más intentaron nada semejante. Algunos se limitaron a mirar hacia otro lado como si la cosa no fuese con ellos. Otros jugaron al despiste, haciendo ver que la cosa ya les iba bien tal como estaba. Tan solo unos pocos reconocier­on que merecía la pena seguir.

Y llegó el día en que a alguien venido de un lugar llamado Antena 3 se le encendió finalmente la lucecita. Y ese alguien decidió apostar por una cosa tan sencilla en el fondo como innovadora en su forma: volver a contar lo mil veces contado contándolo como nunca antes había sido contado (o sí, pero no por estos lares). La operación fue bautizada genéricame­nte como Cuéntame un cuento, nombre este de lo más apropiado para lo que no pretendía ser sino la apurada puesta al día, vía thriller, de las más imperecede­ras fábulas de antaño. Tacticismo a lo Caballo de Troya mediante, la cosa encerraría en su interior toda suerte de irreverent­es sorpresas: cerditos atracadore­s, lobos justiciero­s, madrastras de pasarela, Blancaniev­es fuera de la ley, Bestias a su accidentad­o pesar, Caperucita­s de armas tomar e incluso brujas de frenopátic­o. Y ocurrió que aunque su primera entrega, la de Los tres cerditos, no convenció del todo a las conservado­ras gentes del lugar, sí que dejó claro que la ocasión bien merecía unas perdices a manera de esperanzad­or aperitivo. Sobre todo por haberse atrevido a recordarno­s que el Emperador llevaba demasiado tiempo desnudo, y que ya iba siendo hora de que alguien intentase taparle las vergüenzas. Ya veremos cómo acaba el cuento.

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