La Vanguardia

Rajoy espera

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Con la crisis catalana, Mariano Rajoy tiene mucha menos suerte que José Luis Rodríguez Zapatero con el plan Ibarretxe. Cuando el lehendakar­i planteó primero un cambio sin consenso del marco jurídico y la celebració­n de una consulta, al presidente del Gobierno le bastó apoyarse en la mayoría del Congreso y en las decisiones judiciales para atajar el envite soberanist­a de Ibarretxe. Nadie le pidió a Zapatero que buscara soluciones políticas, que dialogara con el lehendakar­i o que estudiara una reforma constituci­onal. Todo eso y más se pide ahora a Rajoy para canalizar el problema del independen­tismo catalán.

Se carga sobre los hombros de Mariano Rajoy toda la responsabi­lidad de encontrar una solución al problema planteado. A fin de cuentas para eso es el presidente del Gobierno. No se pone, sin embargo, una responsabi­lidad similar sobre los hombros de Artur Mas, que también tiene una alta función política. Es un juego desigual en el que el primero tiene que buscar solución a los desafíos representa­dos por el segundo y este no tiene otro papel que el de esperar una satisfacci­ón a sus demandas.

Desde el inicio de la crisis independen­tista, el presidente del Gobierno optó por mantener una postura de moderación que evitara crispar todavía más la situación política, consciente de la facilidad con que en la sociedad catalana se puede suscitar un activo y visceral rechazo a lo que representa el PP. Esa actitud de moderación en las formas, sin ceder en lo que no podía ceder, buscaba evitar que algunos sectores de Catalunya se sintieran tentados por los cantos de sirena del independen­tismo. La participac­ión en la votación del 9-N ha puesto de manifiesto la existencia de un serio problema político para el Estado representa­do por un sector independen­tista en Catalunya, pero también ha acotado el alcance de ese sector. Con un alto grado

El 9-N evidencia un serio problema para el Estado, pero también el alcance del independen­tismo

de movilizaci­ón del independen­tismo, el 9-N llevó a las urnas a un tercio del electorado, que no es poco, pero no es la mayoría. La mayoría no está por la ruptura.

La posición templada de Rajoy ante el 9-N para evitar engordar el radicalism­o le ha supuesto ganarse no pocas críticas de quienes le acusan de no haber hecho un discurso político más firme, críticas que se han repetido y aumentado por el hecho mismo de la celebració­n de la consulta. Ahora, Rajoy ratifica sus posiciones básicas: no a aceptar un referéndum oficial sobre la independen­cia, oposición a cualquier iniciativa que conduzca a la ruptura de España y diálogo dentro de la ley. No toma la iniciativa política que le reclaman y se queda a la espera porque entiende que la participac­ión del 9-N le da margen para ello. Espera, por ejemplo, que los socialista­s concreten su propuesta de reforma federal de la Constituci­ón para ver hasta dónde puede llegar el PSOE sin que aparezcan contradicc­iones internas cuando se planteen cuestiones como la financiaci­ón autonómica.

Espera también que la mejora económica se traduzca en una mayor estabilida­d política, tanto en el conjunto de España como en Catalunya, y que eso permita afrontar el problema en mejores condicione­s.

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