La apasionante aventura de Rosetta
HACE un decenio que la exploración del sistema solar no ofrecía un episodio tan apasionante como el de la sonda Philae, que el miércoles se posó en el cometa 67P, un astro que viaja a 55.000 kilómetros por hora. Dicha sonda ha llegado a su destino a bordo de la nave Rosetta, tras diez años de viaje. Se trata de un proyecto de la Agencia Espacial Europea perfilado treinta años atrás, dotado con un presupuesto de 1.300 millones de euros, cuyo objetivo es estudiar el origen de la vida y aclarar si los cometas trajeron el agua de los océanos y otras materias primas vitales a la Tierra.
El proyecto Rosetta constituye en su conjunto un tremendo desafío técnico y científico. Dicha nave fue lanzada a principios de marzo del 2004, y desde entonces ha orbitado cinco veces alrededor del sol, ha cubierto una distancia de 6.550 millones de kilómetros y ha llegado al cometa 67P cuando este se hallaba a 400 millones de kilómetros de la Tierra.
El miércoles se vivieron horas de enorme tensión en el centro de seguimiento de Darmstadt (Alemania), cuando la sonda se desprendió de la nave e inició su descenso hacia el cometa, que duró siete horas. Los riesgos de fracaso en ese momento crucial fueron muy importantes. Pero la sonda se posó en el cometa y em- pezó de inmediato a recoger y enviar datos in situ. Ayer, los científicos que monitorizan la operación expresaron su preocupación porque la sonda estaba en una zona umbría, lo que amenazaba la posibilidad de recargar sus baterías solares tal y como está previsto.
Hubo antes otras misiones que tuvieron por objetivo un cometa. Pero ninguna de ellas logró orbitar alrededor de él, ni posarse en él, ni aspiró, como aspira la sonda Philae, a acompañarlo en su aproximación hacia el sol. En todas estas fases la sonda ha recogido o espera seguir recogiendo valiosísima información.
El elevado coste de una misión espacial como esta puede suscitar ciertas reservas. Pero no entre quienes consideran el paulatino conocimiento de cuanto nos rodea como una obligación ineludible de todas y cada una de las generaciones humanas. La investigación básica, ya sea en el laboratorio o en el espacio abierto, puede ser cuestionada por quienes esperan de ella un rendimiento inmediato que, dada su naturaleza especulativa, difícilmente puede ofrecer. Pero eso no debe hacernos olvidar que sin investigación básica no hay después investigación aplicada, de la que sí se deriva conocimiento transformado en nuevas herramientas. Ni que sin investigación aplicada no hay superación de los límites ni progreso de la especie humana.