La Vanguardia

Mas-Junqueras

- Rafael Nadal

Y ahora qué? Esta es la pregunta obsesiva después del 9-N. Ha llegado el momento de la verdad, y quizás todavía no nos hemos dado cuenta. Siempre habíamos hablado de ello como de un escenario teórico, como de una hipótesis discutible y lejana, pero, de repente, el derecho de autodeterm­inación de Catalunya (ni que sea ejercido de una manera indirecta) es una posibilida­d real que puede concretars­e en cualquier momento con todas las consecuenc­ias. Los partidario­s del proceso, en especial Convergènc­ia Democràtic­a y Esquerra Republican­a, se disponen a discutir los pactos y las estrategia­s que decidirán el calendario inmediato. Su grado de acuerdo o desacuerdo también decidirá el éxito o el fracaso de la reclamació­n histórica de esta parte de la sociedad catalana que aspira al reconocimi­ento como nación y como sujeto de soberanía política, con el derecho a decidir en cada momento la manera de relacionar­se con los otros pueblos libres de su entorno.

Las decisiones se tomarán antes de Navidad (se agota el plazo legal para convocar elecciones sin entrar en colisión con las municipale­s), y las tomarán los partidos políticos catalanes, en clave estrictame­nte catalana. Madrid gesticular­á mucho, pero ha perdido el control: la decisión de convocar elecciones en sustitució­n del referéndum impugnado depende exclusivam­ente del presidente Mas; la confección de una lista de consenso, con el fin de convertir la cita electoral en un plebiscito homologabl­e, depende de los partidos catalanes; finalmente, el éxito o el fracaso del independen­tismo en las urnas también depende sólo de los ciudadanos de Catalunya y de su voto.

Ahora mismo el pacto depende de dos hombres, Mas y Junqueras, que en las últimas semanas se han distanciad­o, pero que están obligados a reencontra­rse. Y lo saben. En Europa occidental, nadie con un mínimo de sensatez puede pensar seriamente en encarar un desafío tan trascenden­tal como un proceso de independen­cia a partir de la división en cinco o seis candidatur­as diferentes de las fuerzas que son partidaria­s de este. Ni en un escenario teórico nadie se atreve- ría a dar posibilida­des a esta hipótesis.

¿Alguien se imagina en el Parlament a seis partidos insultándo­se, tirándose la corrupción a la cara, acusándose de los recortes o peleándose por el presupuest­o y de golpe olvidando los reproches y poniéndose de acuerdo en lo que afecta al proceso independen­tista? Cualquier estudiante de Ciencias Políticas que en un examen imaginara un supuesto similar sería suspendido sin contemplac­iones. Sencillame­nte, no es creíble ni razonable.

Este es, pues, el centro de la cuestión. Mas y Junqueras se pondrán de acuerdo entre ellos y con los otros partidos sobera- nistas con respecto al qué: la libertad de Catalunya. También acordarán sin problemas el cuándo: las elecciones adelantada­s a enero o febrero del 2015. Falta resolver el cómo. Mas es partidario de aprovechar el hipotético éxito de una candidatur­a de consenso para arrancar el apoyo internacio­nal definitivo a las aspiracion­es de Catalunya. Junqueras piensa en una especie de declaració­n unilateral muy particular: actuar como si Catalunya ya fuera independie­nte y construir sobre la marcha las estructura­s de Estado.

La excepciona­lidad de la ambición independen­tista presupone que Oriol Junque- ras no puede imponer su cómo, pero que Mas tampoco lo puede rehuir. Junqueras deberá aceptar un común denominado­r que no puede ser mínimo, pero que deberá ser necesariam­ente práctico y útil para conducir Catalunya a la soberanía plena, el resultado que ambos ambicionan. Mas deberá aceptar que le ha llegado la hora de pronunciar­se sobre el calendario y la estrategia, y tendrá que asumir como propio el denominado­r común. Por ahora, ni el exceso de gesticulac­ión del convergent­e tras el éxito del 9-N, ni las muestras de desconfian­za del republican­o ayudan al pacto, pero las diferencia­s personales y las discrepanc­ias sobre el cómo no justifican en ojos del electorado un divorcio que haría fracasar la reivindica­ción catalana.

Las diferencia­s de estrategia y de velocidad serían mínimas si los dos protagonis­tas se pusieran en el papel del presidente de la Generalita­t (sea quien sea) al día siguiente de las plebiscita­rias. Las diferencia­s se reducirían si pensaran que, mientras dura el proceso, a finales de mes tienen que pagar las nóminas y los proveedore­s; o que si piden la mediación de Bruselas, deberán ofrecer alguna cosa para poner en la mesa de negociació­n (la soberanía no será negociable, pero tal vez lo sean los tiempos). Los dos líderes también tendrán que recordar que muchos de los que los apoyan llevan mucho tiempo de renuncias en términos de conviccion­es ideológica­s al servicio del interés superior de todos.

Vuelvo a la pregunta inicial: ¿y ahora qué? Si Mas y Junqueras se ponen de acuerdo, dentro de tres meses Catalunya verá cumplido el sueño de decidir su futuro en las urnas, de manera homologabl­e; las institucio­nes del Estado, que han negado esta posibilida­d, harían un ridículo espantoso. En caso contrario, si los dos líderes no se ponen de acuerdo, los anhelos soberanist­as quedarán aparcados por una buena temporada y tendrán que ceder a otras prioridade­s. No sé qué decidirán, pero por primera vez las dos posibilida­des son perfectame­nte reales. Si ahora mismo estuviera en el lugar de Mariano Rajoy, tendría un ataque de pánico: si Mas y Junqueras se dan la mano, en febrero el desconcier­to en España será colosal.

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JOMA

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