Mas-Junqueras
Y ahora qué? Esta es la pregunta obsesiva después del 9-N. Ha llegado el momento de la verdad, y quizás todavía no nos hemos dado cuenta. Siempre habíamos hablado de ello como de un escenario teórico, como de una hipótesis discutible y lejana, pero, de repente, el derecho de autodeterminación de Catalunya (ni que sea ejercido de una manera indirecta) es una posibilidad real que puede concretarse en cualquier momento con todas las consecuencias. Los partidarios del proceso, en especial Convergència Democràtica y Esquerra Republicana, se disponen a discutir los pactos y las estrategias que decidirán el calendario inmediato. Su grado de acuerdo o desacuerdo también decidirá el éxito o el fracaso de la reclamación histórica de esta parte de la sociedad catalana que aspira al reconocimiento como nación y como sujeto de soberanía política, con el derecho a decidir en cada momento la manera de relacionarse con los otros pueblos libres de su entorno.
Las decisiones se tomarán antes de Navidad (se agota el plazo legal para convocar elecciones sin entrar en colisión con las municipales), y las tomarán los partidos políticos catalanes, en clave estrictamente catalana. Madrid gesticulará mucho, pero ha perdido el control: la decisión de convocar elecciones en sustitución del referéndum impugnado depende exclusivamente del presidente Mas; la confección de una lista de consenso, con el fin de convertir la cita electoral en un plebiscito homologable, depende de los partidos catalanes; finalmente, el éxito o el fracaso del independentismo en las urnas también depende sólo de los ciudadanos de Catalunya y de su voto.
Ahora mismo el pacto depende de dos hombres, Mas y Junqueras, que en las últimas semanas se han distanciado, pero que están obligados a reencontrarse. Y lo saben. En Europa occidental, nadie con un mínimo de sensatez puede pensar seriamente en encarar un desafío tan trascendental como un proceso de independencia a partir de la división en cinco o seis candidaturas diferentes de las fuerzas que son partidarias de este. Ni en un escenario teórico nadie se atreve- ría a dar posibilidades a esta hipótesis.
¿Alguien se imagina en el Parlament a seis partidos insultándose, tirándose la corrupción a la cara, acusándose de los recortes o peleándose por el presupuesto y de golpe olvidando los reproches y poniéndose de acuerdo en lo que afecta al proceso independentista? Cualquier estudiante de Ciencias Políticas que en un examen imaginara un supuesto similar sería suspendido sin contemplaciones. Sencillamente, no es creíble ni razonable.
Este es, pues, el centro de la cuestión. Mas y Junqueras se pondrán de acuerdo entre ellos y con los otros partidos sobera- nistas con respecto al qué: la libertad de Catalunya. También acordarán sin problemas el cuándo: las elecciones adelantadas a enero o febrero del 2015. Falta resolver el cómo. Mas es partidario de aprovechar el hipotético éxito de una candidatura de consenso para arrancar el apoyo internacional definitivo a las aspiraciones de Catalunya. Junqueras piensa en una especie de declaración unilateral muy particular: actuar como si Catalunya ya fuera independiente y construir sobre la marcha las estructuras de Estado.
La excepcionalidad de la ambición independentista presupone que Oriol Junque- ras no puede imponer su cómo, pero que Mas tampoco lo puede rehuir. Junqueras deberá aceptar un común denominador que no puede ser mínimo, pero que deberá ser necesariamente práctico y útil para conducir Catalunya a la soberanía plena, el resultado que ambos ambicionan. Mas deberá aceptar que le ha llegado la hora de pronunciarse sobre el calendario y la estrategia, y tendrá que asumir como propio el denominador común. Por ahora, ni el exceso de gesticulación del convergente tras el éxito del 9-N, ni las muestras de desconfianza del republicano ayudan al pacto, pero las diferencias personales y las discrepancias sobre el cómo no justifican en ojos del electorado un divorcio que haría fracasar la reivindicación catalana.
Las diferencias de estrategia y de velocidad serían mínimas si los dos protagonistas se pusieran en el papel del presidente de la Generalitat (sea quien sea) al día siguiente de las plebiscitarias. Las diferencias se reducirían si pensaran que, mientras dura el proceso, a finales de mes tienen que pagar las nóminas y los proveedores; o que si piden la mediación de Bruselas, deberán ofrecer alguna cosa para poner en la mesa de negociación (la soberanía no será negociable, pero tal vez lo sean los tiempos). Los dos líderes también tendrán que recordar que muchos de los que los apoyan llevan mucho tiempo de renuncias en términos de convicciones ideológicas al servicio del interés superior de todos.
Vuelvo a la pregunta inicial: ¿y ahora qué? Si Mas y Junqueras se ponen de acuerdo, dentro de tres meses Catalunya verá cumplido el sueño de decidir su futuro en las urnas, de manera homologable; las instituciones del Estado, que han negado esta posibilidad, harían un ridículo espantoso. En caso contrario, si los dos líderes no se ponen de acuerdo, los anhelos soberanistas quedarán aparcados por una buena temporada y tendrán que ceder a otras prioridades. No sé qué decidirán, pero por primera vez las dos posibilidades son perfectamente reales. Si ahora mismo estuviera en el lugar de Mariano Rajoy, tendría un ataque de pánico: si Mas y Junqueras se dan la mano, en febrero el desconcierto en España será colosal.