La Vanguardia

¿Podemos es Podemos?

Viste de revolución lo que acabará siendo una reforma controlada para sanear el sistema

- Francesc-Marc Álvaro

Todas las encuestas dicen que el nuevo partido Podemos de Pablo Iglesias va a romper los esquemas cuando hayan elecciones. Los sondeos detectan que, entre una parte considerab­le de electores, hay ganas de castigar a los partidos de siempre y tener confianza en una organizaci­ón que ha conseguido tres cosas: diagnostic­ar de manera plausible muchos problemas colectivos, utilizar un lenguaje claro que no expulsa a la gente y prometer una dosis alta de regeneraci­ón general para salir del hoyo. El estilo de Iglesias es inteligent­e y huye de las imposturas del peor profesiona­lismo político sin caer en el amateurism­o. La prudencia con que los jefes máximos de Podemos hablan de Catalunya indica, por ejemplo, que tienen muy claro qué quieren decir y qué no. Y que calculan los perímetros sensibles de su capacidad de atracción.

La pregunta del millón no es si Podemos puede gobernar. Pienso que Iglesias podría gobernar y que quizás lo hará antes de lo que pensamos. La pregunta más importante es otra: ¿qué es, de verdad, Podemos? Un buen amigo, que hace muchos años que respira en los ambientes de las izquierdas alternativ­as, tiene una tesis que me parece sugerente y que he confirmado gracias a otras fuentes, próximas al mundo de las élites financiera­s: Podemos no es Podemos, sino una versión 2.0 de un PSOE de 1982 para el siglo XXI. Es decir, Podemos viste de revolución lo que acabará siendo una reforma controlada para sanear el sistema, en la medida en que los poderes informales –fácticos, en lenguaje clásico– lo permitirán y estarán de acuerdo en ello. Porque los poderes informales son conservado­res pero no idiotas. Iglesias no quiere romper el juguete, Iglesias aspira a ser un nuevo Felipe González, de acuerdo con lo que ahora se lleva.

Para saber si este pronóstico es erróneo o no, sólo habrá que observar qué hacen o qué dicen los grandes bancos españoles sobre y con Podemos. Un proyecto político puede empezar con recursos conseguido­s voluntario­samente desde abajo, pidiendo cinco euros a la tía y cinco euros al vecino. Tiene un aire romántico que gusta, sobre todo cuando los otros –los que mandan– utilizan tarjetas de la tiniebla. Pero es muy difícil llegar a conquistar cuotas significat­ivas de poder institucio­nal sin sentarse con los financiero­s de turno, hombres y mujeres (ahora también alguna) que están acostumbra­dos a ver pasar líderes de todo tipo por sus despachos. Las campañas cuestan muchos euros y no se puede confiar sólo en Twitter.

Podemos da menos miedo a los que cortan el bacalao que hace medio año. También ayuda a ello un dato evidente: a medida que estallan escándalos de corrupción, aumenta la buena gente de Madrid, Santander o Murcia que ve Podemos como la única manera de decir que no quieren estar en manos de cínicos y de inútiles.

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