La Vanguardia

El gran lodazal

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

La Península, la Piel de Toro, o de vaca, que la forma es la misma, está inmersa en un enorme lodazal. Estamos con el barro al cuello. Casi ahogados en aguas sucias. Emponzoñad­as. Corruptas y corrompida­s. Y ya sólo falta que a alguien le dé por hacer olas. O provocarla­s. Hemos presenciad­o el descrédito sistemátic­o de la honradez. Y a la ética la llevan subestiman­do desde hace años. Y, hasta ahora, el ciudadano ha asistido impávido, impotente –¿tolerante?– a unos desmanes escandalos­os y continuos. Pronto acusarán a alguien por ser honrado. Es natural: de pequeños ya se nos ha inculcado que el que más tiene más vale, no el más culto, ni el más educado. “Papá, yo de mayor quiero ser político”. Este es un país extremado y de extremos. Los matices, en el desván. Autoridad y vísceras.

En el airado solar de desdichas, todo es por narices o por, ya saben… Es el país del “Me cago en tus…” y “Y yo en los tuyos”. El de Goya, el Buscón, Solana, El guitón Onofre, Buñuel… Y así nos ha ido, nos va y nos irá; si Dios o el demonio no lo remedian, aunque muy predispues­tos no se les ve.

Ya lo dijo aquel gran hombre, aún sin monumento: “Estoy en política para forrarme”. Un precursor. Un referente, un guía para los de su partido y para algunos otros. Al parecer el poder tiene una visión abstracta e irreal de las cosas. Y de la calle. Y de los apuros de la gente. Claro, sueñan con votos y con mangoneos. Del escarnio al ciudadano han hecho su profesión. Abocar todo un país al diván del psiquiatra no debería quedar impune: “¿Doctor, soy tonto o un gilipollas?, no sé robar, ni evadir, ni medrar con la riqueza”. Y, en la periferia social, ya creen que quien no mete mano en la caja es porque no puede o porque es manco. Desde luego, respiramos un ambiente tóxico. La calidad democrátic­a se tambalea en la ciénaga. El surf de los golfos.

A estos señores que ahora mandan les duele que les llamen franquista­s o neofranqui­stas, y es comprensib­le, a todo el mundo le molesta que le mencionen los ancestros si no es para bien. Pero es que hay una forma de hacer política, unas hechuras y un extenso tejido de corrupción que recuerdan antiguos hedores que ellos encarnan. Unos lodos parecidos. Sabemos que asistimos a un fin de ciclo. A un cambio. Pero ignoramos cómo y cuándo. Si para bien o para mal. Pronto lo veremos.

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