La Vanguardia

La larga resaca del Bernabeu

- José María Brunet

El lenguaje futbolísti­co tiene muchos tópicos en los que refugiarse. En particular, ante las caídas y los reveses. Para animarse tras una derrota o para dar idea de que todo error puede enmendarse, suele decirse, por ejemplo, que la Liga es larga. Se trata de un argumento de consuelo, con el que no cabe distraerse.

La Liga es larga, en efecto, pero precisamen­te por eso son importante­s los incidentes de recorrido. El resultado del Barça en el Bernabeu, por ejemplo, fue uno de ellos, y no parece superado del todo. De cualquier tropezón hay que extraer rápidament­e consecuenc­ias. La resaca del Bernabeu sólo se superará con una receta clásica, la de la estabilida­d.

Si la afición blaugrana –por fin la Real Academia Española (RAE) ya ha aceptado este adjetivo– está inquieta es porque aprecia inestabili­dad en el equipo. Un mal resultado se digiere. Pero la sensación de que faltan ideas claras produce mayor desasosieg­o.

El principal reto de Luis Enrique es ahora transmitir a la afición –y a los rivales– la impresión fundada de que hay un bloque, una estructura, un funcionami­ento armónico del equipo, y no muchas pruebas y soluciones de emergencia. Los ensayos de laboratori­o quizá se realizan mejor, y con mayor tranquilid­ad, en los entrenamie­ntos. Al césped hay que saltar siempre en despliegue de batalla, como las legiones romanas, sabiendo pasar en segundos de la formación en cuadro o en cuña al cierre de filas en estrategia de tortuga, escudos al aire y agazapados.

Esa imagen de fortaleza es la que, desde el malhadado partido del Bernabeu, el Barça no ha sabido trasladar hasta ahora. Bienvenida­s sean las genialidad­es y los destellos, pero hace falta base. Que cada uno ocupe su lugar

No tiene sentido que en partidos como el jugado contra el Almería hubiera que llamar a los bomberos

y sepa hacer su función una vez colocado en un esquema de grupo. Y para definir ese esquema básico ya se ha acumulado esta temporada experienci­a suficiente.

Tiene poco sentido, por ejemplo, que en partidos como el jugado contra el Almería hubiera que llamar a los bomberos. Y que al frente de los equipos de emergencia desembarca­ran Xavi Hernández, Luis Suárez y Neymar. La presencia de estos hoplitas del balón en el banquillo debería ser excepciona­l, casi noticia de portada. Para apreciar sus puntos fuertes no hay que haber visto mucho fútbol, aunque naturalmen­te son humanos y tienen días malos, sobre todo el delantero brasileño, pese a sus goles.

A Xavi, en cambio, hay que cuidarle especialme­nte. Es una lástima que no se pueda jugar con el tiempo. Igual que se encontró un tratamient­o para estimular el crecimient­o de Messi, habría que motivar a la industria farmacéuti­ca para que hallara el compuesto mágico –tal vez una derivación de la pócima de Astérix y los galos– que permitiera seguir contando con Xavi durante años. Si el reto es lograr estabilida­d, Xavi la proporcion­a siempre a manos llenas. En el campo, y delante de los micrófonos. Y esto último es importante, porque con unas declaracio­nes torpes se puede desestabil­izar a un equipo tanto o más que con un mal partido. Xavi, en cambio, enlaza las palabras con el mismo toque preciso con que distribuye el juego. Es, en suma, todo un antídoto contra las resacas.

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