La Vanguardia

El carro delante de los bueyes

- Artículo de CÉSAR MOLINAS

Es hora de recuperar los matices; es hora de reconocer la diversidad y la complejida­d de la sociedad catalana; es hora de intentar los compromiso­s. Es hora de tratar a los catalanes como ciudadanos adultos, llamándole­s a unas elecciones que admitan opciones matizadas y que permitan integrar sensibilid­ades diversas y complejas en una resultante política capaz de llegar a compromiso­s. Es hora de abrir paso a la política.

La consulta del 9-N –aunque hubiese podido celebrarse con todas las bendicione­s y garantías legales– no permitía matices, no integraba sensibilid­ades y no tenía posibilida­des de facilitar compromiso­s. Como se ha visto. Era una reducción binaria, en una pregunta confusa, de una situación política y social muy compleja. Era una llamada a una decisión trascenden­te, pero improvisad­a e inmadura, sobre un salto al vacío cuyas consecuenc­ias no han sido apenas debatidas en Catalunya. Esta improvisac­ión contrasta fuertement­e con el referéndum escocés celebrado el pasado septiembre. En esa ocasión, el proyecto de sociedad y los programas de gobierno se habían debatido en profundida­d y constaban en abundante documentac­ión con la que la ciudadanía estaba familiariz­ada y sobre la que el Gobierno escocés había adquirido un compromiso de cumplimien­to. La independen­cia escocesa se concebía como un medio para alcanzar esas ambiciones, nunca como un fin en sí misma. En Catalunya pasa todo lo contrario: la independen­cia se concibe como un fin en sí misma y se aplaza para el día después, o para cuando sea, la cuestión fundamenta­l de qué hacer con ella. Como he repetido muchas veces, eso es poner el carro delante de los bueyes.

El 9-N el pueblo de Catalunya, no los ciudadanos catalanes, estaba convocado a una especie de plebiscito consultivo sobre la independen­cia. La distinción es impor- tante. El “pueblo”, vocablo que me intranquil­iza, parece ser algo inmanente, relacionad­o en el caso catalán con la “voluntad de ser” que Vicens Vives creía la esencia de Catalunya. Yo no lo acabo de entender. Al pueblo no se le preguntan cosas intrascend­entes, como si cree que sus líderes son competente­s, o corruptos, o qué tipo de sociedad quiere, o cuántos impuestos quiere pagar. No. Al pueblo se le pregunta sólo lo esencial: si cree que ha llegado ya el momento de que Catalunya sea independie­nte. Y sin darle la oportunida­d de apartar la bandera con la que se envuelven sus líderes para que pueda ver qué hay debajo de las faldas. Por decirlo claro: el único pueblo con el que yo me siento cómodo es el Pueblo Español, es decir, el pequeño parque temático sito en montaña de Montjuïc de Barcelona. Los demás me dan muchísimo recelo.

Una apelación al pueblo siempre es divisiva, porque excluye de la comunidad inmanente a los discrepant­es. La dimensión de la falla tectónica producida en la sociedad catalana por el 9-N está por evaluar, pero yo me temo que es muy grande. Urge convocar a la ciudadanía a unas elecciones legislativ­as en las que, sea cual sea el resultado, nadie pueda sentirse excluido. Urge dar a los ciudadanos de Catalunya la oportunida­d de un voto matizado en el que puedan expresar su opinión no sólo sobre la independen­cia sino también sobre la idoneidad de sus gobernante­s actuales y la de los que aspiran a serlo. No soy partidario de las llamadas elecciones “plebiscita­rias” porque también son reduccioni­stas: hay que votar sobre el conjunto de problemas que afectan a la sociedad catalana –desempleo, corrupción, calidad de la educación y de la sanidad, impuestos, modelo de sociedad…– y también sobre el encaje de Catalunya en España. Los partidos políticos deberían explicitar con claridad sus propuestas para hacer frente a estos problemas y a los que no lo hagan yo creo que no se les debería votar. Hay que hacer un esfuerzo por volver a poner a los bueyes delante del carro.

El régimen político de 1978 está haciendo implosión. No sólo porque es incapaz de atajar la corrupción sistémica que lo corroe, a la que Catalunya no es ajena, sino porque no es capaz de dar solución a ninguno de los otros grandes problemas del país, que son los mismos que los que tiene que afrontar la sociedad catalana. Se ha llegado a una situación de fin de régimen. Ha comenzado ya un periodo en el que habrá crisis, tensión, catarsis, propuestas de reforma, cambio de equilibrio­s políticos… En algún momento se consolidar­á un nuevo régimen, necesariam­ente con una nueva organizaci­ón territoria­l del Estado. El reduccioni­smo independen­tista lleva a Catalunya a decir “esto no va conmigo, que hagan lo que quieran”. Creo que es un gravísimo error. Incluso los independen­tistas más radicales deberían estar muy interesado­s en lo que ocurre en un país vecino. En mi opinión la aportación catalana a una nueva transición española debe ser tan relevante, o más, que la de 1978.

Para ello hace falta una capacidad de compromiso y de persuasión que sólo puede salir de unas nuevas elecciones legislativ­as que habría que convocar cuanto antes.

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