La Vanguardia

El alcalde dormilón

- FRANCESC PEIRÓN

Dos asuntos de máxima actualidad en Nueva York, unidos por una misma actitud cotidiana. Algo guardan en común Bill de Blasio, el alcalde más alto de la ciudad en décadas, y Kim Kardashian, el más prominente trasero de la nueva cultura occidental. –La impuntuali­dad. Esta carencia de respeto por los otros, como lo definen expertos en conducta social, puede aceptarse como un integrante más de la bohemia que acompaña a la rotunda Kardashian.

Pero resulta inexcusabl­e cuando el protagonis­ta es el alcalde. Sus faltas de puntualida­d alcanzan la leyenda y el sonrojo. Ya se ha acuñado la expresión “el horario De Blasio”. ¿Cómo exigir responsabi­lidad a los niños por llegar tarde al colegio cuando su alcalde aparece en las portadas por perezoso y dormilón?

Esta es una charla entre padres y madres a las puertas de un colegio público de Manhattan. Los lates (retrasos) forman parte del currículum de esos escolares cuando acaban la primaria y han de pasar a la denominada middle school. Es un dato que condiciona que sean aceptados en el centro que desean.

Si esa circunstan­cia –el que a alguien se le peguen las sábanas– se hubiese analizado, De Blasio nunca habría sido elegido el pasado noviembre.

Salvó el escollo. Sin embargo, las amonestaci­ones le están cayendo desde todos los lados. Desde los reaccionar­ios tabloides al serio The New York Times. Desde el bando republican­o al de sus propios correligio­narios demócratas.

En la campaña electoral, De Blasio logró fama por un par de razones. Por su adaptación de la historia de las dos ciudades de Charles Dickens para denun- ciar la desigualda­d social. Y por su capacidad para llegar tarde a los actos que celebraba al inicio de la jornada. “No soy una persona de mañanas”, reconoció ante sus reiterados retrasos.

Tomó posesión el 1 de enero. Lo habitual al cambiar el año es hacer una lista

El cenit llegó el miércoles: familiares de un accidente aéreo conmemorar­on el aniversari­o sin esperarle

de promesas. Si el mayor se propuso ser puntual, su fracaso resulta incuestion­able. O tal vez, como escribió Samuel Beckett, “no existe pasión más poderosa que la pasión por la pereza”.

El político que tiene la vara de man- do de la ciudad ha convertido en hábito que la gente le espere. Da igual que sean periodista­s, hombres de negocios, niños o funcionari­os. Que sea un acto festivo o la firma de un decreto.

En enero, día de puertas abiertas de Gracie Mansion –residencia oficial del alcalde–, el anfitrión, que todavía vivía en Brooklyn, apareció una hora tarde. Este récord lo reiteró en junio, en una ceremonia de graduación.

Entre otros muchos incumplimi­entos matinales, el del pasado miércoles marca el cenit del enfado. Como su antecesor Michael Bloomberg cumplió cada año, De Blasio se comprometi­ó a asistir a la conmemorac­ión del accidente aéreo en el que murieron 265 personas, entre pasajeros y los que estaban en tierra.

Un avión comercial dominicano se estrelló en noviembre del 2001 en Belle Harbor, en el distrito de Queens. De Blasio debía estar ahí a las 9,05. En el mo- mento de marcar el instante del siniestro –9,16– no había rastro de él. Miriam Estrella, estudiante de 21 años, subió al estrado e hizo sonar la campana. Luego guardaron el pertinente silencio.

De Blasio apareció a las 9,24. Su equipo de prensa echó la culpa a la niebla. El alcalde había decidido desplazars­e hasta allí en una embarcació­n de la policía. Parecía lo más rápido.

No se excusó. Sólo lo hizo por la tarde, en otro acto, a preguntas de los informador­es. “Esta mañana no me encontraba bien –respondió–, he pasado una mala noche y me he despertado perezoso”.

Los republican­os le enviaron latas de Red Bull, bebida energética.

Curioso. También el pasado enero, y tras una nevada, la familia De Blasio, como tantas familias, se dedicó a sacar nieve. Dante, el hijo, apareció el último. “Le he llamado la atención –declaró el padre, Bill–, porque se ha dormido”.

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JEWEL SAMAD / AFP

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