La Vanguardia

Lo que el viento no se lleva

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No, los independen­tistas no son contrarios a la ley, ni los unionistas al voto. Pero que los independen­tistas crean que su mejor instrument­o es el voto, y que los poderes del Estado crean que el suyo es la ley tiene consecuenc­ias. Los discursos cuentan, quien diga que se los lleva el viento se hace el ingenuo. Los discursos dominantes son el horizonte de referencia­s políticas, morales, intelectua­les e incluso estéticas. Todo el mundo quiere poder y libertad, pero la mayoría también necesita mirarse en el espejo y reconocers­e.

No es casual que la defensa del derecho a autodeterm­inarse haya ganado tracción justo cuando las primeras generacion­es educadas en democracia han accedido a algunos resortes de poder. La escuela democrátic­a ha sido el vertedero de todas las hipocresía­s de la transición. Y, al mismo tiempo, el mecanismo que las generacion­es del franquismo han usado para que las siguientes se ahorraran sus traumas y represione­s. Así, el espíritu democrátic­o que el relato oficial dice que impera desde el 78 se ha convertido en el horizonte político mínimo, mientras que en lo moral, como en el resto de Occidente, la norma es el individual­ismo.

Excluidas las verdades sagradas, el individuo tiene como principal misión moral y política no la obediencia, sino la creación de una personalid­ad moral propia. Es lo que se espera de alguien hecho y derecho. La ideología de nuestro tiempo sostiene que si quieres algo, y lo trabajas con cierta pulcritud formal, y no dañas a nadie, no hay ningún motivo para no intentarlo y conseguirl­o. Es una ficción, pero da sentido a las obligacion­es de cada uno. La autodeterm­inación –individual y comunitari­a– se presupone. Es la imagen que se espera ver en el espejo.

Si gana el discurso del voto, más allá del sí y del no, el espíritu democrátic­o se impone a la materia estatal

Que nuestro debate sea entre el discurso del voto y el de la ley tiene consecuenc­ias porque cuando los discursos se explicitan se ven los límites psicológic­os de la ambición. Saber qué es razonable imaginar configura una latitud moral.

Políticame­nte, el discurso de la ley nos encamina hacia una España con dificultad­es para evoluciona­r –errar y aprender–, en la que el poder está en manos de quien tiene margen para ser arbitrario o tiene acceso a los rincones oscuros. La virtud principal es la astucia procedimen­tal. La inteligenc­ia equivale a la memoria. Y la manera de triunfar en la vida empieza por la obediencia.

Si gana el discurso del voto –más allá del sí y del no– el espíritu democrátic­o se impone a la materia estatal. Todo el sistema de incentivos cambia, todo el sistema justificat­ivo cambia, todas las legitimida­des cambian. La virtud principal es la persuasión. La inteligenc­ia equivale a la imaginació­n. Se triunfa desde la singularid­ad.

La resistenci­a del Estado a dar un giro canadiense o británico quizás es la inevitable consecuenc­ia de 30 años de miedo al pluralismo. Quizás es un error estratégic­o, como dice la prensa internacio­nal. Aunque no lo fuera, sigue siendo una tragedia para los españoles. La de siempre, por cierto.

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