Inmigración y racismo
TOR Sapienza, un barrio de la periferia romana, ha sido escenario esta semana de violentos enfrentamientos. Los vecinos del barrio, muy degradado y con alta tasa de paro, empezaron acusando a los residentes en un centro de acogida de inmigrantes, allí ubicado, de pequeños robos y de una violación. Luego hubo insultos y ataques a los inmigrantes, también al centro. Y se incendiaron contenedores, se lanzaron botellas y hubo choques con la policía que se saldaron con una quincena de heridos. La situación se enconó hasta tal extremo que las autoridades, pasivas durante los primeros compases del conflicto, decidieron el jueves transferir a 43 de los 72 inmigrantes a otro centro, a fin de atenuar la crispación. Ayer, parte de ellos intentaron regresar a su centro. Pero la tensión era todavía muy alta. Conviene recordar aquí que el grueso de los residentes en el centro de acogida son o bien solicitantes de asilo o bien jóvenes que ganaron Italia sin acompañantes. A menudo, por tanto, son personas perseguidas o menores de edad.
La versión de los vecinos no coincide con la de algunas asociaciones asistenciales que se ocupan de los inmigrantes. Según estas asociaciones, los episodios de violencia tienen poco que ver con la legítima defensa, y mucho con el racismo. El odio al otro, al diferente, al inmigrante, es una vieja tara de nuestra sociedad, que se exacerba en tiempos de crisis y renovados populismos. Los últimos desheredados llegados a un país desarrollado son vistos por sus clases menos favorecidas como una amenaza directa a sus intereses, a su modo de subsistencia, incluso a los trabajos que en un momento dado pueden llegar a desempeñar.
Ante hechos tan lamentables como los descritos, los ciudadanos tienen derecho a exigir a las autoridades varias medidas. En primer lugar, y con carácter de urgencia, que pongan fin a la violencia y a los tratos discriminatorios, estableciendo los servicios de vigilancia policial y contención pertinentes. Y, en segundo lugar, tratando de cumplir los protocolos oportunos para regular el flujo de ingreso de inmigrantes y, posteriormente, la atención a los que van a quedarse en el país. Pero, además de todo eso, deben desarrollar una paciente y constante labor pedagógica, cuyo objetivo es hacer ver a quienes ahora protestan airadamente que los acogidos en los centros de inmigrantes son, como ellos, seres humanos en busca de una vida mejor.
Ningún país occidental puede admitir un contingente excesivo de inmigrantes. Pero ningún país occidental debe tolerar a algunos de sus ciudadanos conductas que avergüenzan a toda una sociedad.