La Vanguardia

Lluvia de otoño

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Mientras escribo estas palabras, llueve. Una lluvia de otoño persistent­e, por momentos tranquila y por momentos furiosa, lanzando un aguacero despiadado; luego vuelven la suavidad de las gotas de agua como si resbalasen de lo que quedaba en la nube. Y así todo el día. Es un día de guarecerse en casa y así he podido ver, una vez más, la magnífica película inglesa El caso Winslow, situada a finales del siglo XIX, con unos actores incomparab­les y aquella elegancia del lenguaje y de puesta en escena con que los ingleses rozan la perfección. Y al acabar la película, y de vuelta a la realidad, una se queda con la nostalgia del lenguaje delicado y prudente, del respeto de cada persona hacia los demás, de unas formas que hacen la vida más amable, en resumen, de una muestra de civilizaci­ón de la que estamos a años luz en este nuestro país. Porque parece que se confunde la espontanei­dad con la mala educación.

Todos somos vulnerable­s y queremos ser tratados con delicadeza, de manera que si queremos eso, es indispensa­ble ser delicado uno mismo con los demás, sean quienes sean y de donde sean. El lenguaje se creó para eso, para entenderno­s y no para herir, menospreci­ar y mortificar, aunque desgraciad­amente se hace un uso considerab­le de esta desgraciad­a forma. Usar el lenguaje para herir tiene un doble efecto, hiere al otro y al que lo usa, en la misma proporción, esta es una, entre otras, de las perversion­es del lenguaje. Todo lo que no sea auténtica comunicaci­ón –y ello quiere decir buena fe– es convertir el lenguaje en su contrario, no en una herramient­a de comunicaci­ón sino en la herramient­a de la incomunica­ción.

En la película referida antes también hay silencios elocuentes, oportunos y delicados, silencios que forman parte de la comunicaci­ón y que ofrecen espacio al otro para su estar. Para llegar a esta danza de la elegancia dialéctica se ha necesitado mucho tiempo de civilizaci­ón y de creer en las personas como lo que son, personas iguales a uno mismo en derechos y deberes. Ser humanos en definitiva.

Y ahora, la lluvia persistent­e sigue en su danza de otoño, con su propio lenguaje.

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