Lluvia de otoño
Mientras escribo estas palabras, llueve. Una lluvia de otoño persistente, por momentos tranquila y por momentos furiosa, lanzando un aguacero despiadado; luego vuelven la suavidad de las gotas de agua como si resbalasen de lo que quedaba en la nube. Y así todo el día. Es un día de guarecerse en casa y así he podido ver, una vez más, la magnífica película inglesa El caso Winslow, situada a finales del siglo XIX, con unos actores incomparables y aquella elegancia del lenguaje y de puesta en escena con que los ingleses rozan la perfección. Y al acabar la película, y de vuelta a la realidad, una se queda con la nostalgia del lenguaje delicado y prudente, del respeto de cada persona hacia los demás, de unas formas que hacen la vida más amable, en resumen, de una muestra de civilización de la que estamos a años luz en este nuestro país. Porque parece que se confunde la espontaneidad con la mala educación.
Todos somos vulnerables y queremos ser tratados con delicadeza, de manera que si queremos eso, es indispensable ser delicado uno mismo con los demás, sean quienes sean y de donde sean. El lenguaje se creó para eso, para entendernos y no para herir, menospreciar y mortificar, aunque desgraciadamente se hace un uso considerable de esta desgraciada forma. Usar el lenguaje para herir tiene un doble efecto, hiere al otro y al que lo usa, en la misma proporción, esta es una, entre otras, de las perversiones del lenguaje. Todo lo que no sea auténtica comunicación –y ello quiere decir buena fe– es convertir el lenguaje en su contrario, no en una herramienta de comunicación sino en la herramienta de la incomunicación.
En la película referida antes también hay silencios elocuentes, oportunos y delicados, silencios que forman parte de la comunicación y que ofrecen espacio al otro para su estar. Para llegar a esta danza de la elegancia dialéctica se ha necesitado mucho tiempo de civilización y de creer en las personas como lo que son, personas iguales a uno mismo en derechos y deberes. Ser humanos en definitiva.
Y ahora, la lluvia persistente sigue en su danza de otoño, con su propio lenguaje.