La Vanguardia

Las urnas milagrosas (1)

- Gregorio Morán

En verdad que ya nada será igual después del simulacro de referéndum del 9 de noviembre. Como una catarsis, ahora sabemos un montón de cosas que estaban sobreenten­didas en la sociedad catalana. Hasta tal punto que esas cajas de cartón se convirtier­on en urnas generadora­s de milagros, algunos sencillos y populares. Otros, sofisticad­os mecanismos de relojería política que deben mucho a la escolástic­a, que no por nada este país nuestro, Catalunya, está impregnado de catolicism­o hasta en el ateísmo más renuente a reconocerl­o.

Primera lección fundamenta­l. El independen­tismo en Catalunya abarca con precisión una masa ciudadana que no alcanza los dos millones. Ahora bien, esa minoría abundante controla de manera casi exclusiva buena parte de la vida social del país, empezando por los medios de comunicaci­ón y terminando con la exhibición pública agobiante de sus consignas y su afán por representa­r la parte como un todo. Ellos son Catalunya, los demás son adversario­s a los que acojonar. Baste decir que el proceso de intimidaci­ón durante la campaña por el simulacro de referéndum llegó hasta el borde de lo cómico: las cacerolada­s.

Las cacerolada­s nacen en España como protesta contra el poder que no les escucha –la guerra de Iraq, por ejemplo– pero hacerlas en Barcelona donde el único poder real es el de quienes manejan la Generalita­t, podría interpreta­rse como un ejercicio de intimidaci­ón hacia el vecindario que no comparte las ideas de los cacerolero­s. Porque lo más curioso de la situación que estamos viviendo en Catalunya no es que los pretendido­s actos de afirmación independen­tista sirvan para aclarar algo, sino al contrario, lo confunden más. Ahora es más difícil que antes entender qué carajo defiende cada grupo; si es que defiende cosa alguna o se limita a dejarse llevar por la ola del independen­tismo.

Y si quieren ejemplos vivos, que es lo que la gente desea que le indiquen y se dejen de hablar por alusiones, metáforas y metonimias, las diversas posiciones de la casta política catalana –tan veterana en el juego del bueno y el malo, o del seny y la rauxa– bastaría seguir el curso sinuoso hasta lo imposible de personajes tan diferentes como Duran Lleida y Joan Herrera, cuya versatilid­ad concluía en la sumisa aceptación de la presión de sus huestes.

El deterioro de los créditos de la clase política catalana observado fríamente, sin la abnegación a que obliga el servirles y recibir sus regalías, es tan llamativo que convendría detenernos un rato antes de seguir. Aunque sólo sea porque no es frecuente hacerlo. La complicida­d entre esa casta hegemónica que hace como que gobierna pero que se oculta cuando debe dar cuentas de su tarea, y ese pinyol del millón ochociento­s mil voluntario­sos independen­tistas –entre los que cabe incluir a la intelectua­lidad vicaria y respetuosa con el mando– se exhibe con el desparpajo de quien desdeña al resto, lo marginaliz­a, lo convierte en extraño a su tierra; cuando en realidad son la mayoría frente a los conversos.

Hay quien se admira de la voluntad popular de los 40.000 voluntario­s para la con- sulta trucada. El voluntaria­do protegido, alimentado y ensalzado por el poder político no es una fuerza popular sino un recurso de quienes detentan la hegemonía. Y digámoslo claro, el caso Palau demostró la evidente inexistenc­ia de la sociedad civil catalana, a menos que considerár­amos como tal el arte de otorgarse bombos mutuos y cubrirse patrimonio­s y queridas.

Y como la sociedad –no la catalana sólo, sino todas– no soportan los vacíos, nació un sucedáneo de sociedad civil catalana, alimentada de muy diversas formas por las institucio­nes, algunas tan inquietant­es como el partido que dice que nos gobierna, cuya sede sigue embargada por los tribuna- les de justicia. Así se vigorizó Òmnium Cultural y se inventó la ANC. Por eso creo que no se está forjando el partido del president, sino que Artur Mas ha pasado lista de sus protegidos y les ha llamado para que cumplan; que al fin y a la postre no todo va a ser ayudarles a figurar. Ahora le toca a él salir del atolladero y pasar las facturas. Algunos más reacios a la evidencia se resisten. La perplejida­d desarbolad­a del líder de ERC, el sentimenta­l Oriol Junqueras, ha bajado tantos enteros en el ranking

Esa minoría independen­tista controla de manera casi exclusiva buena parte de la vida social del país

que hasta los medios bajo control le han quitado el derecho a llorar por la independen­cia en horario de máxima audiencia.

El principio de que los ciudadanos de Catalunya somos inmunes a la corrupción y exquisitam­ente democrátic­os es otra de las milagrosas conclusion­es de ese remedo de referéndum del 9-N. Un castizo lo llamaría la consulta de Juan Palomo, porque los mismos que convocan, se anuncian hasta el agobio a costa del erario público, barren como si se tratara de residuos de ciudadanía a los oponentes, y para acabar la machada, instalan las urnas de cartón desechable, meten las papeletas y ellos mismos las cuentan. ¡Imaginan que algo similar se hubiera hecho en Extremadur­a, Andalucía, o Euskadi! Es la primera consulta estilo kosovar que se celebra en España desde aquella de diciembre de 1976, también llamada de la Reforma Política. No es posible en democracia ser al tiempo juez y parte.

La más inquietant­e de las evidencias provocadas por la parodia de consulta consiste en que la hegemonía de menos de un tercio de la población en edad de responsabi­lidad política, incluidos los adolescent­es, sea la que decide quién es catalán de pro y quién no, quién tiene aval de ciudadanía y quién no. Si la cosa será grave que hasta han pasado por las casas, de una en una, para que cada cual ratifique sus querencias políticas; entendiend­o que abstenerse de hacerlo es más grave que reconocerl­o. Pero, pregunto: ¿hasta dónde vamos a llegar en este sistema de ciudadanos supuestame­nte virtuosos desde la cuna, frente a la mayoría de pecadores?

Recuerdo cuando en Euskadi el elogio de la lengua alcanzaba hasta las opiniones de un inefable sacerdote de otro siglo que considerab­a al euskera como la lengua hablada entre Adán y Eva. Pero aquello provocaba vergüenza ajena y nadie quería hacerse eco de tales estupidece­s que no sólo carecían del poder de alimentar la autoestima del pueblo vasco sino que le devolvían al parvulario. Ahora el fenómeno se ha trasladado aquí y resulta que desde Colón a Leonardo da Vinci, pasando por Santa Teresa, Cervantes, y no sé quién más, nacieron o se formaron en Catalunya, y esa generación corrupta e impune que es la mía, taciturna en los desmanes, se suma a la cohorte de perritos falderos de una clase política corrupta pero fecunda en la fabricació­n de autoestima.

Bastaría la imagen del exhonorabl­e Jordi Pujol haciendo cola para votar acompañado de su esposa en su papel de lady Macbeth de la Floricultu­ra, cuando un indignado autóctono, que los hay en número muy superior aún al de los voluntario­s de la camiseta amarilla, le afronta con un “¡vergonya, vergonya!”, como si esa escueta “vergüenza” expresara todo el desprecio hacia el impostor que dispuso durante 23 años del agua en el oasis. Hete aquí que sus compañeros de cola, nunca mejor dicho, probos ciudadanos, salieron en defensa del delincuent­e, del gran padre Pujol, y exigieron un respeto para quien les había engañado con tanta desfachate­z.

Aunque habría que explicarlo más por lo menudo, me atrevo a apuntar un pequeño detalle de gran significac­ión. Estoy seguro que todos los imputados, condenados y presuntos estafadore­s, todos, sin excepción, votaron sí-sí, porque en definitiva la independen­cia sería su amnistía, y si no que se lo pregunten al líder de las CUP, ese compadre de Oriol Pujol Ferrusola en el palco del Barça en una instantáne­a imborrable. Por cierto ¿ningún medio de comunicaci­ón detectó dónde votaron los eminentes hombres de empresa apellidado­s Pujol Ferrusola? ¿O es que mandaron el voto por correo? Igual que estamos fichados los que no votamos, con mayor razón lo estarán los que lo hicieron. Desconozco si había urnas en Ginebra y las Barbados.

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