La fuerza de los iconos
Los arquitectos suizos Herzog & De Meuron firmaron en la Tate Modern de Londres uno de sus edificios más visitados. Su labor consistió en transformar en museo la monumental central térmica de Bankside, junto al Támesis. Quien haya visitado su sala de turbinas, convertida en excepcional área de exposiciones, sabe de la potencia de su espacio. Como sabe que la Tate ha contribuido decisivamente, junto al Shakespeare’s Globe, el Royal Festival Hall o el London Eye, a la revitalización de dicha orilla sur. La vecina central de Battersea –presente, con sus cuatro chimeneas, en el filme Help! de los Beatles, y en la portada del disco Animals de Pink Floyd– se halla ahora en el epicentro de un ambicioso proyecto de rehabilitación e inmobiliario, con diseños de Gehry o de Foster.
Edificios tan grandes y singulares parecen llamados a no morir. Una vez obsoletos para su función original, les surgen pretendientes dispuestos a convertirlos en museos, malls o discotecas. Juega en su favor su fuerza icónica y cierto romanticismo social, reacio a prescindir del telón de fondo de su educación sentimental.
Pero estas operaciones de recuperación deben calibrarse bien. Deben concebirse no sólo en términos de recuperación del edificio, sino considerando las necesidades urbanas de la zona en que se levanta. Tuvo sentido sustituir el viejo tejido industrial del Poblenou por la Vila Olímpica, dando nuevos usos a la zona, porque había allí una planificación municipal para el siglo XXI. La tuvo, aunque le esté costando más arrancar, el proyecto de la zona Fòrum. Pero una operación como el salvamento de la térmica del Besòs sólo adquiriría pleno sentido integrada en un planteamiento urbano ambicioso. Porque la arquitectura importa. Pero no más que el urbanismo.