La Vanguardia

Ficción fosterizad­a

La familia de David Foster Wallace leía con mucha atención las novelas porque se descubrían a ellos mismos

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Edicions del Periscopi acaba de publicar un discurso de David Foster Wallace. No es uno de aquellos discursos históricos de un gran estadista ni ningún texto especialme­nte solemne. Sólo es un parlamento en la fiesta de graduación de la promoción de Kenyon College del 2005. Wallace no había hecho ninguno ni volverá a hacer otro, porque se suicidó tres años después. El texto, traducido por Ferran Ràfols Gesa, se titula L’aigua és això y podría ser el testimonio de un veterano en una reunión terapéutic­a de Adolescent­es Anónimos. Wallace lo inicia de un modo sensaciona­l: “Hay dos peces jóvenes que van nadando y topan con un pez más viejo que nada en dirección contraria, les saluda con la cabeza y dice ‘ Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?’. Y los dos peces jóvenes siguen nadando un poco más, y al final el uno mira al otro y dice: ‘¿Qué coño es, el agua?’”. El autor se mofa de la necesidad de parábolas (aquí metáforas marineras) en los discursos de graduación, pero luego sigue nadando y da un gran discurso sobre la educación humanístic­a. Una delicia. El editor acompaña el breve parlamento de un prólogo de Vicenç Pagès Jordà, el escritor que en 2009 activó la traducción de obras de Wallace al catalán desde la ficción, es decir, desde las páginas de su novela Els jugadors de whist. Pagès Jordà hace un magistral repaso de la trayectori­a del autor, que desmiente las mixtificac­iones provocadas por el final trágico de su existencia y el paralelism­o con otro suicida coetáneo como Kurt Cobain.

En una de las trece respuestas que Pagès Jordà afirma tener preparadas por si alguien le pregunta por qué le gusta cómo escribe Wallace, leemos: “Supo incorporar la no ficción dentro de la ficción y viceversa. Su familia sabía que gran parte de los reportajes eran inventados, pero leía con mucha atención las novelas porque se descubrían a ellos mismos”. Es un giro interesant­e que resulta central en la narrativa del cambio de siglo. Los manuales que se publicarán a mediados del siglo XXI hablarán de la permeabili­zación de las fronteras entre los relatos de la llamada realidad y los relatos llamados de ficción. La autoficció­n fue detonante a finals del siglo XX, con la transforma­ción de muchos autores en personajes de sus obras. El espacio autobiográ­fico es terreno de juego ficcional y viceversa. La serie El crac de Joel Joan ha sido un caso extremo, por la caricaturi­zación de su autor, productor, director y actor. Pagès Jordà también habla del síndrome del Clang Bird, “esa ave ficticia que vuela en círculos cada vez más estrechos hasta que acaba tragándose a sí misma”, y afirma que “Wallace transformó la espiral de autoanális­is recursiva en un arte”. Esta semana se ha estrenado en el Poliorama Polò

nia, el musical, un caso de autoanális­is recursivo colectivo. Nuestros líderes políticos harían muy bien de ir a verse reflejados en esta espectacul­ar historia vodevilesc­a creada por Jordi Galceran y los polonios en lista única. Un diez.

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