De jurado malvado a entrevistador audaz
POCOS COMO ÉL DOMINAN EL ARTE DE LA SEDUCCIÓN ; TRAS ESTA PERSONA CON MILLONES DE ADMIRADORES Y DETRACTORES, HAY UN RESPETADO PROFESOR UNIVERSITARIO
Hay dos guitarras blancas en el sitio donde Risto Mejide piensa, trabaja, escribe y crea. En ese lugar, sólo su vestimenta y sus gafas son negras. Su rostro no es tan impávido ni impenetrable como insiste el tópico ni parece en la televisión. Sus ojos, con y sin gafas, no mienten. Hijo de psicóloga y de médico de cabecera en municipio periférico, hay en su porte, en sus modos y en su habla ese estilo y sentido de pertenencia que sólo desprenden quienes han estudiado en Esade. Comparables en rigor intelectual a los que se han formado en Harvard u Oxford, pero en Barcelona.
De trato afable y cortés en la cercanía, no es lo que pudo parecer cuando la televisión le lanzó a una fama en la que no cree e incrustó su nombre en Wikipedia. Ni distante, ni arisco. Simplemente, inteligente, trabajador y serio. “Mis padres son profesionales liberales que no podían dejarme una gran herencia, y su legado ha sido una buena educación, una excelente formación y sólidos valo- res humanos. Nunca se lo podré agradecer lo bastante”, resume.
Esos valores se concentran en honestidad y coherencia. “A veces se matiza la diferencia entre honestidad y honradez, aunque no estoy de acuerdo porque ambas van atadas a la conducta, co- mo el corazón al cerebro”, opina. Por eso cita al publicista que dijo que nadie puede hablar de principios hasta que tiene suficiente dinero. Calmo y suave, viéndole en la pantalla da la sensación de vivir en guerra con sus entrañas. “Pronto cumpliré cuarenta años, por eso cuando me preguntan sobre las crisis de los cuarenta, recuerdo que llevo cuarenta años en crisis, cuestionándome lo que hago y en conflicto permanente conmigo mismo”, reflexiona.
En cuanto a su infancia, la red cibernética global sólo registra que sufrió un episodio de acoso escolar que zanjó con una mirada muy fija y mucha más serenidad. “Mi infancia fue feliz. Y ante el conflicto, más importante que la mirada son la calma y el diálogo”, afirma. Tal vez de ahí, su falsa leyenda de arisco como mecanismo de defensa o como ataque preventivo. “En este país hay una confusión entre ser borde y la honestidad. Si dices lo que piensas honestamente, te llaman borde. Pasa que como no hay costumbre de decir las cosas a la cara, es de mala educación. Sin embargo está bien visto decirlas a tu espalda”, argumenta.
Tras esta persona que consigue audiencias millonarias, vende miles de libros y acumula millones de admiradores y detractores, hay un profesor universitario con muchos años de docencia en Esade y en la más prestigiosa escuela de diseño de Barcelona. Aun así, nadie le conocía hasta que comenzó a criticar a aspirantes a cantantes. “Los profesores no interesan a los medios de comunicación y no se habla de ellos. Para mí la docencia es muy importante. Hablar en público, razonar, expresar opiniones con plena libertad y responder a las preguntas de los estudiantes me ayudó mucho a la hora de ponerme ante las cámaras”, reconoce Mejide.
Según él, algo parecido pasa con la cultura cuando un escritor o un artista no existen si no aparecen en la televisión. “Cuando los medios hablan de cultura, todo se reduce a los recortes de política cultural y al cobro del IVA. Es una lástima”, sintetiza. Igual ocurre con su densa e intensa biografía como director creativo de las más influyentes agencias de publicidad. “Me interesa que no se hable de mis campañas. Lo importante en publicidad son el cliente y el producto, no el creativo”. Por eso
valora como un honor que se le haya considerado un personaje carismático de la actual cultura popular. “Es lo que busca la publicidad, introducirse en la cultura popular como lo consiguieron Cola Cao o Nocilla”, ejemplifica.
Consciente de que es una estrella, sabe que las hay fugaces. “Mis clientes y mis alumnos son lo suficientemente inteligentes para diferenciar al profesor y al creativo
“En este país hay una confusión entre ser borde y honestidad; no hay costumbre de decir las cosas a la cara”
del Risto que aparece en televisión”. Aferrado sin lucirlo ni pretenderlo al discurso de la razón y la inteligencia, admite que comunicar es seducir. Al igual que su etiqueta de innovador es cuestión de carácter. “Innovar sólo es el resultado de mi inquietud. Me gusta lo nuevo y descubrir porque mi curiosidad es infinita”.
Hay en su curiosidad los primeros libros de su infancia. Fue la co- lección “Elige tu propia aventura”, “que perdí y luego recuperé en mercados de lance. Permitían elegir entre varios finales y saltar páginas”, evoca. Entonces se llamaba hiperficción explorativa. Combinado con su juguete favorito, “el ajedrez”, dieron como resultado una persona que tiene la manía de responder a las preguntas con otras preguntas. “Me lo enseñó mi madre y lo enseño a mi hijo”.
Entre su “conócete a ti mismo” socrático, su duda cartesiana como método y su visión de miope oculto tras las sombras de sus gafas oscuras, algo hay en él que remite a la cueva y a los diálogos de Platón. “Yo no entrevisto, sólo escucho porque me interesan las respuestas”, afina en su mesa de reuniones, lejos de su célebre sofá, que nada tiene que ver con un diván de psicoanalista. Músico, compositor y cantante entre otras actividades de juventud, sus libros están llenos de frases contundentes y de aforismos. “Me gustan porque son eslóganes vitales interesantes, pero no los colecciono. Es deformación profesional, pienso en titulares, admiro los buenos titulares y en eso Joaquín Sabina es un maestro”.
Cae la noche sobre ese lugar íntegramente blanco donde piensa, trabaja, escribe y crea. Adaptado a los tiempos rápidos y pautados de la televisión, es persona de conversación larga, tranquila y pausada. “A base de escuchar a personas que en principio no me interesan, el diálogo puede girar hasta llegar casi a la amistad, y eso es un lujo, porque una buena conversación distendida entre personas que intercambian conocimientos y experiencias es el regalo más importante que pueden hacerse dos seres humanos”.