La Vanguardia

La infanta desnuda

- MARIÁNGEL ALCÁZAR

Sólo hay dos personas que puedan influir en la decisión de la infanta Cristina de ofrecer su renuncia a los derechos sucesorios como último servicio a la Corona, institució­n de la que forma parte directa desde su nacimiento hace casi medio siglo. La reina Sofía, su madre, e Iñaki Urdangarin, su marido, son los únicos que, por motivos diferentes pero compatible­s, pueden convencerl­a de que ese último gesto, aunque sea tardío, es el único posible,

La Reina lo haría por ser, en estos momentos, el nexo que une a la infanta con la familia real y la única con capacidad para hacer de intermedia­ria entre el Rey y su hermana. Urdangarin, que desde hace ya algunos años está convencido de que su parentesco real le ha perjudicad­o en una medida inversamen­te proporcion­al a lo que, en su día, le benefició, podría aconsejar a su mujer que se desprendie­ra de todo rango y condición real por esa misma razón.

Una persona que conoce muy bien a la infanta Cristina y que también la quiere, la define como una mujer muy orgullosa, una caracterís­tica que, como la ambición, puede ser buena si se modera la dosis. El orgullo tiene una connotació­n positiva cuando se refiere a la reivindica­ción de los valores propios o del colectivo al que se pertenece. Es decir, Cristina de Borbón se sintió durante mucho tiempo, orgullosa de ser infanta de España pero en los últimos años ese orgullo ha sido su coraza y trinchera para impermeabi­lizarse a todo consejo o súplica. La infanta estaba preparada para dejar de ser familia real cuando su padre, el rey Juan Carlos, abandonara el trono e incluso tuvo que aceptar que se la apartara de la representa­ción institucio­nal. Si ahora le cuesta tanto renunciar a los derechos sucesorios no es por los beneficios que le suponga sino porque, de algún modo, es como si le pidieran que saliera desnuda de casa.

Con todo, la cuestión más peliaguda es la referente a la legalidad de su posible renuncia. La infanta Cristina tendría que comunicar su decisión al Rey y este, a través del presidente del Gobierno, a las Cortes. La duda es si, como se hizo en el caso de la abdicación de don Juan Carlos, se debería aprobar una ley de renuncia para que la decisión de la infanta Cristina tuviera efectos legales, o si, al no ser la heredera al trono, con un simple enterado sería suficiente.

Doña Cristina no quiso desvincula­rse de la Corona en tiempos de su padre y provocó una herida mortal; ahora, aunque sea tarde, puede liberar a su hermano de esa herencia maldita.

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GTRESONLIN­E La infanta Cristina, el pasado lunes, saliendo del despacho Roca Junyent, en Barcelona
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