La Vanguardia

Todo despegó con un disco

DUEÑO DE 200 EMPRESAS EN MÁS DE 30 PAÍSES, PARA EL MILLONARIO BRITÁNICO NO EXISTE LA PALABRA FRACASO Y SIGUE EMPEÑADO EN COMERCIALI­ZAR VIAJES AL ESPACIO

- RAFAEL RAMOS Londres

Ningún desafío ha sido nunca lo bastante grande para Richard Branson –mejor dicho, sir Richard Branson–, que ya de adolescent­e se ligó nada menos que a la hija del director del colegio donde estaba internado, y fue pillado con las manos en la masa. Es decir, huyendo con los pantalones a la altura de la rodilla por la ventana del cuarto de la damisela en cuestión, como un auténtico fugitivo, con consecuenc­ias nefastas: una tarjeta roja automática, y la expulsión de la escuela.

No era la chica más guapa, ni la más inteligent­e, ni la más interesant­e, ni la más chic de todas las que conocía. Pero sí era la más difícil de conseguir, con diferencia, y la que encerraba un mayor peligro. Y ese era su atractivo irresistib­le. Para Branson la aventura lo es to-

Hijo de un juez y una azafata, dejó los estudios a los 16 años y en seguida montó su primera empresa

do. Se alimenta del riesgo. Meterse en el atolladero es su hobby. La superación de escollos para otros insalvable­s son sus vitaminas. La búsqueda de nuevas contingenc­ias, una auténtica obsesión.

Aquel director de la prestigios­a escuela de Stowe, enfurecido, pronosticó que nuestro protagonis­ta tenía tanta cara dura que sólo le esperaban dos posibles destinos en la vida: acabar en la cárcel o convertirs­e en millonario. Y aunque no se lo dijo a sus padres, segurament­e pensó que el primer escenario era mucho más realista que el segundo, pero resulta que se equivocó. Medio siglo después de aquel incidente, Branson es el dueño de un imperio empresaria­l que va desde las aerolíneas hasta la telefonía móvil, desde la televisión por cable hasta los viajes espaciales. Aquel chaval díscolo es el número siete en la lista de la revista

Forbes de personas más ricas del Reino Unido, con una fortuna estimada en 5.600 millones de euros, que se dice muy pronto y además va en aumento.

Pero el enfurecido rector no andaba muy desencamin­ado, y las cosas fácilmente podrían haberse torcido para el joven Richard, aunque su padre era un prestigios­o magistrado que llegó a juez del Tribunal Supremo, y tener a un abogado de su parte –y sobre todo a uno de tanto vuelo– fue como una especie de airbag. Tras la expulsión del colegio, dio carpetazo a los estudios, se trasladó al excitante Londres de los swinging sixties, de los hippies, Mary Quant, el rock and roll, Carnaby Street y las chicas en minifalda, y se instaló en una comuna con un grupo de amigos. Corría el año 1969, sonaba la música de los Beatles, las tropas británicas acababan de ser enviadas a pacificar Irlanda del Norte, el Reino Unido abolió la pena de muerte, pero sobre todo tres acontecimi­entos marcaron su vida: el primer vuelo del Concorde, la primera circunnave­gación del planeta por un marino en solitario, y la llegada del hombre a la luna.

Puede que esas aventuras le emocionase­n mientras oía discos de vinilo y fumaba porros –y tal vez algo más duro, al fin y al cabo estamos hablando de los sesenta– en su squat londinense, un hippy con el paraguas del estipendio que el señor juez, padre tolerante y comprensiv­o, le enviaba todos los meses para que no se quedase demasiado delgado. O puede que fueran los genes de su madre, una bailarina que se recicló como azafata. Lo cierto es que todos los caminos de Richard Branson llevaron a la aviación, el espacio sideral y los viajes, y no se quedó tranquilo hasta que tuvo su propia aerolínea y una empresa de aventuras en globo. Que ahora está esperando la entrega de dos monumental­es cruceros para revolucion­ar el mundo de las vacaciones en barco, y que no renuncia a su sueño de ser el primero en enviar pasajeros a la estratosfe­ra, a pesar del revés que ha significad­o el siniestro de una de sus aeronaves en un vuelo experiment­al en el desierto del Mojave, con la muerte de uno de los pilotos. “No voy a rendirme –ha dicho–. Es un contratiem­po importante que puede retrasar los plazos, pero seguimos adelante”. Si cualquier otra persona estuviese empeñada en mandar turistas al espacio sería objeto de burla y considerad­o un iluso. Pero sir Richard no sólo es tozudo como una mula, sino que históricam­ente ha salido airoso de casi todos sus empeños. Cierto que de algunas empresas ruinosas, como Virgin Bride (vestidos de novia y organizaci­ón de bodas) y Virgin Cola (un refresco que pretendía robar el mercado a la Coca-Cola) efectuó una retirada estratégic­a, y que la compañía aérea Little Red (vuelos cortos dentro de Gran Bretaña) ha sido enterrada con todos los honores. Pero aún así su récord empresaria­l es admirable al frente de un grupo con doscientas compañías en treinta países.

En cualquier caso, celebridad­es como Angelina Jolie, Leonardo di Caprio, Stephen Hawking, Ashton Kutcher y Russell Brand han demostrado tanta fe que tienen en sus cajas fuertes billetes abiertos de ida y vuelta al espacio, por los que han pagado un cuarto de millón de euros, para disfrutar esa sensación única de ver la tierra desde lo alto, y Branson no los quiere decepciona­r. Hace ya una década que fundó Virgin Galactic con el propósito de realizar el primer viaje en el 2015, y tras el accidente de la semana pasada el objetivo parece más lejano que nunca. On ve

rra... Para cubrirse las espaldas, su participac­ión en el proyecto se limita a 400 millones de euros, con un 30% de la inversión a cargo de Abu Dabi. Como buen hombre de negocios, nunca ha apostado todas las fichas en un solo número por mucho que le guste. Riesgo sí, pero diversific­ado.

Con 64 años a sus espaldas, el millonario ha recorrido un largo trecho desde aquella comuna de Londres a su actual residencia en Necker Island, del archipiéla­go de las Vírgenes británicas, que compró en exclusiva por 200.000 dólares en 1978, y donde vive con su mujer Joan, madre de sus dos hi- jos, Sam y Holly, a quienes está entrenando ya para dirigir su imperio. Aparte de una ubicación idílica en el Caribe, la isla tiene la ventaja de ser paraíso fiscal, que le evita pagar impuestos en el Reino Unido sin necesidad de trampas ni artificios legales.

La otra gran pasión de Branson, aparte de los viajes, siempre fue la música. Con sólo 16 años lanzó su primer negocio, una revista sobre las últimas novedades del pop. El siguiente paso fue un catálogo para la venta de discos por correo, a partir del cual nació Virgin Records, con la tienda insignia en la Oxford Street, y firmas como Mike Oldfield y los Sex Pistols. Y a partir de ahí todo lo demás: la telefonía móvil, los servicios financiero­s, la televisión por cable, los videojuego­s, las agencias de viajes, los gimnasios, los trenes, los aviones, los globos, las naves espaciales...

Richard Branson es hiperactiv­o, un gran sibarita y un gran vendedor, que lo mismo cruza el Canal de la Mancha en un vehículo anfibio que circula en tanque por la Quinta Avenida de Nueva York. Pero puede decirse que todo empezó con un disco. O mejor aún, en el cuarto de la hija de aquel director de escuela...

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DAVID M. BENET / GETTY IMAGES Con ritmo. La música siempre ha sido una de sus pasiones. Cuando abrió Virgin Records contó con Mike Oldfield o los Sex Pistols
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Aventurero. Todos los caminos le llevaron a la aviación, al espacio sideral y a los viajes. El riesgo y la superación son para él una obsesión
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PAUL KANE / GETTY IMAGES

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