...Y LA SEÑORA BRANSON
Ser multimillonario, que todo el mundo lo sepa pero, sobre todo, no parecerlo. Ahí radica el encanto de Branson que sólo deja esas cazadoras de aviador que son su uniforme (cuando el traje y el deber no lo reclaman) para escenificar alguna de sus extravagancias. Lo curioso es que en esas pocas ocasiones en que el sir que gobierna 360 em- presas se permite hacerle el salto a la comodidad que manda en su armario, casi siempre se viste de mujer. Unas veces a causa de apuestas que hace para perder y dar así rienda suelta a su locura, otras para promocionar sus productos y siempre para dar la nota ( attention whore es la expresión anglosajona que define su actitud). Sorprendió la vez en que para celebrar la inauguración de Virgin Brides, su línea de vestidos de novia, se vistió de eso, de novia. Ese día iba de blanco, que es el tono habitual de sus camisas. Pero a nadie le pillaron a traspié las veces en que luego decidió ejercer de azafata de sus propios vuelos, no galácticos, claro. Y eso que iba con su vestido rojo, los labios a juego, pestañas postizas y poca, poquísima idea, de cómo explicar las instruc- ciones de seguridad a los pasajeros. Pero eso es todo. A menos que esté en calza corta y camisetas de colores en su isla privada rodeado de sus famosos amigos, rara es la vez que se aleja de los tonos neutros en los que doma su espíritu provocador. A Branson el color le sobra. Se apaña y autoilumina con su propia sonrisa y el despeine de la melena que a su edad (64) comienza a ser ya de un rubio sospechoso.