“Aquí sólo truenan mis chicharrones”
Ahora, la consigna o la matraca ya no es “¿Irás a votar?” sino “¿Y por qué no fuiste a votar?”. Pero no todo es propaganda independentista, torpeza madrileña, resurrecciones momentáneas, suicidios previsibles y emociones desbocadas. Los amigos siguen existiendo y algunos te llaman por teléfono para decirte, por ejemplo, que su restaurante acaba de cumplir 60 años. Porque los restaurantes, sobre todo si son populares, son mucho más que unos macarrones. Los restaurantes que frecuentamos son nuestro auténtico currículo. Lo de los másters es sólo ruido, apariencia. Lo que más se aproxima a nuestra verdad sólo la cuentan los restaurantes que frecuentamos o frecuentábamos, porque ahora muchos somos pobres.
Pere Valls siempre me recuerda al recio alcalde comunista Peppone, personaje literario creado en 1948 por Giovanni Guareschi, que en el cine interpretó el actor Gino Cervi. Aunque su bigote sea más ruso que italiano, siempre creo ver a Pere Valls discutiendo con don Camillo, el cura del pueblo, el párroco asotanado y tocado con roquete, que suele circular en bicicleta. Pero al propietario del Bilbao, restaurante del barrio de Gràcia que cumple estos días 60 años, más que discutir le gusta observar a la tropa y admirar los perfiles femeninos. El bigote de Pere Valls sólo dejó de sonreír cuando, hace años, le entraron varios okupas en uno de sus pisos.
El Bilbao es el barrio, el mármol, la conversación amiga y el fotógrafo Salvador Sansuán sen- tado en su altillo y observándolo todo con esa orondez sabia, es decir, escéptica, que antes tenían los vendedores de alfombras armenios. El restaurante Bilbao es el trinxat que pidió el pasado martes Sansuán. Y es, también, el capipota, que sirve para explicar mejor que con palabras la Barcelona que a mí me gusta y que sigue siendo más o menos anarquista. El restaurante Bilbao es el reencuentro y la realidad, es decir, lo calvos que nos hemos quedado casi todos los de la banda. Yo creo que si Javier Bardem triunfó en Hollywood fue porque antes cenó varias veces en el restaurante Bilbao.
El restaurante Bilbao cumple 60 años y yo comienzo a leer Milena o el fémur más bello del mundo, que es la segunda novela del mexicano Jorge Zepeda Patterson y la que se llevó el premio Planeta hace unas semanas. Este Zepeda, además de escribir bien, conoce su país, México, se atreve a contarlo y quizá por eso le amenazaron de muerte hace unos días. Nada, pues, más aconsejable estos días que leer la novela de Zepeda que va de poder, corrupción, trata de blancas, periodistas y ese Viagra que hace estragos en las coronarias de algunos percherones viejos que se quedan tiesos mientras entre bufidos intentan la última embestida cre- yendo que vuelven a tener 20 años. O 18.
Tenemos, pues, a México en los informativos, con los cadáveres de los estudiantes asesinados que no aparecen; en el libro de Zepeda y también en el restaurante Ocaña D.F, donde el artista mexicano Humberto Spíndola ha demostrado que es el “mago del papel”, del llamado papel de China o papel de seda. La obra de Spíndola, que es artista plural, abarca la escultura, el vestuario, la escenografía y las instalaciones y arquitecturas efímeras. También la jardinería, porque Spíndola, hombre de pajarita, que, físicamente, recuerda al actor francés Phillippe Noiret, es el responsable del jardín de la Casa Azul de Frida Kahlo, en Coyoacán. El mexicano Spíndola, que aprendió los colores de Chucho Reyes, es, también, un gran realizador de Altares de Muertos, esas instalaciones efímeras que, en noviembre, fusionan lo indígena con lo cristiano y en los que se ofrece comida a los que se fueron y vuelven un rato.
Muertos, resucitados y suicidas. El lunes, Artur Mas creía haber resucitado, Oriol Junqueras comenzaba a suicidarse en la entrevista que le estaba haciendo Josep Cuní y Mariano Rajoy seguía encerrado en uno de los cuartos de baño de la Moncloa. Y mientras tanto, en Barcelona, sonaba alegre en la plaza Reial la banda de música de Nuestra Señora de la Soledad. Esa banda es de Cantillana (Sevilla), pueblo donde nació cierto pintor de vírgenes torcidas. Y yo, ante el restaurante barcelonés que lleva su apellido, Ocaña D.F., escuchaba la banda y pensaba en la frase mexicana: “Aquí sólo truenan mis chicharrones”. Esa frase, según me contó Spíndola, en la versión menos testicular y más inocente, podría traducirse como “aquí mando yo”.
Ahora y aquí, entre los chicharrones de unos y otros, todos podemos acabar achichorranados. Viva México.