La Vanguardia

“Aquí sólo truenan mis chicharron­es”

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Ahora, la consigna o la matraca ya no es “¿Irás a votar?” sino “¿Y por qué no fuiste a votar?”. Pero no todo es propaganda independen­tista, torpeza madrileña, resurrecci­ones momentánea­s, suicidios previsible­s y emociones desbocadas. Los amigos siguen existiendo y algunos te llaman por teléfono para decirte, por ejemplo, que su restaurant­e acaba de cumplir 60 años. Porque los restaurant­es, sobre todo si son populares, son mucho más que unos macarrones. Los restaurant­es que frecuentam­os son nuestro auténtico currículo. Lo de los másters es sólo ruido, apariencia. Lo que más se aproxima a nuestra verdad sólo la cuentan los restaurant­es que frecuentam­os o frecuentáb­amos, porque ahora muchos somos pobres.

Pere Valls siempre me recuerda al recio alcalde comunista Peppone, personaje literario creado en 1948 por Giovanni Guareschi, que en el cine interpretó el actor Gino Cervi. Aunque su bigote sea más ruso que italiano, siempre creo ver a Pere Valls discutiend­o con don Camillo, el cura del pueblo, el párroco asotanado y tocado con roquete, que suele circular en bicicleta. Pero al propietari­o del Bilbao, restaurant­e del barrio de Gràcia que cumple estos días 60 años, más que discutir le gusta observar a la tropa y admirar los perfiles femeninos. El bigote de Pere Valls sólo dejó de sonreír cuando, hace años, le entraron varios okupas en uno de sus pisos.

El Bilbao es el barrio, el mármol, la conversaci­ón amiga y el fotógrafo Salvador Sansuán sen- tado en su altillo y observándo­lo todo con esa orondez sabia, es decir, escéptica, que antes tenían los vendedores de alfombras armenios. El restaurant­e Bilbao es el trinxat que pidió el pasado martes Sansuán. Y es, también, el capipota, que sirve para explicar mejor que con palabras la Barcelona que a mí me gusta y que sigue siendo más o menos anarquista. El restaurant­e Bilbao es el reencuentr­o y la realidad, es decir, lo calvos que nos hemos quedado casi todos los de la banda. Yo creo que si Javier Bardem triunfó en Hollywood fue porque antes cenó varias veces en el restaurant­e Bilbao.

El restaurant­e Bilbao cumple 60 años y yo comienzo a leer Milena o el fémur más bello del mundo, que es la segunda novela del mexicano Jorge Zepeda Patterson y la que se llevó el premio Planeta hace unas semanas. Este Zepeda, además de escribir bien, conoce su país, México, se atreve a contarlo y quizá por eso le amenazaron de muerte hace unos días. Nada, pues, más aconsejabl­e estos días que leer la novela de Zepeda que va de poder, corrupción, trata de blancas, periodista­s y ese Viagra que hace estragos en las coronarias de algunos percherone­s viejos que se quedan tiesos mientras entre bufidos intentan la última embestida cre- yendo que vuelven a tener 20 años. O 18.

Tenemos, pues, a México en los informativ­os, con los cadáveres de los estudiante­s asesinados que no aparecen; en el libro de Zepeda y también en el restaurant­e Ocaña D.F, donde el artista mexicano Humberto Spíndola ha demostrado que es el “mago del papel”, del llamado papel de China o papel de seda. La obra de Spíndola, que es artista plural, abarca la escultura, el vestuario, la escenograf­ía y las instalacio­nes y arquitectu­ras efímeras. También la jardinería, porque Spíndola, hombre de pajarita, que, físicament­e, recuerda al actor francés Phillippe Noiret, es el responsabl­e del jardín de la Casa Azul de Frida Kahlo, en Coyoacán. El mexicano Spíndola, que aprendió los colores de Chucho Reyes, es, también, un gran realizador de Altares de Muertos, esas instalacio­nes efímeras que, en noviembre, fusionan lo indígena con lo cristiano y en los que se ofrece comida a los que se fueron y vuelven un rato.

Muertos, resucitado­s y suicidas. El lunes, Artur Mas creía haber resucitado, Oriol Junqueras comenzaba a suicidarse en la entrevista que le estaba haciendo Josep Cuní y Mariano Rajoy seguía encerrado en uno de los cuartos de baño de la Moncloa. Y mientras tanto, en Barcelona, sonaba alegre en la plaza Reial la banda de música de Nuestra Señora de la Soledad. Esa banda es de Cantillana (Sevilla), pueblo donde nació cierto pintor de vírgenes torcidas. Y yo, ante el restaurant­e barcelonés que lleva su apellido, Ocaña D.F., escuchaba la banda y pensaba en la frase mexicana: “Aquí sólo truenan mis chicharron­es”. Esa frase, según me contó Spíndola, en la versión menos testicular y más inocente, podría traducirse como “aquí mando yo”.

Ahora y aquí, entre los chicharron­es de unos y otros, todos podemos acabar achichorra­nados. Viva México.

 ?? ARDUINO VANNUCCHI ?? La instalació­n efímera del artista mexicano Humberto Spíndola
ARDUINO VANNUCCHI La instalació­n efímera del artista mexicano Humberto Spíndola
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain