La victoria del terciopelo
Praga evoca la pacífica revolución popular de 1989 que liquidó el régimen comunista checoslovaco
En el momento de producirse estos venturosos acontecimientos, ellos ya estaban muertos, pero aún no lo sabían.
Desde que en 1986, Mijaíl Gorbachov, destinado a ser el último líder de la URSS, dio a entender que, en caso de desacato, no habría intervención militar soviética en sus países-satélite, los regímenes comunistas de la Europa del Este eran cadáveres vivientes. Sus líderes seguían mandando, sus politburós dictando, sus policías vigilando..., pero el sistema estaba en fase de defunción.
Praga había vivido en 1968 una primavera en busca de un “socialismo con rostro humano” para Checoslovaquia –entonces era aún un único Estado–, que los tanques enviados por el Pacto de Varsovia se encargaron de volver a ubicar en la vereda. Pero el 17 de noviembre de 1989, hace ahora 25 años, cuando una manifestación estudiantil severamente reprimida desencadenó la llamada revolución de terciopelo, flotó en esta ciudad de singular belleza la convicción de que no iban a llegar tanques de fuera. La hora de la disidencia había llegado.
Y, sin embargo, para el grueso de la población checoslovaca no estaba tan claro. “En 1989, casi todos estábamos convencidos de que nos íbamos a morir con el co- munismo, que seguiría aquí para siempre”, admite el fotógrafo Pavel Hroch, de 47 años, entonces un estudiante de Traducción de 21 años en la Universidad Carolina, que se echó la cámara al hombro para retratar el momento.
Pero en ese año de gracia de 1989 hacía semanas que en el país ocurrían cosas: manifestaciones de protesta en Praga, Teplice y Bratislava, antaño inconcebibles. Y en el resto de la Europa del Este, los acontecimientos eran de vértigo. Una semana antes, el 9 de noviembre, se había desplomado el muro de Berlín, y la RDA se encaminaba hacia la extinción. Hungría había iniciado hacía meses un camino que la llevaría a elecciones al año siguiente. Bulgaria acababa de cambiar su cúpula comunista pugnando por sobrevivir al vendaval que soplaba por el oriente continental.
Pero lo que puso sobre aviso a Václav Havel, el añorado dramaturgo disidente que a finales de ese mismo año se convertiría en presidente de Checoslovaquia, fue el caso polaco, como él mismo afirmó más tarde: “Tras las elecciones en Polonia en junio, supe que era el principio del fin del comunismo”. El 4 de junio de 1989, Solidaridad logró una aplastante victoria en unas elecciones parcialmente libres en Polonia.
Pero era también cuestión de dirigentes. “Los líderes comunistas checoslovacos eran los más retrógrados de la Europa del Este, los habían colocado en el poder los tanques de 1968 –recuerda el fotógrafo Pavel Hroch–; así que no tenían ningún espacio ideológico hacia el que evolucionar, aparte de que intelectualmente eran gente de tercera división”.
Cuando el fallecido Václav Ha- vel negociaba en noviembre y diciembre de 1989 con el gobierno en nombre de la oposición coordinada en el Foro Cívico, tenía delante a un plantel de apparatchiks confusos e incapaces de comprender que tenían perdida
“Eran los líderes más retrógrados del Este; los habían colocado los tanques en 1968” La revolución de terciopelo empezó en la marcha estudiantil del 17 de noviembre
la partida. Para muestra, este botón, recogido por Ricardo Estarriol, entonces corresponsal de La Vanguardia en Viena, que corrió a Praga como enviado especial al precipitarse los acontecimientos. “‘Nosotros no nos conocemos todavía, ¿verdad?’ Con estas palabras recibió ayer el jefe del gobierno, Ladislav Adamec, al escritor Václav Havel para iniciar el diálogo con la oposición en la Casa Comunal de Praga, una sala de conferencias y conciertos”, escribía en una de sus crónicas de aquellos días.
El presidente, Gustav Husak, y el citado Ladislav Adamec no entendían nada; qué decir del secretario general del Partido Comunista checoslovaco, Milos Jakes. Habían asistido atónitos, pero como si no fuera con ellos, a cómo casi cinco mil alemanes orientales se refugiaban en septiembre en la embajada en Praga de la República Federal de Alemania (RFA), deseosos de abandonar la Alemania comunista.
En ese ambiente extraño, los estudiantes obtuvieron permiso para una manifestación en recuerdo del levantamiento juvenil de 1939 contra los nazis. La marcha se convirtió en protesta política, y la brutalidad de la represión sacudió al país. Los historiadores la consideran el inicio oficial de la revolución de terciopelo, que entre manifestaciones y negociaciones, pero ya sin violencia, condujo al fin a la democracia.
El régimen caído se quedó has-
ta sin el recuerdo. En la colina de Vitkov, el edificio conmemorativo de los años treinta junto a la estatua ecuestre del héroe del siglo XV Jan Zizka, se convirtió en la era comunista en mausoleo y columbario. Allí estuvo embalsamado y expuesto el cadáver del primer líder comunista del país, Klement Gottwald, hasta su cremación en 1962. En el columbario se custodiaban las cenizas de próceres del partido. Tras el terciopelo de 1989, las urnas con esas cenizas fueron entregadas a sus familias, o enterradas en fosa común en el cementerio de Olsany. Para entonces, los últimos líderes comunistas ya sabían que el régimen había fallecido.