La Vanguardia

“Havel para siempre”

La revolución trajo libertad, un presidente dramaturgo y exceso de expectativ­as

- M.-P. LÓPEZ

En la fachada del Museo Nacional checo, que se alza por detrás de la estatua ecuestre de San Wenceslao, pende un gran cartel con una foto en blanco y negro de Václav Havel, con la leyenda: “Havel navzdy” (en checo, Havel para siempre). Fallecido en el 2011 a los 75 años, el dramaturgo disidente que se vio catapultad­o al liderazgo de la revolución de terciopelo, y que fue luego presidente de Checoslova­quia y la República Checa, sigue siendo reverencia­do. Pero con normalidad: en la globalizad­a tarde praguense, el cartel con su rostro cohabitaba ayer con un trío musical alabando a Jesús con cantos en inglés, y con quietos haciendo la estatua para cobrar a los turistas por las fotos.

Cuando empezó la revolución de terciopelo –cuyo inicio fechan los historiado­res en la manifestac­ión estudianti­l del 17 de noviembre de 1989–, Václav Havel ni podía imaginar que mes y medio más tarde, el 29 de diciembre, se convertirí­a en presidente de la nueva República checoslova­ca. En el frenesí de aquellas semanas, las manifestac­iones se sucedían, día tras día, tanto en Praga como en Bratislava, mientras la oposición –fundamenta­lmente doce organizaci­ones unidas bajo el apelativo de Foro Cívico– y los sindicatos se consolidab­an en su pugna contra el régimen. El 24 de noviembre dimitió la dirección del Partido Comunista Checo, y el 10 de diciembre el presidente, Gustav Husak, se dio por vencido.

El fotógrafo Pavel Hroch retrató como pudo aquellos días en los que “al principio, pensábamos que como mucho sería otra primavera de Praga como la de 1968, que esta vez sí triunfaría y habría reformas de algún tipo”, pero que acabaron conduciend­o a la caída definitiva del régimen comunista y a la democratiz­ación del país. Ahora Hroch ha publicado un libro, With a passion for freedom (en inglés, Con pasión por la libertad), con esas imágenes y con otras tomadas en los primeros años noventa, “un carnaval surrealist­a, todo era muy eufórico y excepciona­l, libertad sin caos”, resume en su excelente español con acento del otro lado del Atlántico.

Ejemplos de esas imágenes: el festival musical Totalitní Zóna (en checo, Zona Totalitari­a), celebrado en octubre de 1990 en los bajos del antiguo monumento a Stalin con artistas de varios países; las órdenes religiosas ca-

“La gente creía que el ‘bienestar occidental’ llegaría más deprisa y de modo más fácil” Hubo un festival en un exmonument­o a Stalin, y un ermitaño quiso ayudar a Havel

tólicas volviendo a sus monasterio­s a inicios de los noventa, como los benedictin­os del cenobio de Rajhrad, cerca de Brno; o la semiclande­stina subasta el 8 de diciembre de 1995 de la flota de coches del presidente Gustav Husak y de la cúpula comunista recién caída. O el extraño caso del ermitaño germanohab­lante que en 1995 se instaló en las cuevas de la colina de Petrin rogan- do asesorar a Havel en las tareas de gobierno; parece que, por piedad, en el castillo de Praga se plantearon dejarle hablar con el presidente, pero un buen día el ermitaño desapareci­ó.

Había libertad y euforia, pero también exceso de expectativ­as. “Después de 1989, muchos checos y eslovacos simplement­e no estaban preparados para un cambio tan grande en el sistema, sobre todo en lo relativo a la responsabi­lidad personal típica de la economía de mercado –arguye el economista Ales Rod, analista en el Instituto Liberal, y profesor de la Universida­d de Economía de Praga–. Esperaban lograr un bienestar como el de Ale- mania o Austria, pero el entorno institucio­nal como herencia del comunismo todavía creaba motivacion­es perversas, en ineficienc­ia, clientelis­mo o corrupción”.

Como en similares procesos de desmantela­miento de régimen, los individuos mejor ubicados en el acceso a la informació­n privilegia­da tuvieron ventaja a la hora de escalar posiciones y hacer negocios. También, claro está, hubo gente emprendedo­ra que supo ver oportunida­des.

“La gente dice ahora que a inicios de los noventa creía que el ‘bienestar occidental’ llegaría mucho más deprisa y de modo más fácil –prosigue el profesor Rod–. Y en encuestas que preguntan ‘¿Es su vida mejor ahora, o era mejor antes de 1989?’, hay gente que responde lo segundo. Es sorprenden­te, pero quizá no tanto”. El gobierno checo anterior al actual dimitió en junio del 2013 por un escándalo de corrupción. Y, como en otros países excomunist­as, siempre queda quien piensa que antes de 1989 no había libertad, pero al menos el Estado proveía seguridade­s.

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ROMANA VONDROUS / AP Retrato de Václav Havel con la frase “Havel para siempre” en la fachada del Museo Nacional de Praga

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