“Lo arcaico se convierte en futuro”
La ebullición cultural en Matera –que cuenta con algo más de 60.000 habitantes– es palpable en la participación de la gente, en su complicidad. La Casa Cava –una antigua cantera, en una cueva, reconvertida en bello auditorio– se llena para escuchar a Franco Arminio, un escritor que reflexiona sobre la recuperación de la Italia interior, y para asistir a una lectura de poemas. “Matera retoma vigor partiendo de sus heridas, es lo arcaico que se convierte en futuro”, opina Arminio. Es su interpretación sobre la metamorfosis creativa que está en marcha. Este intelectual piensa que la victoria de Matera en el concurso europeo “es importante para todos márgenes de Occidente, para todos esos lugares que se avergonzaban de su pobreza, de su atraso”. “Ahora, no digo que estén en vanguardia, pero al menos se sienten que están a la par –prosigue Arminio–. Matera es un lugar del mundo como cualquier otro, como París o como Madrid. Creo que se trata de un acontecimiento europeo porque, paradójicamente, Europa está más viva en sus periferias que en el centro. El centro de Europa está un poco muerto, o al menos cansado, pues tiende a repetir las mismas liturgias. En las muchas periferias de Europa, ya sean del norte o del sur, o del este, se puede construir un modelo alternativo al modelo único del capitalismo financiero”. Arminio insiste en su teoría de que el Mediterráneo interior, esas zonas rurales largo tiempo abandonadas en beneficio de las costas, pueden ser la base para lo que él lla- ma “un nuevo humanismo de las montañas”. De allí puede partir una salida a la crisis. El escritor está convencido de que la densidad baja de las zonas rurales es un gran activo si se sabe usar bien. “El lugar superpoblado es ahora la fuente de los problemas, del tumor, de la enfermedad, mientras que las zonas vacías tienen la posibilidad de ser habitadas de un modo más sostenible, más respetuoso con el ambiente”, enfatiza Arminio. Él sueña con una Italia interior recuperada y radicalmente ecológica, que dé prioridad a “la tierra y la cultura, más que al cemento y las oficinas”, donde se cuide el paisaje y los jóvenes rescaten los viejos saberes artesanales, el consumo de proximidad, que sea, en fin, “el laboratorio de un nuevo humanismo”.