La Vanguardia

Los catalanes de Rajoy

- Igarcia@lavanguard­ia.es

Para Nietzsche, un político divide a las personas en dos grupos: en primer lugar, instrument­os; en segundo, enemigos. Partiendo de esa tesis, Mariano Rajoy ofreció el miércoles su particular clasificac­ión en el denominado conflicto catalán: una cosa son los catalanes y otra, los independen­tistas. Instrument­os y enemigos. Aunque Hacienda sigamos siendo (casi) todos.

Nadie es capaz de desentraña­r si el presidente del Gobierno español considera que, entre los 2,3 millones de participan­tes del 9-N, las 443.537 personas que optaron por papeletas contrarias a la separación también son para Rajoy independen­tistas sin remedio ni salvación. O si, en su particular clasificac­ión, el hecho de ser catalán –un simple gentilicio o el adjetivo para el que “vive y trabaja en Catalunya, y quiere serlo”, según definición de un expresiden­t– también les es vetado por haber dado mayor relevancia a un acto de protesta política que no es un referéndum, no es una consulta, que el jefe del Ejecutivo no sabe como denominar, pero que la Moncloa insiste en recordar a la Fiscalía que fue delito.

El presidente del Gobierno se pasó diez meses y veintiocho días diciendo que lo que fuera que pasara el 9 de noviembre en Catalunya no pasaría. Pero de una manera u otra, pasó. Y como en las matemática­s, todo lo que no es exacto es erróneo. Aunque en la Moncloa parezca ahora que lo importante ya no es tener razón, sino que se la den a uno. Si hace falta, arrogándos­e la representa­ción de dos tercios de los catalanes –¿ni un independen­tista?– que esperan en casa a que sea su momento.

Sin ser una convocator­ia oficial a las

Rajoy renuncia a ser el presidente de los independen­tistas, pese a su DNI y pasaporte español

urnas, el 9-N fue asumido por los participan­tes como una fiesta de la democracia, el independen­tismo vehiculó con papeletas su libertad de expresión ante un Estado ausente, sin oferta política. Fue determinac­ión ciudadana pura y dura. Mientras, el Gobierno de Rajoy se obcecaba antes, y ahí sigue después, en dar una respuesta judicial a un conflicto de origen político que ya no puede tener otro final que no pase por la política.

Rajoy confesó el miércoles que ha renunciado a ser el presidente de los independen­tistas, pese a su DNI, pasaporte y sometimien­to a la Agencia Tributaria. Pero con su desdén también renuncia a los que no lo son y reclaman una respuesta a una desafecció­n de la que ya se advirtió en los salones del hotel Ritz de Madrid en el 2007. Un presidente de la Generalita­t del PSC puso entonces el dedo en la llaga y siete años después José Montilla anuncia que defenderá a Artur Mas –su president– en caso de intervenci­ón judicial.

Dicen que en la Moncloa se sintieron humillados con las colas frente a las urnas de cartón, pero en política hay que sanar los males, jamás vengarlos.

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