¡Bravo, Rosetta!
Alo largo del viernes empezó a confirmarse el temor de que iba a perderse la sonda Philae, depositada por la nave Rosetta sobre el cometa 67P, en un punto del sistema solar situado a 400 millones de kilómetros de la Tierra. Su accidentado aterrizaje en una zona umbría del cometa la privó de la luz solar, imprescindible para recargar sus baterías. De manera que tres jornadas después de su ansiada llegada al cometa se quedó sin potencia y ayer sábado entró en modo reposo, aunque antes aún tuvo tiempo de enviar fotografías y datos científicos.
¿Significa esto que la misión de la Rosetta, en la que se han invertido alrededor de 1.400 millones de euros y cerca de treinta años de trabajo, ha sido un fracaso? La respuesta a esta pregunta es, categóricamente, no. Cierto es que tampoco puede hablarse de éxito completo, sino parcial. Pero es conveniente conocer con detalle las características de este éxito parcial para reparar en que se trata también de un éxito muy notable.
En este sentido, debemos tener en cuenta que la parte del león de las investigaciones asociadas a la misión espacial que nos ocupa se realizaban desde la Rosetta. Concretamente, el 80% de la cosecha de esta exploración se recogía desde la nave. Sólo el 20% restante co- rría a cargo de la Philae. Por desgracia, esta sonda sólo ha podido estar activa tres días, durante los cuales ha obtenido imágenes y datos presumiblemente muy valiosos, toda vez que nunca antes había logrado una nave fabricada por el hombre posarse en un cometa. Su vida útil, en el mejor de los casos, debía prolongarse durante semanas o, a lo sumo, unos pocos meses. Por el contrario, la Rosetta, que lleva ya diez años de viaje, tiene todavía por delante año y medio de vida, durante el que puede seguir recogiendo información.
La misión de la Rosetta debe considerarse, como apuntábamos, un éxito. Y como una razón de peso para felicitar a los científicos de la Agencia Espacial Europea, que han aunado talento internacional y han logrado llevar hasta muy cerca del final óptimo lo que ya se considera el mayor avance en la carrera del espacio registrado en diez años. El coste de la operación puede parecer elevado. Pero lo cierto es que ha generado cientos de puestos de trabajo, y que sus 1.400 millones de euros de presupuesto –menos de cien aportados por España– suponen una módica cuota de diez céntimos por ciudadano europeo y año: una cantidad que puede producir beneficios insospechados cuando estas investigaciones básicas reviertan en otras aplicadas. Por todo lo dicho, ¡bravo, Rosetta!