El marido fiel se va de compras
Los hombres casados viven más años que los desparejados y es normal porque tienen sus obligaciones y no hacen lo que les da la gana, como morirse sin avisar. Yo atribuyo esta longevidad al buen orden, las rutinas y el equilibrio. Duermen sus horas y en la misma cama, con la almohada ergonómica apropiada y sin que nadie les altere el sueño con llamadas cachondas a las tres de la mañana.
–Esta chaqueta te queda bien, la otra te sienta como un tiro.
Eso le dijo una señora a un señor en el probador contiguo al mío en el outlet de Santa Eulalia, que terminó ayer y es un muy barcelonés evento –como dicen los modernos cursis–.
¡Qué envidia! Envidia cochina porque el señor no tenía que preocuparse de nada y eso genera serenidad y la serenidad prolonga la vida. En cambio, yo tuve que buscar al señor Ríos, que es un gran profesional, para ver si me quedaba bien una cazadora juvenil, sin saber si la mujer con la que había quedado a cenar pensaría: “¿Dónde va este con cazadora de cuero?”. O peor, “¡si llego a saber que se presenta así me visto informal!”.
Tener a tu lado una pareja que te
¡Cómo va a morirse antes que yo un señor al que su esposa le elige la ropa y le evita preocupaciones!
acompañe a comprar ropa debe de ser una póliza para la felicidad. Y la mejor prueba de que no pretendes liarte con otra mujer porque el primer síntoma del adulterio masculino es cambiar de chaqueta, de sastre, de perfume o de calzoncillos.
El vecino de probador más que elegir ropa opositaba a marine de Fort Bragg. Gírate y se giraba. Pruébate esto y se lo probaba. Ponte erguido y se erguía. ¡Qué disciplina! ¿Cómo va a morirse antes que yo? Aquel hombre no se muere sin amortizar el traje, garantizar el bienestar de su viuda y dar estudios a los nietos.
La vecindad resultó insultante. En media hora, el hombre estaba vestido para todo el invierno y ya no tendría que preocuparse de nada hasta la siguiente estación, tranquilidad que aporta salud y longevidad. Porque, a su vez, cuando la pareja te elige la ropa ya no caben maldades. Un varón vestido por su mujer no esconde secretos ni se expone a citas con la primera que le envía un watsap para tomar un café o merendar melindros.
En cambio, yo casi me quedo sin comer, nadando en dudas. Solo, frente al espejo, con prendas que no pensaba comprar –los sin pareja somos de una indisciplina gatuna– y echando en falta una voz cariñosa: –¡Ni se te ocurra comprarte esto! Las tiendas de ropa masculina deberían tener asistentas sin comisión que a cambio de un fijo asesorasen a los sin pareja con franqueza.
–¿A quién pretende gustar? No me diga que a todas porque entonces se lleva usted la tienda.
La industria de la moda gobierna el mundo y se hincha creando expectativas, incluso extraconyugales. ¡Si todos y todas fuéramos a comprar con nuestra pareja al lado!