La Vanguardia

El marido fiel se va de compras

- Joaquín Luna

Los hombres casados viven más años que los desparejad­os y es normal porque tienen sus obligacion­es y no hacen lo que les da la gana, como morirse sin avisar. Yo atribuyo esta longevidad al buen orden, las rutinas y el equilibrio. Duermen sus horas y en la misma cama, con la almohada ergonómica apropiada y sin que nadie les altere el sueño con llamadas cachondas a las tres de la mañana.

–Esta chaqueta te queda bien, la otra te sienta como un tiro.

Eso le dijo una señora a un señor en el probador contiguo al mío en el outlet de Santa Eulalia, que terminó ayer y es un muy barcelonés evento –como dicen los modernos cursis–.

¡Qué envidia! Envidia cochina porque el señor no tenía que preocupars­e de nada y eso genera serenidad y la serenidad prolonga la vida. En cambio, yo tuve que buscar al señor Ríos, que es un gran profesiona­l, para ver si me quedaba bien una cazadora juvenil, sin saber si la mujer con la que había quedado a cenar pensaría: “¿Dónde va este con cazadora de cuero?”. O peor, “¡si llego a saber que se presenta así me visto informal!”.

Tener a tu lado una pareja que te

¡Cómo va a morirse antes que yo un señor al que su esposa le elige la ropa y le evita preocupaci­ones!

acompañe a comprar ropa debe de ser una póliza para la felicidad. Y la mejor prueba de que no pretendes liarte con otra mujer porque el primer síntoma del adulterio masculino es cambiar de chaqueta, de sastre, de perfume o de calzoncill­os.

El vecino de probador más que elegir ropa opositaba a marine de Fort Bragg. Gírate y se giraba. Pruébate esto y se lo probaba. Ponte erguido y se erguía. ¡Qué disciplina! ¿Cómo va a morirse antes que yo? Aquel hombre no se muere sin amortizar el traje, garantizar el bienestar de su viuda y dar estudios a los nietos.

La vecindad resultó insultante. En media hora, el hombre estaba vestido para todo el invierno y ya no tendría que preocupars­e de nada hasta la siguiente estación, tranquilid­ad que aporta salud y longevidad. Porque, a su vez, cuando la pareja te elige la ropa ya no caben maldades. Un varón vestido por su mujer no esconde secretos ni se expone a citas con la primera que le envía un watsap para tomar un café o merendar melindros.

En cambio, yo casi me quedo sin comer, nadando en dudas. Solo, frente al espejo, con prendas que no pensaba comprar –los sin pareja somos de una indiscipli­na gatuna– y echando en falta una voz cariñosa: –¡Ni se te ocurra comprarte esto! Las tiendas de ropa masculina deberían tener asistentas sin comisión que a cambio de un fijo asesorasen a los sin pareja con franqueza.

–¿A quién pretende gustar? No me diga que a todas porque entonces se lleva usted la tienda.

La industria de la moda gobierna el mundo y se hincha creando expectativ­as, incluso extraconyu­gales. ¡Si todos y todas fuéramos a comprar con nuestra pareja al lado!

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