“Volem una independència amb un coixí al cul!”
Como les dije en mi última terraza, el domingo fui a votar. Lo hice en el colegio de los Maristas en la calle València, esquina Roger de Flor. Todo transcurrió con gran naturalidad, con gran educación, y una vez depositada la papeleta en la urna, me fui a tomar una copa en una terraza del barrio. Me sentía estupendamente, en parte por haberme quitado un peso de encima, y en parte porque tras aquella votación recobraba mi libertad.
¿Qué libertad? Pues la de volver a ser una persona normal. Me explicaré. Durante un par de años, el anterior y el presente, me he despertado, de lunes a viernes, a las seis en punto, con el “Desperta, Catalunya, són les sis” de la señora Mònica Terribas (Catalunya Ràdio), y me he tragado un sinfín de tertulias políticas, algunas de ellas del todo surrealistas, y me he leído centenares y centenares de artículos publicados aquí y allá sobre el proceso soberanista y luego, ya descaradamente, sobre la independencia del “poble català”. Lo he hecho, en un principio, por curiosidad y luego supongo que por puro vicio. Pero todo tiene un límite, y me dije que después de votar el 9-N tenía que cortar por lo sano o acabaría majareta. Y así lo he hecho: el viernes (14 de noviembre) me despedí de la señora Terribas, mi querido despertador, no sin una cierta pena tras oírla decir, desde Girona, que “no tenim prous Manelics per a tanta feina” (es decir, para matar tantos llops, corruptos o vaya usted a saber qué).
Desde ayer he sustituido a mi querido despertador por Cole Porter –Night and day (Ella Fitzgerald), I get a kick out of you (Louis Armstrong), Just
one of those things (Sarah Vaughan), etcétera, etcétera. Más adelante, cuando ya esté del todo recuperado, cuando haya alcanzado un cierto nivel de normalidad, me dejaré tentar por Mozart o por Verdi. O por Wagner, como ese personaje de la reciente novela de mi amigo Valentí Puig – La vida és es
tranya (Proa)– que, escribe Valentí, alimentaba tal pasión wagneriana “que seria partidari de penjar pel coll el director Calixto Bieito”.
Así que se acabaron las terrazas políticas (tampoco he escrito tantas) y volvemos a la normalidad. ¿Y qué es la normalidad para este cronista aparte de su whiskey irlandés y sus cigarros habanos? Pues un poquito de coña. No sé si lo saben ustedes, pero a mí me ficharon en La Vanguardia porque tenía fama de ser un coñón, un tipo divertido. De hecho, tenía previsto despedirme de mi querido despertador, del president Mas, del fiscal general ( Coñac Dolç), del Obèlix de Sant Vicenç del Horts, del Esclat de Taradell (el conseller Homs) y de la madre que los parió con una terraza sobre el carisma vocal
Las sillas… Las sillas, esas sillas de aluminio de las terrazas están muy castigadas
en la que, siguiendo los trabajos del joven investigador italiano Rosario Signorello, de la Universidad de California (Los Ángeles), establecía un cierto paralelismo entre el célebre aullido de la señora Carme Forcadell – “Senyor president, senyor president, exigim, exigim…!” con el “Vade retro, Satanás” de aquel exorcista de Villafranca de los Barros al que, de jovenzuelo, vi ejercer impúdicamente su oficio en un prostíbulo de Trujillo. Pero no, prefiero volver a la normalidad hablando de las terrazas barcelonesas y, para ser más preciso, de los culos de los sufridos barceloneses de una cierta edad, como es mi caso.
La pasada semana, el simpático Luis Benvenuty les hablaba en estas páginas de una regulación especial que acabará con la diversidad de modelos de instalaciones (terrazas) de la rambla de Catalunya, y quien dice de la rambla de Catalunya dice de otros lugares de la capital. Benvenuty hablaba de mayor espacio para los peatones, del con- tento de los responsables de montar y desmontar las terrazas, cuya labor será mucho más agradecida con las nuevas ordenanzas, y del regocijo de los comerciantes que agradecerán la reducción del impacto visual de las terrazas, sobre todo, aquellos cuyos escaparates están en el lado Llobregat, donde se concentra la mayor parte de los veladores. Pero no hablaba de los culos, los culos de los sufridos barceloneses de una cierta edad.
Hace años, motivado por mi hermanito Lluís Permanyer, escribí en El
País una crónica titulada “¡No nos birléis el Zurich!”. El Zurich, la terraza más cosmopolita, más civilizada (es un decir), estaba a punto de desaparecer. Pero se salvó. Yo suelo ir al Zurich con cierta frecuencia. Los camareros son encantadores, y el precio de la bebida es decente. Pero las sillas… Las sillas, esas sillas de aluminio, a veces con la estrella roja de una marca de cerveza, están muy castigadas, algunas de ellas prácticamente hundidas por los prepotentes culos de una sólida y alegre muchachada llegada de Dios sabe dónde. Alcalde Trias: regularice todo lo que tenga que regularizar, pero, por favor, muéstrese comprensivo, cómplice con los culos de los sufridos barceloneses de su edad. Imponga el uso obligatorio de sillas nuevas cuando estas ya sean inservibles o, mejor aún, imponga la obligatoriedad del cojín, de esos cojines maravillosos que anuncian en la tele para regalar a los padres, porque “los padres se lo merecen todo”, etcétera, etcétera. O, si prefiere que se lo diga en un lenguaje más de hoy en día, más
clar i català, fins i tot sobirà: “Salveu els culs dels pobres barcelonins!”. Señor alcalde: “Volem una independència amb un coixí al cul!” (por si acaso).
P.S. El 9 de noviembre, en Montpellier, a los 93 años y más pobre que una rata, murió Ricardo Gallardo, más conocido por Manitas de Plata. Le vi, hace años, tocar la guitarra en Saint Tropez. Junto a él había una moza espléndida que bailaba descalza. Parecía la mismísima B.B. No lo parecía, lo era. Qué tío, Manitas de Plata.