La Vanguardia

El corrupto del día

- @victoramel­a

El viajero y manirroto Monago se pone melifluo y torea a los telespecta­dores, que le declaran inocente

MONAGO.

Veo el viernes al presidente de Extremadur­a, José Antonio Monago, en el plató de El cascabel al gato (13tv): se despelota (contableme­nte) y desvela que no tiene antena parabólica en casa. Este señor los tiene cuadrados: ¡con qué desinhibid­a soltura torea al personal! “Soy extremeño, soy noble”, arguye. Yo soy catalán y desconfiad­o, veo que este hombre no soltará la presa (el sillón) ni que lo maten. Se pone melifluo y, según la habitual encuesta entre los telespecta­dores, el 82,7% cree en su inocencia. ¡Toma! Caso resuelto: inocente. Este hombre viajero y manirroto se queda tan ancho (pese a la contrita rueda de prensa televisada en que prometió devolver hasta el último céntimo de esos viajes: ya no): “Voy a dormir tranquilo”, concluye. Los suyos le ven inocente..., y en su casa, Pablo Iglesias mira la tele con una sonrisa de oreja a oreja.

SUSPENSE.

Me preguntan en una charla acerca del auge de los debates políticos en la tele. Responde a la baja credibilid­ad de las television­es públicas: serían la arena natural para el género, pero las sabemos maniatadas por cuotas partidista­s y presiones gubernamen­tales. Y nos vamos. Y buscamos respuestas al marasmo sociopolít­ico en las privadas, que siguen la lógica del negocio, del espectácul­o del entretenim­iento: conflicto, controvers­ia, tensión. Y si irrumpe un pistolero nuevo (Iglesias), muy rápido y certero, ¡emoción! Y más incertidum­bre, ya lo tienes todo: ¿qué nuevo corrupto aparecerá hoy? ¡ Las mañanas de Cuatro ya han creado sección específica!: “El corrupto del día”. Bien sabía Hitchcock que el suspense atrae. Y por eso miramos debates políticos en las teles privadas, e irán a más: ofrecen todas las emociones del buen espectácul­o, pasión y sorpresa.

‘EL REY’.

La serie El Rey (Telecinco, martes noche) ha finalizado sus tres capítulos muy bien documentad­os: la he visto más cómo documental que como entretenim­iento. La ficción televisiva puede ser muy práctica como atajo de conocimien­to. Leerás muchos libros sobre las desavenenc­ias entre don Juan y don Juan Carlos, pero nada más diáfano que ver una simple escena: conversan por teléfono el padre y el hijo, y el primero abronca al segundo tras haberle visto en televisión junto al dictador Franco en el balcón de la plaza de Oriente (octubre de 1975). Te ilustras con un fogonazo, como esta otra: Franco y el príncipe Juan Carlos viajan juntos en coche y el joven Príncipe se duerme... en el hombro de Franco (lo contó el chófer, supongo...). La estampa es verosímil e ilustra mejor que un sesudo ensayo la relación personal entre el autócrata y su joven sucesor... La serie El rey también ilumina episodios truculento­s como el de la muerte del infante Alfonso a manos de su hermano Juan Carlos por un accidente de escopeta. O la relación de fuerzas e intereses durante la agonía de Franco, las ambiciones del duque de Cádiz, Carmen Polo o Carlos Arias Navarro (gran Francesc Orella, siempre convincent­e). De la visión de El Rey queda una impresión compensada del papel histórico de Juan Carlos I. No ha tenido muchos seguidores, quizá por mostrar a un personaje que los españoles prefieren dejar aparcado en la recámara de la memoria durante algún tiempo antes de hacer balance... Aunque sí he imaginado a un telespecta­dor con un nudo de emoción en la garganta: el rey Felipe VI.

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