El huerto del Sáhara
Elisabet Riera reconstruye 27 biografías de seres que se precipitaron tras sus fantasmales sueños de grandeza
El volumen Vidas gloriosas (FCE), aunque pueda parecer de ficción, contiene 27 semblanzas reales, divididas en tres bloques: los exploradores del desierto, los escritores y las mujeres, condiciones estas que su autora, Elisabet Riera (Barcelona, 1973), equipara pues “los primeros quieren conquistar el espacio, la inmensidad; los segundos, la eternidad; y las mujeres, su libertad”. En el primer grupo, por ejemplo, Donald McKenzie pretendió convertir el desierto del Sáhara nada menos que en un vergel, irrigándolo con un estrambótico mecanismo. En el segundo, el ubuesco Alfred Jarry emprende “un viaje de París a París, por mar”. En el tercero, Josephine Brunswick inspira a Beethoven una sonata que a su vez inspira a Tolstói un libro... Para Riera, “los exploradores del desierto afrontan retos a caballo entre la realidad y la imaginación”, los escritores “son crepusculares, porque los reflejo en un momento de fracaso, a punto del suicidio, de traicionar su talento o de entregarse a la locura” y las mujeres que ha escogido “son personalidades ocultas y ejemplares, en busca de su identidad en un mundo hostil”. “El género de la semblanza está un poco olvidado –opina– pero es mi homenaje a las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, a la Historia universal de la infamia de Borges, sobre piratas y bandoleros, o las Vidas minúsculas de Pierre Michon. Todos vienen de las vidas de santos”. El título admite una lectura irónica, pues “cuenta la belleza de sus fracasos, es un libro romántico, que ofrece alternativas a la cultura del éxito en que vivimos”. Mientras tanta gente trata de contener sus obsesiones, o alejarse de ellas con todo empeño, Riera se ha fijado en los que se lanzan a ellas de cabeza. “A todos los identifica una cosa: la atracción por el abismo”.
SALVADOR DALÍ (1904-1989) El genio que quiso conocer a Sigmund Freud
Hubo un encuentro real entre Dalí y Freud. Medió para ello un amigo común, Stefan Zweig. Dalí tenía 34 años, la cita fue en Londres, y acudió acompañado de su mecenas británico, el poeta Edward James. En el libro, le muestra La metamorfosis de Narciso y le hace una caricatura. Riera escribe que Freud “nunca en su vida había conocido un ejemplar tan puro del carácter hispano: un auténtico fanático”. Mientras se inyecta un calmante, “contempla el dibujo que Dalí ha olvidado: un retrato rápido del profesor que ha esbozado en su bloc mientras Freud disertaba sobre el consciente y el inconsciente en el arte”.
RENÉ CAILLIÉ (1799-1838) El primer cristiano que regresó vivo de Tombuctú
De niño, dormía en el sórdido cabaret de su tío, en la localidad francesa de Mauzé. Se embarcó en La Méduse, “el barco que Géricault tomó como modelo para pintar el naufragio del romanticismo y de Francia”. Primero, “fue hasta las Antillas, en dos años de piratería y saqueo”. Luego decidió dirigirse a Tombuctú, lugar del que ningún cristiano había vuelto con vida y del que se contaba que estaba poblado por “surtidores de oro, suelos de mármol y jade, sedas hiladas por gusa- nos más hábiles que los del imperio chino, además de maravillas naturales como elefantes de dos trompas, rinocerontes con cuernos de diamante o camellos alados”. Para salvar el pellejo, se hizo pasar por musulmán, memorizó versículos del Corán y fingió ser Abd-elAli, un egipcio capturado de niño por las tropas de Bonaparte. Partió con una caravana de tuareg mandingas en abril de 1827. Un día, le obligaron a cortar la mano de un ladrón. Huyó, tras ser descubierto, por el Sáhara y, al llegar al consulado francés de Tánger en septiembre de 1828, hizo historia.
JOSEPHINE CLOFULLIA (1827-1875) La mujer barbuda que cruzó el océano
Nacida en 1831, en el municipio de Versoix, cantón de Ginebra, en la ribera izquierda del lago Leman, su barba medía a los dos años tres dedos de longitud. Empezó una carrera en el mundo del espectáculo, primero en Suiza y luego en Francia, donde se anunciaba en los carteles del Grand Cirque Royal junto a las hermanas siamesas, la pitonisa española y la acróbata china de tres piernas. Mientras sonaban violines zíngaros, exhibía su barba a la vez que daba de mamar a un bebé. Un empresario se la llevó a EE.UU. y Nueva York se rindió a sus pies. Confeccionaron para ella “suntuosos vestidos victorianos, con generosos escotes y mangas abullonadas que permiten que el vello desborde por encima de las ricas costuras de oro. Su larga barba es peinada cada día al estilo de Napoleón III”. Acusada de fraude, superó los tests de feminidad.