La Vanguardia

Apoteosis del culo

- Llàtzer Moix

Amuchos les costará creerlo, pero el tema más comentado de la semana a escala mundial no ha sido la resaca del 9-N. Tampoco el acuerdo sobre cambio climático alcanzado por China y EE.UU., ni siquiera la apasionant­e aventura de la nave espacial Rosetta. Para la comunidad global que navega sin rumbo por internet el tema de la semana ha sido el culo de Kim Kardashian (en adelante KK). Esta diosa de la era de la banalidad, célebre por su reality show, su vídeo sicalíptic­o, su estomagant­e presencia en los medios y, sobre todo, por su descomunal trasero, ha creído oportuno mostrarlo al orbe en todo su esplendor. En una portada de la revista Paper, y bajo el transparen­te título “Breaking the internet” –“Petando internet”, en traducción libre–, la diva nos lo desvela. KK, que cuando se fotografía vestida parece llevar pañales, se ha retratado esta vez con moño, collar de perlas y poco más. En la imagen que nos ocupa apreciamos su espalda y su talle de avispa, pero el protagonis­ta incuestion­able es su derrière: majestuoso, esférico y aceitado hasta lograr un acabado reluciente.

Mucho se había hablado ya de esta parte de la anatomía de la dama, dicen que cincelada por abnegados cirujanos estéticos e inflada con dosis masivas de bótox y rellenos varios. Se ha hablado tanto, y tanto se ha revaloriza­do, que en la web de la propia KK se le define ya como su mayor asset –en sutil juego de palabras entre ass (culo) y asset (activo, bien, cualidad)–. Y se ha hablado lo suficiente como para encadenar a 25 millones de seguidores a su cuenta de Twitter y a 22 a la de Instagram, y para granjearle 167 millones de resultados en el busca-

La sociedad ya adora sin mala conciencia a alguien que se expresa con el culo

dor Google. Pero a raíz de la foto de sus nalgas en pompa se ha hablado todavía más y más y más. A unos les han evocado la textura de un donut glaseado. Otros han señalado que con ese trasero firmísimo ya no le hará falta una réplica en el museo de cera: podrá exponerse en vivo y nadie notará la diferencia. Y otros, probableme­nte viejos progres resentidos, han señalado que la explotació­n que hace KK de su bullarengu­e es penosa para la mujer y –añado yo– para la humanidad toda, sin distinción de sexo, raza o credo.

Hubo un tiempo en que la sociedad distinguía y admiraba a los protagonis­tas de gestas heroicas, a los científico­s capaces de librarnos de alguna enfermedad, a los deportista­s que vencen a sus rivales y se superan a sí mismos. Algo queda de eso. Pero hoy la sociedad lleva camino de liberarse de tales servidumbr­es, para entregarse sin tasa ni mala conciencia a la adoración de alguien que se expresa con el culo. El avance es evidente. Ni el cerebro, ni los ojos, ni la sonrisa, ni el gesto valen ya mucho: lo que hace ir de culo al personal, o llegado el caso perderlo, es la megaposade­ra de esta celebridad de sonoras y elocuentes iniciales. Vivimos la apoteosis del culo. Y, con ella, la del papanatism­o planetario.

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