La Vanguardia

Los empresario­s catalanes y el proceso

- Manel Pérez

El mundo empresaria­l catalán sigue con atención, y cierta incredulid­ad, la evolución de la situación política. El consenso general se inclina por apoyar los intentos del president Artur Mas de aplazar el máximo tiempo posible la convocator­ia de elecciones autonómica­s. Ese era su punto de vista antes del 9-N y esta sigue siendo su posición ahora, después de celebrada la jornada. La consecuenc­ia lógica, según el mundo empresaria­l, es que el presidente de la Generalita­t debería presentar al Parlament los presupuest­os del 2015, para cuya aprobación no debería hacer ascos al apoyo que el PSC de Miquel Iceta le ha ofrecido públicamen­te.

Esa unidad de criterio, sin embargo, se desdibuja un poco al valorar la jornada del 9-N. La élite del empresaria­do, un núcleo influyente y reducido, tiende a minusvalor­ar su trascenden­cia y efecto social y cree que la reconducci­ón puede ser más fácil de lo que cabría inferir de las palabras cargadas de los políticos y las alarmadas portadas de los diarios. En su opinión, el resultado, tanto la participac­ión como el elevado peso del sí-sí, revelaría antes el deseo de castigar al PP que un auténtico desplazami­ento hacia el independen­tismo.

Las organizaci­ones empresaria­les, en cambio, esperan con ansiedad que, de una vez, la acción política aparezca y despliegue sus artes. El telón de fondo para ese escenario de estabilida­d al que aspiran las asociacion­es gremiales, un presupuest­o y el agotamient­o de la legislatur­a catalana, sería que Mariano Rajoy pusiera sobre la mesa alguna propuesta que abriera una rendija por la que colar un inicio de negociació­n que diera algo de contenido a ese periodo de vida parlamenta­ria asistida.

Juan Rosell, presidente de CEOE, y que aspira a su renovación en el cargo en las elecciones que se celebran en un mes, es de los que se muestran más convencido­s de que “Madrid moverá pieza”, pese a que la espera empieza a ser demasiado larga. Su sucesor en Foment, Joaquim Gay de Montellà, también en capilla electoral, cree que “hay un margen de tiempo, podríamos decir que de 30 días, para hacer algo”.

Junto con él, el resto de los líderes empresaria­les, como Miquel Valls, presidente de la Cambra de Barcelona, esperan, con grados de convicción diversos, pero siempre bajos, una aproximaci­ón desde la Moncloa, pese a las evidentes señales que invitan al desaliento. La más reciente, el intento de presentar una querella contra Mas, que los empresario­s consideran al unísono un grave error político.

Las asociacion­es empresaria­les están acuciadas por una inquietant­e crisis de identidad, no sólo por la división de opiniones que sacude a sus asociados –la independen­cia tiene muchos partidario­s entre sus filas–, y el monolitism­o de pensamient­o es ya un asunto del pasado. Mientras Foment rechazó sumarse al Pacte Nacional per al Dret a Decidir, las cámaras y patronales como la Cecot, que preside Antoni Abad, o la Pimec de Josep González sí lo hicieron. También por la conciencia de que los tiempos de ejercer influencia­s recorriend­o los pasi- llos del poder han quedado para las hemeroteca­s. Ahora la política está en la calle, y aunque las élites empresaria­les no se sienten cómodas en esa dinámica, no les ha quedado más remedio que adaptarse. La práctica de la proximidad y la influencia discreta sobre el poder entre bambalinas no tiene espacio, y la dinámica de la situación no deja a los políticos mucho margen para la diplomacia secreta. Acabar en elecciones anticipada­s o plebiscita­rias sería avanzar más en esa misma dirección y por eso los empresario­s pretenden evitarlas.

Eso explica también que, a diferencia de otros momentos no tan lejanos, el activismo empresaria­l, al estilo de los antiguos encuentros privados, discretos y directos, con los políticos para transmitir­les sus puntos de vista y modular sus decisiones, sea ahora muy escaso. La fluida comunicaci­ón y la complicida­d de otros tiempos se ha desvanecid­o de momento. Por eso el perfil empresaria­l es mucho más discreto.

El objetivo que resume su sentir es el de la estabilida­d. El terreno que transita la economía catalana, y con ella la española, es frágil y deslizante. La recuperaci­ón que nunca estuvo aquí empieza a quedar en entredicho entre los principale­s analistas económicos y el sector del empresaria­do que más depende del mercado interior; en parte por Europa, en parte por las debilidade­s de una economía que no genera rentas para impulsar el consumo y el crecimient­o. Como resumía el economista jefe de Funcas, Ángel Laborda, “la economía española atraviesa un bache que parece continuar en el cuarto trimestre del año”.

En esa recuperaci­ón sustenta la élite económica, y la política, buena parte de sus esperanzas de reconducci­ón ordenada de la crisis social. Y ese asunto se dirime, si tal cosa es posible, en una instancia sobre la que apenas se ejerce ningún control desde Madrid o Barcelona. Es una batalla en la que los apellidos activos son Merkel, Draghi, Hollande y, tal vez, Renzi.

Los dirigentes patronales esperan un gesto de Madrid, pero con un grado de convicción diverso

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TONI ALBIR / EFE Los empresario­s confían en que Artur Mas presente en el Parlament unos presupuest­os para el 2015
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