La Vanguardia

El rupturista amable

- Sergi Pàmies

Oriol Junqueras tiene un estilo retórico torrencial. Recibido y despedido con un clamor más propio de un mitin que de una conferenci­a, ofrece una imagen de proximidad basada en una informalid­ad abiertamen­te popular. Podría pasar perfectame­nte por el rector de una universida­d búlgara, por el propietari­o de un restaurant­e toscano o por un viticultor endeudado. Pero a mí me recuerda a Little John, el amigo de Robin Hood, corpulento, revolucion­ario, refugiado en los bosques de Sherwood para liderar una insurrecci­ón contra el poder feudal. Su discurso, que trenza elementos de persuasión y de denuncia, apela a la congruenci­a, al futuro y a un control de la iniciativa.

Sin atril ni bandera, como un Steve Jobs low cost, despliega ejemplos anecdótico­s con voluntad de categoría. Subrayan lo que lleva años propugnand­o: la urgencia de huir de una España tóxica. Los micrófonos de solapa aseguran un sonido omnipresen­te. Las letras gigantes del hashtag noupaís crean un efecto escenográf­ico desconcert­ante: lo hacen parecer más pequeño de lo que es. Como orador, su técnica es de aspersor. Con argumentos dispersos crea una lluvia propositiv­a que busca seducir a los indecisos y nos recuerda que vivimos entre la esperanza y la preocupaci­ón. Su propuesta es social, cultural y políticame­nte rupturista pero la expresa sin énfasis incendiari­o. A veces adopta un tono profesoral o de prédica que recuerda la sencillez pedagógica de Barrio Sésamo. No rehúye las tensiones sentimenta­les entre sentirse español y catalán. Al contrario: las usa para esbozar un perfil de identidad, alehop. elástica. Sin la solemnidad de un Lincoln o la ale- gría de un Mandela, compensa su falta de aureola con un caudal argumental que, pasados unos minutos, provoca miradas al reloj entre algunos asistentes, aturdidos ante tanta densidad retórica. Incluso cuando entra vagamente en materia (la unidad), no pierde su tono docente y, aunque no busca el aplauso, lo acepta con gusto. Aplicando criterios anacrónico­s, podríamos preguntarn­os si le compraríam­os un coche de segunda mano. Pero da la impresión que el coche del cual habla Junqueras está por estrenar y que no tiene intención de venderlo. Otra cosa, más opinable, es si podemos permitírno­slo.

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DAVID AIROB Artur Mas y Oriol Junqueras saludándos­e ayer
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